Lápiz y papel

SALAMANCA. Hurgando en el Archivo Histórico de Madrid, a la búsqueda de documentos con que alimentar la serie de las Guerras Guaraníes que vengo publicando en el Suplemento Cultural de este mismo periódico, me encontré con cartas enviadas por indígenas guaraníes al rey de España a mediados del siglo XVIII, hacia el 1753 y 1754 para ser más preciso. Le escribían a raíz de la situación que se les planteaba después que el monarca decidiera traspasarle a la Corona de Portugal algunos territorios; vale decir, unos quinientos mil kilómetros cuadrados, algo superior al nuestro actual, que no llega a los quinientos mil.

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Independientemente de su contenido, me llamó la atención la caligrafía de esos documentos. Una letra bien dibujada, clara, en líneas rectas sobre un papel blanco sin pautar, todas del mismo tamaño, todo pulcramente presentado. Conste que entonces se escribía con una pluma de ave. En España las plumas preferidas eran las de ganso, si bien también podían ser de lechuza, águila, pavo o halcón. Lo cierto es que este instrumento habrá creado enormes problemas en el momento de hacer una buena letra.

Volviendo a las cartas, se encuentran sus originales acompañados de su respectiva traducción, ya que se enviaba al rey la carta original y, para que se enterara de su contenido, la versión al castellano hecha posiblemente por un jesuita español, formado en alguna universidad europea. Pues bien, con frecuencia, la caligrafía del indígena es mucho mejor que la del misionero, lo que hace que la lectura de la primera sea más fácil que la segunda.

Otro aspecto: esas cartas, habitualmente de dos o tres páginas tamaño oficio, están escritas totalmente en guaraní. Estando en Asunción, se las mostré a mi jefe y le dije desafiante: “Por cada palabra en castellano que encuentre, exceptuando ‘rey’ y ‘cabildo’, le doy diez euros”. Mi billetera estaba segura, pues yo ya había verificado previamente esta característica más de una vez. Era difícil de creer esa pureza del idioma.

Ahora viene la pregunta obligada: ¿en qué momento comenzó nuestra decadencia? ¿En qué momento nuestra lengua nativa perdió su capacidad expresiva, la pureza de su vocabulario, su posibilidad de poder expresar todo cuanto rodeaba al escribiente para terminar naufragando en una lengua empobrecida, contaminada por el español al que se echa mano constantemente? Lo que es peor, el guaranihablante recurre al castellano, y el hispanoparlante echa mano al guaraní para llenar las lagunas producidas por una falta de dominio de cualquiera de las dos lenguas. Nos enorgullecemos y decimos hasta el hartazgo que somos bilingües, cuando no hablamos ninguna de las dos. ¿En qué momento se ha producido la ruptura? ¿Y por qué?

Antes que avizorar un mejoramiento del problema y su lenta solución, todo tiende a hacernos pensar que, por el contrario, las cosas se van a complicar mucho más. El deslumbramiento que causa en muchos la aparición de la computadora y una utilización a machamartillo en la educación hacen que se vayan abandonando prácticas que, aunque parezcan anticuadas, ponen en funcionamiento ciertos mecanismos estrechamente relacionados con el proceso educativo. Entre esas prácticas están el escribir a mano, hacer entrar en contacto al estudiante con el papel y esforzarlo a que su caligrafía sea, por lo menos, medianamente aceptable.

Alrededor de los siglos XV, XVI y XVII, los alumnos aprendían a escribir en cuatro tipos diferentes de letra. Al ver los documentos de aquella época, es fácil distinguir esas variedades y los recursos estandarizados a que recurrían para adornar la escritura. Lo único que no quedaba claro todavía era la ortografía, pero no es de extrañar, ya que el castellano era aún muy nuevo y comenzaba a fijarse en obras como “La Celestina” (1499), “El Lazarillo de Tormes” (1554), “Amadís de Gaula” (1508) y “Don Quijote de la Mancha” (1605). Y todas estas obras fundamentales e inmortales, se escribieron a mano.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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