Al regresar a Salamanca (España), donde vivo, me tocó de compañera de viaje una jovencita que estaría rondando los veinte años. En casi doce horas de vuelo hay tiempo suficiente para entablar algún tipo de conversación. Fue ella quien rompió el fuego. Era la primera vez que venía a España y estaría dos meses en Madrid y un mes en Barcelona. Me preguntó si era paraguayo y se me ocurrió decirle que no, que era español y que estaba en viaje de turismo por Sudamérica.
Como iba a ser su primera visita a España, le recomendé que visitara algunas otras ciudades que están cerca de Madrid pues en dos meses de estadía iba a tener el tiempo suficiente. Sacó una agenda donde anotó prolijamente y con buena letra los lugares que yo le iba diciendo: Toledo, Segovia, El Escorial, Ávila... Y de cada sitio, me preguntaba qué era lo importante de visitar. Al final le dije que, aunque le quedaba un poco más lejos, no dejara de visitar Salamanca. ¿Qué tenía que visitar? Comencé por la Universidad. ¿Por qué era importante? Pues porque en el 2018 cumplirá 800 años de existencia. Pero también por sus célebres profesores, comenzando por Elio Antonio de Nebrija, quien no sólo ocupó la cátedra de Gramática y Retórica, sino además escribió aquí la primera Gramática del castellano que fue también la primera gramática de una lengua vulgar y que sirvió de modelo para que se hicieran intentos similares en italiano y en francés.
Evidentemente, le estaba hablando de un tema que no le resultaba del todo claro. Insistí por otro camino. En Salamanca se escribió “La Celestina” (1499), un libro que fue fundamental para la afirmación del castellano como lengua; o bien “El lazarillo de Tormes” (1554), que aportó una nueva palabra al diccionario (lazarillo) y un nuevo género a la literatura universal: la picaresca. Para no parecer un profesor dando una lección de pedantería, suavicé la cosa: “Estos libros los habrás estudiado en el colegio, en la clase de literatura”. Entonces vino lo que no me esperaba: “No, la verdad que no. En el colegio solo vimos dos libros: ‘El Principito’ y ‘El diario de Ana Frank’”. Que quede bien claro: no está mal leer estos libros; lo que está mal es leer nada más que estos dos libros.
Puedo imaginarme las motivaciones del profesor para elegirlos. Lo que no me puedo imaginar es por qué eligió dos obras que originalmente no están escritas en castellano (en francés, la primera; en holandés, la segunda).
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Pienso que la materia de literatura en el colegio debe servir, por sobre todas las cosas, para valorar nuestro idioma, el castellano, conocer las obras fundamentales que enriquecieron nuestra expresión verbal para luego conocer obras fundamentales de la literatura universal; es decir, la escrita en otros idiomas. Si se me permitiera elegir dos autores que han escrito en castellano, pasaría un momento difícil ya que me vienen a la cabeza centenares de ellos. Elegiría, sin lugar a dudas, una de las Novelas Ejemplares de Cervantes, cualquiera de ellas, y para la época actual: “El camino” de Miguel Delibes. Si fuera literatura latinoamericana, “Pedro Páramo” de Rulfo y algún cuento de “El trueno entre las hojas” de Roa Bastos. O bien un cuento de Julio Cortázar (“Torito” o “La continuidad de los parques”) o “Hijo de Hombre” también de Roa Bastos. Podríamos pasar muchas horas, y horas agradables y enriquecedoras, discutiendo qué obra elegir para decirles a los alumnos, a través de ellas: “Esta es la lengua que hablamos; esta es la riqueza que hemos heredado, amémosla, cuidémosla.” Pero pasar tres años de bachillerato y ver nada más que dos libros y escritos en otra lengua, ni en el caso que fueran obras de Joyce y Beckett, es condenar a los estudiantes a la ignorancia y nuestra educación al puesto 140. Buena labor hemos realizado.
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