¡Lenin tenía razón!

Elegido hace menos de un año como mandatario de Ecuador, Lenin Moreno, consideró que la alternabilidad en el poder contribuye a que “nadie se considere un rey”, porque “nadie puede perennizarse en el poder”; y que la grave consecuencia de la reelección indefinida es que con el tiempo “el pueblo se vuelve un borrego”.

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En el 2017 fueron varios los gobernantes latinoamericanos que buscaron de alguna u otra manera continuar en el poder y eso incluyó alterar el orden constitucional como ocurrió en Honduras, Bolivia, Nicaragua y Venezuela. 

Paraguay, donde la Constitución rechaza expresamente la reelección presidencial, no fue la excepción. También hubo un intento, por parte del gobierno conservador, aunque finalmente el plan no prosperó.

En Nicaragua, el socialista Daniel Ortega Saavedra desafió a la Carta Magna para ser reelecto por cuarta vez, con anuencia del Supremo Poder Electoral. Son más de 15 años en el sillón presidencial. Pero, además, abrió de nuevo las puertas a un poder dinástico.

Ironías del destino. Ortega había integrado la llamada “Revolución Sandinista” que derrocó a la dictadura de la dinastía Somoza, cuyo último miembro, Anastasio Somoza Debayle, fuera asesinado en el Paraguay.

Ahora, Ortega gobierna con su esposa Rosario Murillo, como su vicepresidente, a quien busca posicionar como su eventual sucesora, en una minidinastía familiar en el poder.

La misma estrategia jurídica fue utilizada por el presidente de Honduras, el conservador Juan Orlando Hernández, para lograr su reelección, también prohibida por la Constitución. Un fallo de la Corte Suprema le dio el aval para competir por un segundo mandato consecutivo y aunque ganó los comicios presidenciales recientes su victoria aún está en duda, incluso para la comunidad internacional. 

El socialista Evo Morales, que lleva ya tres periodos consecutivos al frente del gobierno boliviano, hizo tabla rasa de la Constitución que él mismo promulgó, para concretar su ambición de seguir en el poder. Recurrió a la justicia, afín a sus intereses, para lograr su habilitación e ir por un cuarto mandato.

El camino de Evo comienza a torcerse en su afán por perpetuarse en el cargo, mientras se observa un peligroso deterioro de la libertad de expresión y de prensa.

Él asegura que “la prensa libre fortalece la democracia... cuando no se presta a la conspiración”. Su gobierno maniobró para incorporar artículos en un nuevo Código Penal que amenazan el trabajo de los periodistas y va en contra de la “Ley de Imprenta”, vigente desde hace casi nueve décadas.

Luego, firmó un decreto con el que obliga a publicar en forma gratuita avisos estatales a todos los medios de comunicación, acción que es vista por la Asociación Nacional de la Prensa de Bolivia (ANPB) y la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) como “asfixia económica” de medios de comunicación independientes y eleva el riesgo de la pérdida de las libertades fundamentales. 

Venezuela dio sus primeros pasos hacia el oscuro abismo del autoritarismo de la misma manera, ya de la mano del fallecido socialista Hugo Chávez. Fue radicalizándose cada vez más con su nombrado sucesor Nicolás Maduro.

En este, otrora país con mayor riqueza de América Latina, pasa por una severa crisis económica y política que parece no tener fin. El ejercicio de las libertades y derechos humanos, entre ellos la de expresión, están limitados, mientras suman cada día los presos de conciencia. Reina la censura.

Como mecanismo de presión a la prensa opositora, el chavismo —o mejor ya el madurismo— ejerce un férreo control en la entrega de papel para los periódicos impresos, además de censurar y clausurar medios de comunicación radial, televisiva e internet.

La excusa de Maduro —quien confabulado con miembros de la Corte Suprema y de la chavista Asamblea Nacional Constituyente lanzó su reelección— es que la prensa maniobra junto con la disidencia para derrocarlo. Mismo libreto usado por Evo.

El presidente Moreno, que convocó a un referendo constitucional para eliminar la reelección indefinida implementada durante el gobierno del también socialista Rafael Correa, mientras destacaba la importancia de la alternancia en los cargos electivos —especialmente el de presidente de la República— dio la respuesta más clara y certera que pudimos oír en estos últimos diez años sobre esa peligrosa figura: “el poder es una droga que embriaga en exceso a la gente y hace que desee tener más cada vez. Y cada vez se vuelven más autoritarios, más confrontadores, más corruptos”.

Y porque más temprano que tarde terminan convirtiéndose en dictadores, sin importar de qué nomenclatura provengan.

viviana@abc.com.py

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