Pitágoras, filósofo y matemático griego (582-507 a.C.), decía: “Existe un principio bueno que creó el orden, la luz y el hombre, y un principio malo que creó el caos, la oscuridad y la mujer”. En 1871 Charles Darwin escribió que “en las mujeres están fuertemente marcadas algunas facultades que son características de algunas razas inferiores y de un estado pasado e inferior de civilización”.
Eulalia Pérez Sempeño y S. García Dauder acaban de publicar un libro que desnuda la arbitraria parcialidad del machismo nada menos que en los científicos. Con el título “Las mentiras científicas sobre las mujeres” recogen enorme cantidad de información que evidencia la escasa calidad humana de los científicos machistas. Antonio Calvo Roy inicia su comentario ante el lanzamiento del libro diciendo: “Lo mejor, a la hora de tomar una pastilla, es ser varón, blanco, de entre 25 y 40 años y de clase media. Sobre este grupo se hacen las pruebas clínicas y se determina la cantidad y la frecuencia de las dosis. De hecho, “hasta 1993 la mayor parte de los programas de investigación con relación con enfermedades cardiovasculares, cancerosas o laborales se había realizado teniendo en cuenta solo a varones, sin incluir a las mujeres”. Es uno de los sesgos científicos que las autoras ponen de manifiesto; uno entre mil. Otro más: “Los efectos secundarios de los métodos anticonceptivos tolerables en mujeres, son intolerables para los hombres”.
Pérez Sempeño y García Dauder van deshaciendo en el recorrido del libro prejuicios y falsos estereotipos sobre la mujer, que han quedado en el imaginario social a través de los años a partir de mentiras instaladas por científicos machistas. Todavía quedan en el flujo cultural expresiones despectivas para las mujeres atribuyéndoles menos capacidad intelectual que a los hombres o considerándolas “sexo débil” o afirmando que su cerebro tiene menor tamaño que el de los hombres, etc.
El machismo de algunos científicos llega hasta el extremo de publicar tesis que pretenden justificar las violaciones sexuales por parte de los hombres. El biólogo Randy Thornill y el antropólogo Craig Palmer publicaron el año 2000 el libro “A Natural History of Rape” defendiendo la tesis de que los hombres violan a las mujeres por estrategia reproductiva evolutiva, es decir, porque de otro modo no podrían tener éxito reproductivo de propagar sus genes. Increíble afirmación que no explica (como argumentan las autoras del libro) por qué hay hombres que violan a niñas y mujeres mayores que no están en edad fértil, e incluso a niños y varones entre sí.
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En el ámbito de la ciencia, las mujeres han sido frecuentemente relegadas o ignoradas. Todos reconocemos la genial inteligencia y sabiduría de Albert Einstein, pero no somos capaces de reconocer lo que significó para él y su teoría de la relatividad el aporte excepciona que le dio su primera esposa Mileva Maric, excelente profesora universitaria de Matemáticas, que enseñó y ayudó a Einstein para sus complejos cálculo que necesitó en su teoría de la relatividad. La superdotada inteligencia de Einstein no pudo desmontar su machismo, que ha quedado reflejado en la famosa “carta ultramachista”, que le escribió a Mileva en 1913.
Tampoco faltan las injusticias en perjuicio de las mujeres. En 1967 Jocellyn Bell descubrió los púlsares. El descubrimiento mereció el Premio Nobel de Física, pero en 1974 no se lo dieron a ella, sino a Antony Hewish, el tutor de su tesis doctoral, quien no tuvo honestidad para reconocer la verdadera autoría del descubrimiento. Afortunadamente desde la biología, genética, neurología y psicología actualizadas hay quienes hacen justicia para las mujeres.