Mala sensación de que cualquiera puede ganar

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Los candidatos que hasta ahora asoman con posibilidades para el 2018 despiertan reacciones más de asombro y escepticismo que de algo parecido al entusiasmo popular. Se evidencia, como nunca, la ausencia de liderazgos genuinos y, más preocupante aún, se nota la falta de opciones reales y de un debate serio sobre cuál es el modelo de país que quieren los paraguayos. En este escenario, da la sensación de que cualquiera podría ganar.

A juzgar por la oferta electoral que algunos partidos presentan, o que al menos buscan, parece que la cualidad mejor apreciada de un candidato es el de la novedad.

En el oficialismo, el presidente Horacio Cartes sorprendió a propios y extraños presentando un candidato inesperado: su joven ministro de Hacienda Santiago Peña lo que, como mínimo se leyó como un portazo a la dirigencia política del añejo partido de Bernardino Caballero.

El senador colorado Juan Carlos Galaverna dijo que el eventual triunfo de Peña significaría el fin del sistema de partidos políticos. En todo caso, habría que hacer notar que este final comenzó antes, cuando los partidos eligieron poner su organización y estructuras a disposición de candidaturas extrañas a sus filas.

A Peña se lo ha querido comparar con el mismo Cartes, dejando de lado que no cuenta ni por asomo con el poderío económico y la experiencia empresarial que el mandatario. También se lo ha querido asociar, por su juventud, con Emmanuel Macrón, flamante presidente de Francia y, tal vez, se lo podría querer comparar con el presidente de EE.UU. Donald Trump, por surgir como un candidato en contra de la dirigencia de su partido. El “pequeño” detalle es que estas figuras se inventaron a sí mismas y no fueron digitadas por el capricho de un jefe que les dio su bendición.

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La candidatura de Peña motiva en estos días el surgimiento en el oficialismo de un frente de dirigentes políticos que intentarán una “última y heroica resistencia” a la “comercialización” de su partido. La disputa promete ser interesante y, posiblemente, hará historia.

Peña mismo se ha referido a su figura como la de una “oferta electoral”, consciente de su condición de producto a ser vendido a un público que se espera esté anestesiado y bloqueado por sus necesidades y sus temores, en un escenario regional y mundial que los medios, en general, pintan como caótico y peligroso.

El candidato oficialista se oferta con una doble cualidad: la de la novedad pero, al mismo tiempo, la predecibilidad, al ser el continuador de una política presuntamente eficiente y “desidologizada”.

Curiosamente o no, casi todos los candidatos que se presentan como opciones al cartismo, tanto colorados como opositores, no se plantean como modelos antagónicos en término de proyecto político, económico o social. En realidad, ni siquiera plantean nada distinto, sino solamente hacer lo mismo, pero “mejor”.

Los partidos de oposición, a esta altura, se debaten en la necesidad de encontrar una figura atractiva y aglutinadora, más allá de propuestas innovadoras y, mucho menos, revolucionarias.

Temas como la desigual distribución de la tierra ocupada cada vez más por extranjeros, la expulsión de los campesinos a las zonas urbanas, la creciente presencia del narcotráfico en el escenario político y cotidiano, la inseguridad en el campo y las ciudades, la mala calidad de la educación pública en todos sus niveles, la pauperización de la atención de salud, entre otras necesidades, no forman parte, hasta ahora, del debate político y, aparentemente, se discutirán (si se discuten) solo como una cuestión periférica y no central.

Las posibilidades de optar por los cambios que se necesitan en el país solamente serían posibles con el surgimiento de una mayor conciencia ciudadana cosa que, evidentemente, desde ciertas élites económicas y políticas, se querrá evitar.

mcaceres@abc.com.py