Turbas y patoteros hay en todos lados, y sabemos de su peligrosidad, en especial cuando bajo el efecto de alguna droga o bebida espirituosa, se envalentonan y en su enardecido actuar llegan incluso a segar vidas.
Esto le sucedió a Rafael Esquivel, alias Mbururu, quien llegó a la capital del primer departamento con su cargamento de aerosoles con el propósito de pintar –junto al abogado Paraguayo Cubas– las casas de los políticos corruptos. En la mira de sus latas estaban, entre otros, el ministro de la Corte Suprema de Justicia Miguel Óscar Bajac y Ramonita Mendoza (PLRA).
La insólita manera de protestar de Mbururu y Cubas –y también Celso Miranda, alias Kelembu, en su momento– tuvo sus prolegómenos en Ciudad del Este, capital del Alto Paraná, cuando irrumpieron en una institución pública para escribir leyendas en las paredes, como forma de llamar la atención sobre casos de corrupción en la Comuna esteña administrada por Sandra McLeod de Zacarías.
Luego se trasladaron a Asunción con el mismo objetivo. En ambos casos, Miranda y Cubas fueron a dar con sus huesos en la cárcel, convirtiéndose en los presos políticos de la era democrática. Menuda paradoja.
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Casualmente, fueron acusados de patoterismo, entre otros cargos. Y así tan sorprendente es la justicia paraguaya y el sistema de seguridad que, para impedir que un hombre como Paraguayo Cubas aborde un colectivo en la capital del país, Cartes había ordenado que una dotación de cascos azules desviara el tránsito y otro grupo más reducido pyragüeree filmándolo a su paso por la capital del país.
La Policía Nacional en Concepción, además de carecer de armas adecuadas, también sufre una especie de extraña miopía, que le impidió ver que una turba de patoteros de aproximadamente dos docenas de hombres cometía la gravísima falta de amenazar de muerte a un, como ellos llaman, “simple grafitero” y lo largaban a su suerte enfrentando todo tipo de riesgos en una zona que ya, de por sí, es considerada roja por ser de influencia del EPP. Impunemente, la turba motoca echó a Mbururu de la ciudad.
La Policía Nacional y el Gobierno no saben distinguir lo que es el verdadero peligro de muerte de una simple expresión artística. Así las cosas, entendemos por qué el Paraguay está como está, un país en el que es más peligroso que dos “locos” recorran para señalar a los corruptos, que una turba ponga en riesgo de muerte a un par de artistas grafiteros.
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