Lo que está ocurriendo en el Reino Unido no está demasiado lejos y es posible que suframos los ramalazos económicos según lo adelantó ya el Fondo Monetario Internacional. Es importante fijarse en todo el proceso que se desarrolló hasta llegar al referéndum y sus consecuencias. El populismo –una enfermedad crónica en Latinoamérica– la falta de escrúpulos en los políticos, la mentira descarada, las promesas imposibles de cumplir y una política hecha con base en eslóganes y no a programas claros y desarrollables, son algunas de las características de esta crisis. Se ha llegado al punto de que hay gente que pide una nueva consulta mientras unos cien mil londinenses firmaron un pedido de iniciar un movimiento de independencia de Londres del resto del Reino Unido; un imposible, claro está, pero que describe el estado de ánimo de muchos.
La campaña liderada por Nigel Farage, cabeza visible del no a Europa, se basó principalmente en la idea de que, según sus cálculos, la Unión Europea “le roba” 300 millones de libras semanales a Gran Bretaña. Después del triunfo de su campaña, cuando los periodistas le preguntaron en qué momento se iba a destinar ese dinero a la salud pública, a la educación, a crear empleos, negó rotundamente haberlo dicho nunca. Cuando le mostraron los carteles colocados incluso en el interior de los autobuses dijo que “se habían equivocado”.
El primer ministro David Cameron, que había prometido poner en acción el corte con la Unión Europea al día siguiente del referéndum, se limitó a renunciar al cargo y dejar que su sucesor se haga cargo de la ruptura el próximo mes de octubre. La promesa de cortar el libre tránsito de personas de los países de la Unión Europea no se podrá realizar si Gran Bretaña desea seguir teniendo acceso a la circulación de bienes, un vínculo que le interesa en extremo, ya que el 49% de sus exportaciones son a los países del continente. La amenaza que millones de turcos podrían trasladarse a Gran Bretaña en el momento que Turquía ingrese a la Unión Europea es un fantasma agitado por los xenófobos antieuropeístas, ya que si bien Turquía está en la cola de espera para ingresar, al igual que otros países como Albania, Serbia, Montenegro y Macedonia, por el momento dicho ingreso no se avizora ni siquiera en lontananza.
La promesa que se bajarán los impuestos fue desmentida puesto que al producirse el corte se perderán muchas subvenciones que el Gobierno inglés no podrá cubrir, con lo que ya se anunció que habrá un aumento de impuestos. A los pescadores, que se sentían perjudicados por la política económica europea y que votaron en masa a favor el Brexit, se les informó que el corte demandará años y años en recuperar la libertad absoluta de pescar las cantidades que quieran. Para más inri, en todo ese tiempo dejarán de percibir los subsidios que recibían de la Unión Europea. Es lo que se dice, saltar de la sartén para caer en el fuego.
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Mientras tanto, se multiplican las manifestaciones de xenofobia no ya solo contra los inmigrantes de Oriente Medio, Irán, Pakistán, sino contra todos los ciudadanos comunitarios con los polacos a la cabeza, lo que hizo que el Gobierno de Polonia le manifestara a Londres su preocupación. Y como si todas estas mentiras fueran poca cosa, los ingleses, desde la reina Isabel II para abajo, no tienen ni la más pálida idea de qué hay que hacer para producir dicho corte. Tal es el grado de improvisación que muestran los políticos. Por eso me pareció sumamente ilustrativo el cartel que sostenía un joven que protestaba contra el Brexit en pleno centro de Londres: “Los políticos son como los espermatozoides: solo uno entre un millón se convierte en ser humano”.
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