Militancia vs. idoneidad

“No se metan en política”, nos aconsejaban nuestros mayores, con un tufillo platónico, como queriéndonos proteger de una catástrofe anunciada.

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Nuestra historia política contemporánea les da toda la razón. Gentes más capacitadas nos habían asegurado que “las naciones tienen los políticos que se merecen”. La verdad es que los políticos son el espejo de la sociedad y, paradójicamente, lo opuesto también es cierto. La sociedad es un espejo de sus políticos. Una pregunta meramente retórica: ¿Es posible una auténtica política sin una auténtica ética? En medio de un Paraguay sumido en la más burda corrupción administrativa –ni al fútbol se le exoneró– la respuesta es otra pregunta: ¿Existe en el universo político un problema que no sea, en esencia, un problema ético? Los gobiernos en manos de militantes no fueron necesariamente de un pacto con la decencia y la eficacia. Solamente es posible vivir una nueva política a partir de valores y causas comunes. En todos estos años en que se trató de conjugar la vocación política con la responsabilidad de una función pública, aprendimos con amargura y anónimas satisfacciones, una decisiva diferencia: o se vive para la política o se vive de la política. Indudablemente que el poder tiene una enorme fascinación cosmética, la tensión permanente entre opciones morales, el dinero fácil, la falsa conciencia de ser superior a los demás. ¡Qué irresistible debe ser la tentación invisible de embriagarse allá arriba! El político de raza debe saber escoger entre la épica y el sainete, el dar y el venderse, la historia y la historieta. Y ciertamente que los años de militancia no es ningún certificado de buena conducta. La reconstrucción de la política no es una cuestión de color, de polca o de la hueca militancia política que no dejan la mínima ranura para que pueda filtrarse sangre nueva, ideas e ideales renovados. Implica, sí, cambiar de torre para poder ver el mundo, modificar el prisma para no caer en la trampa del mesianismo, evitar la cómoda tarea de arrojar debajo de la alfombra las lacras de nuestra política partidaria. Es posible vivir una nueva política a partir de valores y causas comunes.

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