Mimados y mamados

De muy joven vi en varias ocasiones el tirarse piedras o cualquier cosa que sirviera de arma en un campo de fútbol o de cualquier disciplina deportiva. Ocurría antes, durante o después de cualquier encuentro deportivo. Hoy las pedradas fueron sustituidas por cuchillos y armas de fuego. El tirarse con piedras es cosa muy vieja y gastada y todo el mundo cree y quiere no tener pecados.

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De tan frecuente se hizo también tradicional el tirar piedras y cascotes a los medios de transporte –ómnibus, coches y camiones de carga– que acarreaban a los aficionados que visitaban los pueblos ajenos. Esto pasaba cuando guaireños visitaban la ciudad de Coronel Oviedo y los ovetenses también recibían las caricias en la ciudad de Villarrica. 

Después los ánimos se calmaron y los encuentros se redujeron a meras contiendas deportivas, pero siempre con la marca registrada de ser Ovetense-Guaireña, el Cerro Porteño-Olimpia del interior del país. Ambas selecciones volvieron a encontrarse en el torneo de la Intermedia y sin que ningún centro hospitalario tuviese que recibir a contusos y heridos en Villarrica ni Coronel Oviedo. La civilización llegó después de unos buenos años para entender que el fútbol debe ser una riña divertida y no una roña luctuosa. 

Ocurren a menudo las trenzas deportivas. Los programas televisivos suelen acercarnos las imágenes de una verdadera guerra que, al escenificarse en un campo deportivo, no puede ser otra cosa sino una batalla campal. El paraguayo no se muestra ajeno a las ganas de pelear que siempre tiene y con tan solo el “mba’eiko la re’uséva” se originan grescas y velorios en una partida de truco al gasto, carreras de caballos, riñas de gallos, fiestas patronales y en las que no hay patrones, en los accidentes de tránsito si es que no mueren los que chocan y durante los encuentros de fútbol. Las convenciones de un partido político criollo también terminan con cada trenza, reyerta, trompadas y sillas voladoras en cabal demostración de que los correligionarios, últimamente, tienen la última mente. 

La pérdida del partido, la supuesta mala actuación y compra del árbitro, el empate o la victoria o el simple ver una camiseta contraria suelen ser las buenas motivaciones para dar génesis a cualquier pelea que de estúpida no tiene ningún desperdicio. El país tiene registrada una buena cantidad de batallas, sobre todo, futboleras. 

En un país civilizado como Inglaterra era pan diario ver a las barras bravas romper todo a su paso, destrozar lo que alcanzaban y pelearse en las canchas de fútbol. Esas batallas terminaron después de un largo batallar con la justicia, la policía, con los clubes y con la cognición de entender que en un encuentro deportivo no siempre se gana y que debe servir para divertirse y relajarse. Hoy sus estadios para el fútbol ya ni cercados tienen ni alejados están los atletas de los fanáticos. 

Nosotros sí estamos cada vez más alejados del raciocinio. Las barras bravas subvencionadas por los mismos dirigentes de los clubes deportivos hacen lo que les parece que está bien. Luchan entre ellos mismos por la supremacía, por la droga, por la hamburguesa, por la bebida alcohólica y por ser el más bravo de la barra. 

La barra del Olimpia quedó embarrada el pasado domingo 8 de octubre en Pedro Juan Caballero con heridos graves y 400 detenidos al pelearse entre ellos y que alcanzó a pedrojuaninos, quienes, cansados de escuchar disparos en cualquier calle de la ciudad, debieron también atemorizarse en una cancha de fútbol. 

Sigue el vandalismo y solo falta que los dirigentes, algún policía o milico desplieguen paraguas para que no se moje ningún barra brava en una cancha de fútbol y en un día de lluvia. Son los mimados y viven mamados...

caio.scavone@abc.com.py

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