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Fue la bula Ineffabilis Deus, promulgada por Pío IX, el 8 de diciembre de 1854, la que estableció formalmente el dogma de la inmaculada concepción. Nació con una dificultad grave al no crearse un símbolo visual para representarlo, lo cual, según veremos, fue una omisión prudente.
Este problema ya fue planteado en el antiguo y violento enfrentamiento entre la iconodulía y la iconoclastia, o sea, entre los que deseaban representar los seres y acontecimientos sobrenaturales con imágenes y los que no lo admitían. Pero en el segundo concilio de Nicea (787), los primeros vencieron a los segundos y, desde entonces, todas las personas sobrenaturales y algunas ideas religiosas son simbolizadas con iconos, figuras muy útiles para solventar visualmente la veneración popular. La Santísima Trinidad, una entidad substancialmente abstracta, por ejemplo, a menudo tiene que ser representada por un triángulo con un ojo humano en el centro.
Pero intentar expresar con un objeto físico el misterio de la inmaculada concepción es inútil, además de erróneo. María no es la inmaculada concepción, sino su resultado. Lo que puede representarse gráficamente es la concepción de María, vale decir, el momento en que el espermatozoide del papá de María alcanzó su meta en el útero de la mamá de María. Para mayor enredo, María también fue agraciada con otra inmaculada concepción, la de Jesús, que se conmemora el 25 de marzo, bajo el nombre de la Anunciación.
Si los iconoclastas hubiésemos triunfado, en el siglo VIII, hoy no habría necesidad de encarar la embarazosa tarea de representar a un espermatozoide asociándose a un óvulo para producir la concepción de una persona excepcional. Es comprensible que quienes establecieron este dogma de fe no hayan querido crearle una representación visual; pero entonces, el pueblo creyente, que necesita una imagen para la liturgia, acabó por confundir el acto de la concepción con su resultado. Esto hizo que la fecha del 8 de diciembre equivocase su sentido, convirtiéndose en otra conmemoración de la Virgen misma, una más, como tantas del año todo.
Las cuestiones teológicas suelen ser, desde luego, bastante confusas; más aún si tratan de dogmas de fe, acerca de los cuales no se permite ser muy curiosos. Lo positivo y práctico de la dogmática es que a nadie le importa mucho comprenderla. Por lo demás, un buen misterio requiere ser equívoco; de hecho, el mejor de todos es precisamente el que sea más absurdo. En definitiva, generalmente la gente respeta más lo que no entiende. Lo abstruso, lo irracional, gozan de un atractivo especial. He aquí, tal vez, por qué los textos a los que se llaman sagrados eluden cuidadosamente incurrir en claridad y sencillez.
Desde hace miles de años los seres humanos rendimos culto a entidades sobrenaturales que no vemos ni palpamos, por lo que requerimos que la iconología y la mitología vengan en nuestro auxilio; no nos aclaran la mente pero emocionan y, a menudo, inspiran obras de arte maravillosas, como las de Koki Ruiz, que, precisamente, opina que “en el Paraguay hay muy poca gente católica ‘racional’ que piensa en los evangelios o en lo que dice el Papa”. (http://lafabricadelaspalabras.com/embajadores-paraguay-koki-ruiz/#comment-530).
En definitiva, cada 8 de diciembre, los concurrentes a Caacupé van a rendir culto a la Virgen y no a la Inmaculada Concepción. Se trata de una confusión que, no obstante, tiene a todos sin cuidado. Se dice por ahí que no es muy conveniente andar destapando los arcanos de la religión. En estos casos, como en tiempos de los Padres de la Iglesia, la ignorancia deviene una gran virtud.
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