No basta administrar la miseria

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El país hace aguas todos los días. El estado de emergencia es tal que duele. Contrariamente a las promesas de cambio fácil, la tarea de transformación requiere de una movilización extraordinaria de fuerzas en un país donde casi todo se hizo a espaldas de la mayoría de su gente, hasta  negársele el uso de su idioma en instituciones públicas.   

A 21 años de la retirada de Alfredo Stroessner, en este período las bases de legitimación del orden creado por su régimen se han ensanchado poderosamente, ampliándose su modelo económico y pluralizando su modelo de acceso al aparato estado.   

Recordemos algunas características del régimen stronista: utilización del Partido Colorado como base de promoción económica y social; liberación del territorio paraguayo para el tráfico de drogas, armas y todo tipo de mercancías; promoción de la exportación de carne y granos no procesados: soja, trigo, algodón... y la baja tasa arancelaria para la importación.   

Para qué arriesgar capital en infraestructura, personal, pagar seguro médico, si es tan fácil traer de afuera todo, dejar un poco acá, en el país, y luego meter a mercados tan amplios como el brasileño. Y si es mejor tirar granos, comprar venenos, fumigar desde arriba, esperar que florezca y cosechar con tractores para luego enviar en bruto la mercadería a través de, principalmente,  capitales radicados en Brasil, para qué hacer otra cosa si, además, en cada 500 hectáreas se necesitan solo dos o tres jornaleros.   

La apertura política  nos agarró en el juego intenso de los centros de poder de despojar al Estado de sus empresas. Acá se rifaron la línea aérea, la Flota Mercante del Estado, se dejó caer, sin reconversión, el tren, se vació hasta casi rematarse la telefónica y el banco obrero (BNT) se quebró con un vaciamiento premeditado.   

El período neoliberal se llevó lo poco que como Estado se había conseguido en infraestructura de contención. En contrapartida, todos los intereses particulares crecieron. Las corporaciones privadas se fueron comiendo casi todo alrededor.   

Es más, en algunos ámbitos propios del Estado este subsidia la renta privada proveyendo seguro médico y becas a hospitales y universidades privados en detrimento de la salud y la educación públicas.   

En tanto, crece la expulsión del campo, se amplía el territorio de la soja y el ganado muy cerca de los latifundios del tráfico, sin impuestos de exportación y manteniendo el arancel bajo a la importación de mercaderías: estas cosas hacen que todo el mundo urbano parezca un mercado ambulante y en el sector rural amanezcan territorios sin horizonte humano y forestal.   

Es este orden el que administra el gobierno del presidente Fernando Lugo. Y es este orden el que se encubre por todos lados, ubicándose como temas "reales" un puñado de gente que secuestra, los crímenes entre pobres y las estupideces cotidianas que sus defensores escupen en el Parlamento, en el Ejecutivo, en el Poder Judicial.   

En el 2008, en el desahucio la gente vio en el cura una salvación providencial. Pero la realidad material no se mueve por administración del orden sino por un proyecto superador sustancial de dicho orden.   

A los amagues iniciales sepultados, este gobierno camina en lo que queda de su período hacia la gobernabilidad; buscando buenas paces con los elementos de mayor peso de dicho orden para terminar el mandato.   

Simbólicamente seguirá con algunas vagas ideas de redención de los históricos males, pero en la práctica cada acción le acercará más hacia el mantenimiento del estado de cosas descrito.   

Ante la inmovilidad del orden, se recrea en la gente la sensación de que todos los actores públicos son iguales, aun existan avances importantes en diversos aspectos de la gestión estatal.   

En la dirigencia de diversos sectores hay mucha gente que negocia con el status quo o sigue creyendo que algunas cosas importantes pueden avanzar administrando mejor el boliche de un país devastado. En la gente de buena voluntad puede ser un error de cálculo, pero entre los que históricamente viven de este orden, claro está, es un festín: Las fortunas malhabidas siguen impunes, el latifundio rampante, el tráfico aéreo libre y los peligros reales son los guerrilleros y los pobres que generan inseguridad. 
 
El desafío para el pueblo sigue igual, como antes: asumir la dirección de la historia esta vez superando el falso dilema de buscar buenos administradores de un orden saqueador. En ese sendero podríamos también superar la bastarda idea del cambio como mágica solución de nuestros dramas. Amén.
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