Es por eso que hoy quiero hablar de uno de esos temas: el problema educativo, que en el Paraguay no podemos permitirnos el lujo de dejar de atender, más aún, cuando es evidente la voluntad de la gran mayoría de las autoridades académicas y nacionales de encontrar excusas, dilaciones y cortinas de humo para no atender los reclamos de los estudiantes. Las autoridades de la UNA parecen más propensas a heredar el “negocito” de Froilán Peralta, que a emprender una reforma.
De hecho, esta semana se ha producido nuevamente, como era de esperar, un incremento importante de las protestas en la Universidad Nacional; nueve facultades están otra vez en paro total y varias más, aunque mantienen la actividad académica, en paro activo. Los alumnos volvieron a rodear el Rectorado.
Digo que era de esperar una reacción así, puesto que prácticamente ninguno de los reclamos formulados durante la gran rebelión estudiantil del año pasado se ha atendido. Las promesas de reforma resultaron ser solamente triquiñuelas para calmar los ánimos y desmovilizar al alumnado.
A la hora de la verdad ni siquiera se trató el Estatuto Universitario pactado con los estudiantes, sino otro destinado a que todo quede igual a lo que estaba, que apareció de la nada a último momento, maniobra más digna de politiqueros de cuarta que de autoridades académicas.
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Que los estudiantes tienen razón en sus reclamos no tiene discusión. Además de los evidentes problemas de corrupción, en materia de calidad, desde la educación primaria a la formación universitaria, el sistema educativo paraguayo es territorio de desastre.
Me he tomado la molestia de buscar algunas de las evaluaciones internacionales sobre calidad educativa y en todos los listados sin excepción, ya sean de nivel primario, secundario o superior, el Paraguay aparece en los últimos puestos y en algunos simplemente en el último lugar absoluto.
¿No se les cae la cara de vergüenza a las autoridades académicas? Tal parece que no; tal parece que no tienen la conciencia o no les importa estar destruyendo la enseñanza y, con ella, el futuro de sus estudiantes. De hecho, las evaluaciones del 2016 son peores que las del 2015 y las del 2015 peores que las del 2014. Vale decir: la educación paraguaya no solo está mal, sino que empeora significativamente cada año.
En mi juventud me ganaba el sustento como docente secundario, más tarde tuve una breve, pero intensa experiencia como docente universitario en la Facultad de Filosofía; así que he conocido las penurias del profesorado, las limitaciones de las instituciones de enseñanza. Pero al menos, incluso en el marco de una dictadura, que prohibía al profesorado “contrera”, había una voluntad de enseñar y mejorar, que a la vista de las protestas de los estudiantes y de las cifras de las instituciones internacionales que evalúan los resultados del sistema educativo, hoy no existen.
Países más pobres que el nuestro, tienen más y mejor formación para sus nuevas generaciones; porque invierten en educación y no tienen, por ejemplo, meses dando vueltas a una ley de emergencia educativa que debiera haberse aprobado de inmediato.
A la larga, son esos países los que prosperan porque el progreso de las naciones es proporcional al progreso de sus ciudadanos, y ese crecimiento personal depende, hoy por hoy, más que en ninguna otra época de la historia, de la formación promedio que reciben sus jóvenes.
¡No olvidemos a los estudiantes! No debemos perder de vista que es nuestra obligación de ciudadanos respaldar a esos jóvenes que claman por aquello a lo que tienen derecho y se les está negando: una buena formación.
rolandoniella@gmail.com