Orográfica doncella

SALAMANCA. Nada más ver la fotografía me invadió el desconcierto pues a pesar de mi edad mantengo en buen estado de conservación la capacidad de asombro. Se la veía nada más que de cara, de cutis blanquísimo, los cabellos rubios, los ojos grandes y claros, las mejillas y la frente “artísticamente” pintarrajeadas y en lugar de llevar “vincha como el benteveo, y penacho como el cardenal” (¿se acuerdan de estos versos del poeta uruguayo Fernán Silva Valdés en el libro de lectura del cuarto o quinto grado?), cadenas doradas le surcaban la frente.

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Por si no lo adivinaron todavía, se trata de una cantante famosísima en todo el mundo, premiada en los mejores festivales que hay en toda la Tierra; encarna ella los valores inmortales de la raza guaraní. Se llama Giuli Mendizza por si alguien escuchó hablar de ella. No escuché la música, pero leyendo la letra no hay lugar a dudas que la composición le pertenece por completo. Por si fuera poco, el artículo que busca transmitirnos la trascendencia de su arte, dice que “con el objetivo de revalorizar la cultura paraguaya en su totalidad, realzar la figura de la mujer paraguaya y sobre todo las raíces indígenas de nuestro país” esta artista compuso este tema que “además de vigoroso resulta revolucionario pues también reivindica el poder del pueblo paraguayo ante arbitrariedades como la corrupción”.

Me imagino que para reivindicar la cultura paraguaya “en su totalidad” habría que comenzar por lo menos por el “Ayvu Rapyta” de los mbya-guaraní hasta terminar en las pinturas de Carlos Colombino, los libros de Roa Bastos y las composiciones de Luis Szarán. ¿O ellos no forman parte de la “totalidad” de la cultura paraguaya?

Lo de “tema vigoroso y revolucionario” se podría perdonar considerando la juventud de la artista y del autor del artículo porque no conocieron los años de “pólvora y plomo”. A decir verdad, las últimas canciones realmente revolucionarias que se escribieron fueron los corridos de la Revolución Mexicana y las canciones de la Guerra Civil Española. Ellas eran cantadas por los soldados para darse ánimo mientras iban al combate. Para canción vigorosa: “La cucaracha” y en un tono un poco inferior “Adelita”. Allí iban esos hombres sucios, harapientos a luchar, a dejar la vida por una idea que, quizá, ni siquiera la comprendían del todo. O bien en España, “Ay Carmela” (¡Rumba la rumba la rum bam bam! / Una noche el río cruzó, / ¡Ay, Carmela, ay, Carmela! / Y a las tropas invasoras / ¡Rumba la rumba la rum bam bam! / Buena paliza les dio), o bien “Venga jaleo, jaleo, ya se acabó el alboroto / y ahora empieza el tiroteo”.

Me parece un tanto difícil ir al combate dándose valor los combatientes cantando “Recuerdos de Ypacaraí”. No digo que sea mala, solo que hay que poner las cosas en su lugar y no magnificarlas. En un momento dado, la canción de esta reivindicadora de la “totalidad de nuestra cultura y de la mujer paraguaya” dice: “Somos hechiceras, al son de mis pechos te vas a enamorar. Tengo sangre de un león, una flecha y el arco” (¿?). Terminamos una vez más dependiendo de las tetas femeninas. ¿Y la reivindicación?

Independientemente de tantos premios y laureles por la reivindicación del indígena guaraní, ¿qué pasó con aquel anciano nativo que fue exorcizado por un pastor evangélico y rotas todas sus pertenencias porque eran cosa del diablo? ¿No habrá alguien que lo reivindique y lo proteja de los enviados de Dios aunque no tenga “pechos que enamoren”?

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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