Pactando con el diablo

SALAMANCA. La senadora Mirtha Gusinky parece decidida a pactar con el diablo si esto fuera necesario, porque según su creencia, es lo que se usa en la vida política. Esto es verdad dentro de esta política abyecta, degradada, ignominiosa que se acostumbra hacer en nuestros países dominados por gobiernos populistas, esa forma indigna que se ha puesto de moda y que aparecen como hongos alrededor de todo el mundo con Donald Trump a la cabeza, seguido de cerca por Nicolás Maduro, la expresidenta Cristina Kirchner, Lula da Silva, Morales, Correa y tantos otros, sin olvidar a Putin, el nuevo zar de Rusia, y la primera ministra inglesa Teresa May. Si no están todos, dejo la lista abierta para que no sea una lista sábana.

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En estos regímenes no se ve con malos ojos pactar con el diablo porque, por encima de todos los intereses, están los intereses del pueblo; “de esos obreros a los que tanto amo”, acostumbra decir Trump cada vez que quiere justificar alguna medida impopular.

Las desafortunadas declaraciones de la senadora Gusinky son parte de ese intento innoble de querer convencernos de que en nombre de la política se puede hacer cualquier cosa, que todo es válido, que todo está permitido, incluso violar la Constitución, hacer tabla rasa de las leyes, inventar nuevas leyes con tal de mantener el poder en las manos.

En un sistema político sano, maduro, inteligente, nadie pacta con el diablo. Hay líneas claras que tienen que ver con la ética que no se traspasan, a no ser que se quiera correr un grave peligro. Los pactos con el diablo nunca terminaron bien. Podemos comenzar con el “Fausto” de Goethe y terminar con el Marqués de Villena, quien burló al diablo en la famosa Cueva de Salamanca, a mediados del siglo XIV, pero a costa de haber perdido para siempre su sombra. Fue tan difundida la historia en su época, que la palabra pasó a América de mano de los conquistadores, y terminamos llamando “salamanca” a las cuevas o sitios lúgubres, sombríos, tétricos.

Pensando que en política todo vale, aparentemente Trump recurrió a los rusos para ganar las elecciones, aunque esto no se haya podido probar todavía, pero por allí va la cosa. Y en el Reino Unido, Teresa May ha debido hacer alianza con un partido ultraconservador, ultraprotestante, ultraintransigente de Irlanda del Norte para poder formar gobierno. Y ya desde Irlanda del sur le reclaman que está rompiendo el famoso Acuerdo de Viernes Santo (10 de abril de 1998), que puso término a la guerra que durante décadas enfrentó a irlandeses del norte con irlandeses del sur. La decisión de May, inspirada tal vez por aquello de que en política todo vale, y necesitaba esos votos para formar gobierno, no hace otra cosa que poner en peligro la paz lograda por dicho acuerdo.

Mientras sigamos insistiendo en esta idea de que en política vale todo, será difícil que podamos institucionalizar el país. El panorama actual es sencillamente bochornoso. Los gobernantes se han saltado todas las vallas que ha puesto la Constitución para lograr un sistema de gobierno armónico, ordenado, justo, equilibrado, con sus tres Poderes independientes, de modo que cada uno se constituya en controlador del otro. Todo esto se ha tirado por el suelo y, lo que es más grave, nadie parece escandalizarse por ello. La justicia utiliza su espada para cortarle la cabeza a quienes no simpatizan con el régimen. Y los ciudadanos hemos debido aportar, a través de nuestros impuestos, millones de dólares para construir un edificio de cuestionable buen gusto para que los legisladores terminen sesionando en cualquier parte, en pequeñas habitaciones herméticamente cerradas, de modo que nadie sepa qué tratan, qué discuten ni en qué me puede beneficiar lo que decide un grupo de personas que, en la teoría, me están representando.

Yo no quiero ser representado por personas que piensan que es lícito pactar con el diablo. Quiero gente que pacte con su semejante, cosa que resultará bastante difícil en este Poder Legislativo que tenemos, con su nuevo presidente que es un obispo apóstata. ¿Qué confianza me puede merecer alguien que ha mentido a su patrón cuando ese patrón era nada más y nada menos que Dios?

Creo, después de todo, que la señora Gusinky no está totalmente descaminada, ya que ha puesto en evidencia la calidad de la política que ejercen nuestros gobernantes: una política ignominiosa y degradada, en la que, por encima de toda ética, está el pacto con el diablo.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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