En poco más de una semana, el presidente de la República, Mario Abdo Benítez, ha cometido dos errores; errores muy serios. El primero fue el haber mirado hacia otro lado cuando debía asumir una posición clara sobre la expulsión del entonces senador Dionisio Amarilla. La oposición –la que tiene dentro de su propio partido– vio el arco libre y metió un gol que nadie se esperaba. Menos el primer magistrado.
De un tiempo a esta parte todo lo que se hace es bajo el paraguas, por cierto enorme, del llamado “pacto de gobernabilidad”, conocido también como “pacto Abdollanocartista” pues lo forman el grupo de Mario Abdo Benítez, Blas Llano y Horacio Cartes. Se trata de maquillar esta unión que nada tiene de transparente, que el Poder Ejecutivo logre un acuerdo con los grupos opositores para poder gobernar. Lo primero que extraña es que los tres forman parte del mismo partido, ya sea de manera clara y abierta, o de manera oculta como el caso de Llano que, si bien dice pertenecer al PLRA, ha venido actuando desde tiempo atrás, de acuerdo a la partitura que le toca el gobernante de turno.
Los derrotados cartistas amenazaron con bloquear en el Congreso todas las propuestas que envíe el Gobierno. Y los demás se lo creyeron. Esta es una amenaza sin sustento ya que todos aquellos proyectos que tengan que ver con necesidades de la ciudadanía, si son bloqueados sólo lograrán el rechazo generalizado. Mucho más aún si se ve que tal bloqueo es irracional y que se trata de una odiosa maniobra de presión.
El presidente Mario Abdo Benítez debe asumir ya, a esta altura de su mandato, que quienes perdieron las elecciones son los partidarios de Horacio Cartes. Por lo tanto su misión debe ser tratar de debilitar al enemigo y no inyectarle más poder como lo acaba de hacer entregando la presidencia del senado a Blas Llano. Corren rumores que ahora se abren las puertas para que Horacio Cartes jure como senador, aunque sea un acto violatorio de la Constitución. Su gente tiene una habilidad especial para darle la vuelta a las cosas y que terminen diciendo lo que nunca quisieron decir.
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Como decía Wasmosy en sus años dorados: el presidente es el que tiene la lapicera. Y el dueño actual es Abdo Benítez. El que firma todos aquellos documentos que son de vital relevancia para la república, es él, no Horacio Cartes. Abdo Benítez no puede permitir que sea esta persona –y quizá también su desagradable y tétrico gerente– la que le dicte el ritmo y el rumbo que debe tomar el gobierno. Muchos dicen que se trata nada más que de un rumor, por cuando el río suena, piedras trae.
Se piensa, y con razón, que el paso que se ha dado al entregarle el Senado a Llano, es grave. De aquí en adelante, y a lo largo de todo un año, la cámara alta dependerá de una persona que actuará, no de acuerdo a las propuestas de su teórico partido, sino responderá a los deseos y necesidades de Horacio Cartes. Y por lo que vimos durante el interminable periodo que estuvo en la presidencia, no se puede esperar nada bueno, nada positivo ni nada que nos ayude en nuestra convivencia cotidiana. Todo lo contrario. Sólo es de esperar que no genere violencia como lo hizo con frecuencia. Mientras tanto, muchos ciudadanos esperamos que de una vez por todas, Abdo Benítez haga uso efectivo de la lapicera.
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