Padres ancianos, amor u olvido

El envejecimiento de los padres llega indefectiblemente, es un desafío de amor y compromiso de parte de los hijos brindar los cuidados pertinentes.

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Sin embargo, lejos de las lindas frases, la realidad muestra muchas caras. Hay tantos problemas en esta relación como personas y culturas que pueblan el mundo. En nuestra cultura tradicional se dice mucho: “No te cases si no querés, pero por lo menos tené un hijo para que te cuide en la vejez”, “Mi hijo tiene la obligación de cuidarme, yo me sacrifiqué por él”. Quitándole el autoritarismo, tiene su lógica. Sin embargo, cada relación entre padres e hijos puede dar giros sorpresivos, por ej. ese hijo nacido para cuidar a su madre puede morir, puede emigrar y no regresar, pueden los padres haber supuesto que su hijo los cuidaría, pero no sucede, etc. También, los que tienen muchos hijos quizás reciban cuidado, al final de sus días, del que consideraron siempre enfermizo, menos inteligente, rebelde, que de quien privilegiaron en trato y educación, o a la hija mujer, “por ser mujer”. En fin, hay miles de resultados y como padres jóvenes hay que estar preparados, principalmente a nivel psíquico y espiritual, para aceptar afrontar solos la vejez, de esta manera la retribución de los hijos será doblemente buena.

Mientras hay padres cariñosos que reciben lo mismo, hay otros que, siguiendo la vieja escuela, fueron autoritarios y severos y también reciben lo mismo; otros que no desearon al hijo o que lo usaron como trofeo matrimonial, etc. Hay relaciones muy complejas entre hijos adultos y padres ancianos, y todo tiene una raíz.

Pensar en hogares de ancianos hoy es una opción que de a poco se va instalando en la mente familiar. Sin dudas, la vida agitada, las necesidades materiales, las presiones y también el egoísmo han crecido, así la cultura rápida, la del uso y tiro, alcanza a las relaciones humanas.

No obstante, en nuestra sociedad seguimos teniendo a los padres viviendo en la familia. Me ha tocado en oportunidades entrevistar a ancianos, algunos muy lúcidos y otros ya en su mundo. Recuerdo una viejita (de quien su hija me advirtió que deliraba mucho), lo primero que me comentó no parecía un desquicio: “Cuántas criaturas vienen a esta casa y pasan sin saludarme, como si yo fuera un mueble”.

“Yo crié a todos mis hijos vendiendo helado”, me contaba un abuelo que, a sus 80 y pico, empuja su carrito por las calles bajo el sol ardiente. “¿Y tus hijos?”, pregunté. “Y… ellos también son pobres y tienen sus familias” decía, heroico. Hay muchos padres y madres que trabajan hasta edades muy avanzadas y algunos siguen sosteniendo sus hogares.

Por supuesto, nuestro pueblo –a los tumbos– es mayormente religioso y nos guía el cuarto Mandamiento: Honrar al padre y a la madre. Eso nos hace todavía diferentes a otras culturas “más avanzadas”.

Según datos demográficos 2018, la esperanza de vida aumenta en Paraguay, todo un desafío no solo para el sistema de salud, pensiones y jubilaciones, sino fundamentalmente para los hijos.

“El anciano somos nosotros: dentro de poco, dentro de mucho, inevitablemente, aunque no pensemos en ello. Y, si no aprendemos a tratar bien a los ancianos, así nos tratarán a nosotros” (Papa Francisco).

lperalta@abc.com.py

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