Paraguay bien hecho

MADRID. Sería bueno saber si se trata de una saga o si son capítulos sueltos relacionados sólo por la casualidad. Primero fue “Paraguay poderoso”, una proclama racista a cargo del ministro de Cultura. Ahora viene “Paraguay bien hecho” que por la línea de incongruencia y dislates que sigue, muy bien puede considerarse como una segunda parte de aquella primera.

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Recibí en mi correo a través de un amigo que tuvo el tino de enviarme el vídeo que está al alcance de cualquiera en la red con tal de poner “Paraguay bien hecho”. Nadie lo firma ni nadie se hace responsable de este panfleto propagandístico. No se sabe quién lo hizo, quién lo respalda, quién lo inspira, quién lo sostiene. Queda la posibilidad –y ojalá sea así– de que las personas que decidieron colgarlo en la red hayan sentido la vergüenza necesaria para esconder la cara atrás del anonimato.

Es un vídeo breve, hecho con muy buena técnica, hasta podría decirse que es impecable y que no dura más de cinco minutos. A través de la repetición, hasta el cansancio, de la frase “Paraguay bien hecho” quiere convencernos a través de imágenes tendenciosamente seleccionadas que vivimos en un país de esos que no existen ni siquiera en lo que llamamos habitualmente “primer mundo”. Trabajadores impecables en factorías esterilizadas más cercanas a la asepsia de los quirófanos que a los cobertizos de fábricas, jovencitas hermosas con sonrisas para lucir en una publicidad de pasta dentífrica y cabelleras dispuestas a vender alguna marca de champú, son los ciudadanos que alientan un “Paraguay bien hecho”.

Lo que no dice este corto propagandístico es que esos mismos trabajadores, al finalizar la jornada, saldrán a la calle donde serán abandonados a su suerte, a merced de asaltantes y “motochorros” que por un teléfono móvil, una mochila, un bolso, están dispuestos a matar a cualquiera. Esos trabajadores de impoluta blancura regresarán a sus casas en un sistema de transporte lamentable, con autobuses que se caen de viejos, destrozados por el uso y abuso que se ha hecho de ellos.

Ese “Paraguay bien hecho” tiene edificios de cristal, bronce, mármol, y están tan bien, pero tan bien hechos, que ninguno de ellos tiene donde desaguar sus aguas residuales que, como todo líquido busca el camino más fácil para salir: vale decir, la calle por donde transitan los propietarios de esos lujosos departamentos. Pero no sólo corren libremente las llamadas “aguas negras”, sino también las rojas provenientes de los raudales en días de lluvias torrenciales que van arrastrando, en su furia, todo lo que encuentran en su camino.

Está tan bien, pero tan bien hecho ese Paraguay de la película propagandística, que ha hecho desaparecer, por obra y arte de un pase mágico, los secuestros a cargo de un grupo criminal que se hace llamar Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), que de tan popular que es no tiene empacho en asesinar a trabajadores inocentes, honestos, respetuosos de su familia y de su prójimo. 

La película que quiere convencernos de que estamos viviendo en el mejor de los mundos, como aquel inolvidable Cándido que retrató Voltaire y que pasó por las Reducciones Jesuíticas del siglo XVII, ha pasado por alto que la región de Pedro Juan Caballero, donde no pasa semana (por no decir “no pasa día”) en la que algún ciudadano sea acribillado a balazos en plena calle, a cualquier hora, sin que jamás se sepa quiénes son los culpables ni cuáles fueron las causas del crimen. Es necesario reconocer que aquel Chicago de años 30, de la época de la Ley Seca y de Al Capone, es poco más o menos que un monasterio benedictino al lado de lo que es hoy Pedro Juan.

Siempre he defendido la libertad de expresión, idea por la cual muchas veces tuve que pagar un precio muy elevado. Pero quienes deseen expresarse libremente por lo menos que observen unos principios que deben ser básicos de toda libertad: la primera, que no mientan a sabiendas; la segunda, que no manipulen la realidad en favor de aquello que les va a beneficiar; la tercera: que observen un mínimo de cordura y de lógica, que su discurso tenga un principio de racionalidad.

No creo que los responsables de este tipo de vídeos crean que pueden engañar a los inversionistas atrayéndolos al país. Ellos no son tontos y saben muy bien donde poner su dinero. La intención es engañar a ese sector más ignorante de nuestros ciudadanos y por eso es doblemente deplorable.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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