Paridad, ¿para qué?

“Es una verdad conocida en todo el mundo que un soltero dueño de una gran fortuna siente un día u otro la necesidad de una mujer”, comienza diciendo ese retrato cómico-romántico –pero más cómico que romántico– de la sociedad inglesa del siglo XVIII, “Orgullo y Prejuicio”, una historia en la que Jane Austen con precisión y sarcasmo se refiere a las peripecias de una madre para casar a sus cinco hijas con los mejores partidos de la región. Era el mejor destino al que podía aspirar entonces una mujer.

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Tres siglos después, y como consecuencia de profundos cambios sociales y culturales, las mujeres pueden aspirar a otros destinos y esperar el éxito personal tanto como el profesional, pues algunas cosas sucedieron en el camino.

Decir que cada una de las conquistas femeninas por la igualdad fue el resultado de una lucha encarnizada contra el statu quo es como repetir un viejo adagio, pero no por ello menos cierto. Podemos entonces también agregar que cada uno de logros fue el resultado de la identificación de un problema concreto que lo impedía.

En nuestro tiempo, ¿es la desigualdad en la distribución de los puestos de decisión el problema que nos toca superar? Quizá no, quizá es una consecuencia de un dilema mucho menos visible, y, que justamente por esa invisibilidad nos ha confinado a resignar el protagonismo: el empleo no remunerado.

Ese trabajo invisible que consume horas del tiempo de las mujeres –y no tanto de los hombres– privándoles a ellas de la posibilidad de una competencia justa en cualquier organización pública o privada. El cuidado de los hijos, tareas domésticas y todas labores que hasta hoy la sociedad asume que son roles implícitos femeninos. En economía ocupar el tiempo en una actividad que no se cuantifica a los efectos del cálculo del PIB y que no es voluntariado, se llama empleo no remunerado.

En Paraguay, de acuerdo con datos de la Encuesta Permanente de Hogares de la Dirección Nacional de Estadística, Encuestas y Censos, las mujeres perciben una remuneración 32% menor que un hombre de similar cargo y formación. En tanto que al hablar específicamente del trabajo doméstico, la encuesta arrojó como resultado que el 72,9% de los hombres respondió haber realizado trabajo doméstico, al que le dedican 5,3 horas semanales. Mientras que 91,6% de las mujeres realiza trabajo doméstico, con una carga horaria de 18,3 horas semanales ¡Más del triple!

Otro muestrario interesante de cómo están las cosas en empresas top es el informe de Standard Poor que en 2016 revelaba que, aunque en las 500 empresas más importantes del mundo el 45% de las empleadas eran mujeres, menos del 20% de ellas accedía a una silla en el directorio y solo el 4 por ciento se convertiría en CEO.

¿Hay relación entre el uso del tiempo en tareas del hogar, con que las mujeres seamos minoría en los puestos de representación? Es probable que sí. ¿Podemos de un día para otro superar la desigualdad en la distribución de la representación, sin antes haber superado la invisibilidad del empleo no remunerado? Es seguro que no. ¿Puede una herramienta como la Ley de Paridad contribuir a reducir la desigualdad? Estoy convencida de que sí, que sin ella pasarán siglos y el empleo no remunerado seguirá invisible y ausente de las políticas públicas.

pcarro@abc.com.py

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