Pasajes en primera clase

En estos días se publicó, como muchas otras veces, la fotografía tomada por un pasajero de avión. ¿Qué vio de particular? Que uno de los hombres más influyentes del planeta, Mario Draghi, titular del Banco Central Europeo, se encontraba en la clase económica como el resto de los mortales. Para ahorrar dinero a la institución, que es de los contribuyentes, Draghi renuncia a su derecho de viajar en primera clase. Una lección formidable para los funcionarios, nombrados o electos, que derrochan el dinero del Estado, más perjudicial aun cuando el país navega en la pobreza, como el nuestro.

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Viajar en primera clase equivale a dos pasajes. Sí, es cómodo hacerlo y no es criticable toda vez que el dinero salga del bolsillo del viajero y no de un hospital donde no hay jeringas, ni de una escuela sin bancos. Pero más que la comodidad, para muchas personas volar en primera les hace sentir personas de primera. Y como nuestros parlamentarios y funcionarios no lo son, en su mayoría, entonces se hicieron de una ley para inflarse. Total, nada les cuesta. Quien les paga la vanidad es ese pobre infeliz que apenas tiene algo para llevarse a la boca. De ahí sale el dinero.

El presidente de México, López Obrador, vendió el lujoso avión presidencial y sus viajes serán en aparatos de líneas y en clase económica. El país, que pasa por una situación económica complicada, se ahorrará un montón de dinero. ¿Será por eso López Obrador menos presidente? No, porque no es la ubicación en un avión lo que le hace gente ni mandatario. ¿Se le va a faltar el respeto porque viaja en segunda? Al contrario, la admiración y gratitud serán de primera.

Nuestros parlamentarios y altos funcionarios están habilitados, por ley, a volar en primera clase toda vez que el viaje tenga que ver con sus funciones. Y aquí está la trampa muy paraguaya: A los pasajes se suman los viáticos, para muchos, más apetecibles que el viaje. Si no inventan motivos, se van a acontecimientos que nada tienen que ver con sus especializaciones. Van médicos a “simposios” donde se trata el cultivo de la soja; abogados, a reuniones donde se discute la implementación de vacunas para la rabia canina; los que carecen de título universitario, que son mayoría, asisten como expertos en educación y ciencia. La cosa es viajar y llevarse un buen viático. Total, a su regreso no rendirán cuentas ni sobre el dinero, ni mucho menos sobre lo que se han ido a hacer. En el mejor de los casos, dirán a la prensa que vienen satisfechos por los logros alcanzados para el país. “Fue una reunión muy provechosa”, dirán como remate a sus declaraciones a los medios. Nunca nadie sabrá cuáles fueron los logros y provechos, ni cuánto gastaron, ni en qué cosas, el dinero de los contribuyentes. Apenas llegados de un viaje, generalmente para nada, ya forman fila para el próximo y costoso peregrinaje.

Uno se pregunta ¿no tienen el más mínimo pudor para gastar con tanta desconsideración el dinero público? Solo la Cámara de Diputados gasta en compra de pasajes un promedio de 790 millones de guaraníes anualmente.

Entiendo que hoy, más que antes, no se puede vivir en el aislamiento como país. La globalización nos impone estar presentes en los acontecimientos importantes siquiera sea para estrenar o estrechar relaciones. Pero los viajes tienen que ser selectivos. En cada evento internacional tiene que asistir el funcionario o parlamentario adecuado, es decir, que entienda y asimile los temas que se tratan. Y a su regreso –en segunda clase, o primera si paga la diferencia– debe informar a sus pares y a la opinión pública el resultado de su viaje. Ya sé, estoy delirando.

alcibiades@abc.com.py

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