Pensar en mamá

Qué es ser buena madre es un tema que hoy se discute tanto en diversos ámbitos, produciendo a nivel popular discusiones sobre quién da la definición más acertada.

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Podría decirse que madre es una experiencia propia con dos vertientes: la de la mujer al convertirse en mamá y la de los hijos abrigados bajo esa maternidad; y cada uno de los lados tiene su valor en el cimiento familiar. Cuántas preguntas o cuestionamientos surgen sobre la maternidad, sobre la atención recibida (o no), sobre lo que significa nuestra madre en nuestras vidas, aún los que la perdieron al nacer tiene conexión con su madre.

Los hijos tenemos diferentes percepciones de nuestra mamá; es un tema muy personal, que nos pone a prueba también respecto al agradecimiento.

Generalmente, nuestro concepto de “mamá” viene insuflado de definiciones aprendidas de memoria, aquella hermosa poesía que recitamos en la escuela, pero al ir creciendo nuestra relación, dependiendo de cómo haya sido, puede enriquecerse o empobrecerse. Bien se dice que el humano es el mamífero que más tarde se despega de su madre, y esto lo trasladamos no solo a la época inicial, sino a nuestros éxitos y fracasos.

Además de los cuidados físicos, que no son pocos ni livianos (cuidar al bebé se disfruta, pero es agotador) las mamás nos transmiten sus creencias morales, religiosas. Muchos hoy ya adultos, creyentes o no, hemos visto a nuestra madre rezando, implorando, llorando, preguntando, agradeciendo a Dios.

Jorge Luis Borges, agnóstico, “debatía” con amor sobre Dios con su madre doña Leonor, quien era profundamente religiosa, y, según narran textos, él mismo contó que cumplió el deseo que ella le pidió antes de morir: rezar todas las noches un Ave María. Esta “grieta” entre los dos sobre fe religiosa, sin embargo, nunca los dividió, todo lo contrario. Marguerite Yourcenar tampoco se identificaba con la religión, pero siempre exaltó el agradecimiento a la religiosidad de su madre, porque a través de este aprendizaje fue capaz de conectarse espiritualmente con “las verdades místicas, lo sagrado cotidiano”.

Las mamás no creyentes, las creyentes y no practicantes, las devotas de iglesia, las que no se cuestionan nada, las que dudan, las que afirman, todas influyen en los hijos.

Leía en un artículo que heredamos la inteligencia de la madre; puede ser que en muchos casos aparente ser, así porque es con ella con quien pasamos más tiempo. Lo innegable es que la inteligencia maternal existe y tiene que ver con la capacidad emocional, los meses de embarazo, el parto y luego el cuidado y educación de los hijos sin olvidarse de sí misma.

Desde todo lugar, es necesario pensar –aun con nuestros reclamos– cariñosamente en nuestra madre como el ser que nos llevará en su mente y corazón por el resto de su vida, igual si nos dio a luz o si nos adoptó. La claridad conceptual de “madre” es importante, pero no define lo que sentimos individualmente. “La más bella palabra de una persona es la palabra madre, y la llamada más dulce: madre mía” (Khalil Gibrán).

lperalta@abc.com.py

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