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Ya en casa, aupado por sus seguidores que habían sido convocados a demostrarle sus simpatías en la plaza Murillo, frente al Palacio de Gobierno, Morales, que tiene aspecto de ser poco locuaz, dio rienda suelta a su lengua para no dejar santo con cabeza. “Lo que ha pasado estos días no es una casualidad, es una política de amedrentamiento. Nuestro pecado, nuestro delito es ser indígenas y ser antiimperialistas, es cuestionar las políticas económicas que solo llevan a la miseria y a la pobreza. Y, cuando no pueden dominarnos, vienen las guerras, las intervenciones con la meta de saqueo de nuestros recursos naturales”.
En rigor, lo que ha sucedido con el avión que llevaba a Morales de regreso a casa, es grave. El motivo: la sospecha de que llevaba al excontratista norteamericano de la CIA Edward Snowden al que los Estados Unidos quieren cazar por haber robado y difundido material secreto de inteligencia. Lo que no es exacto es que se hayan tomado tales medidas “por ser indígenas”, pero sí por ser Morales. La imagen que presentan los presidentes de la pandilla bolivariana (Morales, Kirchner, Mujica, Maduro, Ortega y en menor medida Rousseff) en esta parte del globo, es de lamentar. Hasta los periódicos de izquierda, a no ser los ultra, mantienen una actitud crítica muy dura hacia ellos cuando no de burla debido a sus desprolijidades. ¿Se le puede tomar en serio a un presidente que habla con su predecesor difunto a través de pajaritos y silbidos? ¿O una presidenta que una mañana, al levantarse con el pie derecho (el izquierdo es el que manda) procede a nacionalizar todas las inversiones extranjeras? ¿O un presidente que justifica sus actitudes diciendo que pesan más las razones políticas que las legales?
En el momento que escribo estas líneas se espera el inicio de la reunión en Cochabamba de presidentes que integran Unasur para mostrar su solidaridad con Morales. El presidente peruano Ollanta Humala se excusó de concurrir “por problemas de agenda”. Un buen pretexto para no ser testigo presencial de lo que pueda ocurrir en esta oportunidad en la que ninguno de sus asistentes se caracteriza, precisamente, por su equilibrio emocional y todos ellos muy proclives a los estallidos incontrolables de verborragia.
Ya Morales adelantó algo de ello diciendo: “¿Qué se cree el presidente Rajoy? ¿Que los sudamericanos somos esclavos de ustedes, de las élites que se arrodillan ante la CIA y los intereses del imperio estadounidense?”. Entonces, el problema con Morales no es que sea indígena, sino es su desfachatez. El presidente de un país que se respeta a sí mismo, que se presume ser un estadista, que debe ser ejemplo de y para sus ciudadanos, no se expresa en tales términos. Eso podría justificarse una noche, cuando salga de copas con sus amigos, en la intimidad de una cantina, pero no en ejercicio de sus funciones presidenciales.
El problema de Evo Morales no viene del hecho de ser indígena y además acomplejado porque siempre está quejándose de sufrir ataques a causa de ello. El problema de Morales es que tanto él como la aventura política en la que se ha embarcado todo su grupo, carece de credibilidad sencillamente porque no es seria. La palabra de cualquier otro presidente de que Snowden no se encontraba en su avión hubiese sido tomado en serio y respetada. Pero la de él, no.