Por intereses espurios

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SALAMANCA. El daño que se le está haciendo al país persiguiendo objetivos espurios es inconmensurable. Utilizo el término en su estricto sentido: aquello que, por su tamaño, no puede medirse. Es imposible recurrir a términos económicos, o sociales, o políticos, o de simple moneda, para evaluar cuánto le está costando al país los esfuerzos que se realizan para disfrazar un golpe de Estado que ya se ha echado a rodar bajo el manto de la reelección.

He leído que muchos críticos de este intento de alterar la Constitución Nacional dicen que “estamos retrocediendo a épocas anteriores”. Pues no, porque para retroceder antes hay que adelantar y desde que fue derrocada la dictadura de Stroessner es evidente que no hemos avanzado un solo paso. Incluso más: por lo menos Stroessner no mentía tan descaradamente como lo están haciendo ahora los políticos comenzando por el propio Presidente de la República. Stroessner aseguraba que “no movía un dedo” para lograr su reelección y era cierto. Los que movían los dedos, las manos, los brazos, las piernas eran sus aduladores porque a cambio de ello recibían unas cuantas migajas que el dictador dejaba caer al suelo en aquel gigantesco banquete en que se devoraba el país entero.

Se habla también de la “democracia directa” y que “el pueblo decida”. Esta idea de democracia directa que pudo haber funcionado en la antigua Atenas, en la actualidad ha demostrado ser un método ineficaz de gobierno, un desvarío propio de adolescentes inmaduros. Un ejemplo actual es el del partido Candidatura de Unidad Popular (CUP) de Cataluña (España). Este grupo anticapitalista, antisistema, antimonárquico, anti...todo ha entrado al gobierno de esa autonomía causando trastornos inmensos pues no pueden decidir nada sin antes consultarlo con sus asociados que, aunque son pocos, hay que convocarlos, reunirlos, explicar lo que se quiere y luego llevarlo a votación. Pero el gobierno de Barcelona les tolera todo porque necesitan de sus votos para poder gobernar. Se da entonces la paradoja que un grupo minoritario, el más pequeño de todos los que existen en el espectro político, es el que le da legitimidad al gobierno. Además, tales consultas no siempre han sido las más acertadas. El reciente referéndum conocido como Brexit, que decidió la retirada del Reino Unido de la Unión Europea, fue el resultado de un cúmulo de mentiras que ha puesto a Inglaterra en una situación de la que no sabe cómo salir. Si se quiere otro ejemplo más dramático aún: recuérdese que Hitler subió al poder después de un referéndum.

Hace un par de días leí que un ministro dijo que la Constitución se puede reformar porque es más importante lo que diga el pueblo que lo dicho por 120 personas, que fueron los convencionales que redactaron la Carta Magna. Lo que no aclaró este señor es que esas 120 personas fueron elegidas por el pueblo en elecciones libres y democráticas.

Al comienzo hablaba que no habíamos avanzado nada desde que fue derrocada la dictadura. Frente al actual intento de reformar la Constitución, utilizando los métodos –por no decir los subterfugios, las mentiras, las argucias, las falsedades– que estamos viendo, uno no puede menos que sospechar que al final del nuevo mandato ilegal por más disfrazado que venga, no se plantee otro nuevo periodo y luego otro, así hasta el final de los tiempos. Un presidente de seccional colorada del interior del país ya dijo en un discurso que deseaba que Cartes estuviera en el poder por lo menos otros treinta años. Esto da una idea clara del nivel de pensamiento cívico que se maneja en las bases del Partido Colorado.

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Hasta el momento, lo único positivo que encuentro en esta danza de mentiras, falsedades e ilegalidades, es que se nos ha confirmado que la policía solo sirve para reprimir a la población y nada más. El anterior ministro del Interior era un inútil, pero el actual es un peligro. Si se utilizaran todos estos esfuerzos y conocimientos puestos para reprimir a la ciudadanía en la lucha contra la delincuencia tendríamos, sin lugar a dudas, el país más seguro del mundo. Mientras tanto, como salidos de una sesión de espiritismo, sobrevuela sobre nuestras cabezas el espíritu que instalaron en el país ministros como Édgar L. Ynsfrán, Sabino Augusto Montanaro y jefes de policía como Duarte Vera, Pastor Coronel, Brítez Borges. Solo es necesario llamar de nuevo a los torturadores y la mesa estará servida.

jesus.ruiznestosa@gmail.com