Por la boca cae el pez

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SALAMANCA. Si fuéramos conscientes de todas las cosas que decimos (o que dejamos entender) cada vez que decimos algo, es seguro que hablaríamos menos y pensaríamos más. Aquello de que hay que pensar dos veces antes de decir algo, no es una mera frase retórica, sino una advertencia muy bien fundamentada. La importancia que le damos –o que le tendríamos que dar– a lo que decimos y la forma en que lo decimos, no se trata de un complejo de intelectualismo, sino simplemente una expresión de sensatez.

Prestando la atención debida a lo que dice una persona, podemos saber mucho más de lo que podría decirnos un interrogatorio: podemos enterarnos de su manera de pensar, de sus ideas, de sus gustos, de sus fobias, de sus debilidades, de su fuerza. En fin, todo aquello que nos puede interesar. El dicho de que el pez cae por su boca, trasciende el simple refrán popular.

Días atrás, en una reunión política del partido gobernante se hicieron numerosos discursos que tendrían que alertarnos porque debido a descuidos o al deseo claro de sentar posiciones, dejan traslucir lo profundo que ha calado en los dirigentes políticos el pensamiento totalitario. Los veintisiete años que han trascurrido de aparente democracia no han sido suficientes para desterrar todos esos vicios.

Uno de los oradores dijo que “la democracia misma facilita pensamientos dispares, pero que lo más conveniente será siempre estar unidos...” Es decir, y entiéndase bien, en un sistema democrático la gente puede pensar lo que quiera, pero nosotros vamos a pensar todos en un solo y único sentido (como lo hicieron siempre). Es una manera nueva de expresar aquello de “la unidad granítica” del partido Colorado proclamada al mismo tiempo que su vocación democrática sin caer en la cuenta que ambas cosas son absolutamente incompatibles. Pero sonaba bien y al dictador, artífice de esa unidad, le gustaba oír tales palabras: frente a él, todos alineados sin que nadie se atreva a salirse de la fila, como en los desfiles militares.

Otro orador deseó que “el presidente Horacio Cartes tenga la sapiencia necesaria para llevar adelante el país, para que sigamos en el poder sosteniendo la bandera del general Caballero.” Se sigue prefiriendo utilizar la palabra “poder” en lugar de “gobierno“, porque el primer término sirve de sostén a la aberrante afirmación de que “en la democracia la mayoría manda”, no gobierna. Lo que también quiere decir que solo las mayorías tienen derechos y las minorías son condenadas a una mísera vida marginal en la que carecen de todo menos de obligaciones. Para ir un poco más atrás de estas palabras: que el presidente pueda ser reelegido “per secula seculorum” para recordar al general Lino Oviedo, reelegido una y otra vez en elecciones fraudulentas que bien conocemos.

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Siguió una mujer quien, refiriéndose a una concentración de su partido días atrás en Capiatá dijo: “Los zurdos tiemblan y le decimos que lo de Capiatá solo fue un ensayo”. ¿A qué viene la palabra despectiva “zurdo”? Un político de pensamiento democrático respeta a todos, incluso a aquellos que no piensan como él. Entonces, aquellos son “zurdos” sino son “la izquierda” que es como se la conoce en todas partes del mundo. En cuanto a lo de que “solo fue un ensayo” tendría que aclarar ensayo de qué: ¿de reunir gente para lanzarla contra sus opositores del mismo modo que el tétrico Pastor Coronel nos amenazaba con traer a sus “macheteros de Santaní” para reprimirnos a los opositores? ¿O como el patético Sabino Augusto (Gordito) Montanaro que nos amenazaba con sus “batallones de asalto” y sus “bombas coloradas”?

Si nos tomáramos el trabajo de analizar minuciosamente cada discurso político entenderíamos mejor el momento que estamos viviendo y, lo que sería más fructífero, veríamos que, por el camino, que vamos, no llegaremos a buen puerto. O lo que es peor, volveremos a atracar en un puerto del que con mucho trabajo salimos y en el que muchos no queremos volver a recalar.

jesus.ruiznestosa@gmail.com