Puertas cerradas

“Sacate la caretita, sacate la caretita que te quiero conocer…” (Tango de Caruso,Consenza y Schunemaker).

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MIAMI. Muy indignados, alrededor de una centena de latinoamericanos, en su gran mayoría venezolanos, pero también de otras nacionalidades e incluso algunos brasileños, protestaron la semana pasada ante el Consulado de Brasil, en la zona de Brickell de esta ciudad. Reclamaban que el gobierno de Dilma Rousseff defendiera la democracia y los derechos humanos y condenara la represión en Venezuela. Pretendían entregar una carta pidiendo que Brasil intervenga para que el gobierno de Maduro libere a los detenidos y desactive a los grupos paramilitares, llamados colectivos, y para que la ONU investigue la represión contra los estudiantes. Vano intento; no fueron recibidos y ni pudieron entregar la carta a los guardias de seguridad. Estos, además, llamaron a la policía, por orden del cónsul, según confió un guardia a uno de los que encabezaban la manifestación.

Desde Lula en adelante, Brasil, indiscutiblemente, ha sido uno de los mayores respaldos de la Venezuela chavista y también de Cuba, países en donde tiene grandes inversiones y estas, se afirma, muy protegidas por ambos gobiernos dictatoriales.

“Qué van a apoyarnos si los gases lacrimógenos con que nos reprimen son de origen brasileño”, me dijo después uno de los protestantes, quien añadió que uno de sus objetivos es “quitarles la careta” para que no engañen más a la gente y al mundo.

En Washington, el que en definitiva les hizo el gusto y actuó a cara descubierta fue el embajador de Brasil en la OEA, Breno Días da Costa, cuando la última reunión en que el organismo, ya en caída libre, respaldó al Gobierno de Venezuela, se negó a escuchar voces de la oposición y, quizás por algún resto de vergüenza, sesionó a puertas cerradas, para que nadie supiera lo que allí se cocinaba. La cuestión para Días da Costa era muy simple: evitar “un circo”.

Para ese diplomático, acusó un vocero de los “venezolanos perseguidos políticos en el exilio”, “circo es hablar de derechos humanos y de los atropellos del régimen de Maduro”.

Lo que es cierto, sin duda, es que circo es una cosa y transparencia otra, piense lo que piense el embajador de Brasil o la embajadora venezolana, Carmen Velázquez, quien al votar, muy feliz, ufana, y entre risas manifestó que lo hacía “con toda transparencia, privada”, lo que provocó las carcajadas de una parte de los asistentes (seguro que los bolivarianos y algunos más petróleo-dependientes). Eso es lo que se me ha contado, porque, como se sabe, fue una reunión a puertas cerradas.

No habría que descartar que lo del embajador pueda haber sido para esconder este tipo de burlas a los pueblos del continente y para que no suenen tan fuerte las carcajadas.

Pero el hermetismo no tapa ni cambia las realidades. No lo han conseguido ni cortinas de hierro, ni de bambú ni muros de cemento. Ni tampoco lo disimulan los dobles discursos para afuera y creerse el propio para adentro por muy grandilocuente que sea, y sobre todo si es el de Lula.

Por más que se cierren las puertas de las cifras de la economía brasileña, ya no tan floreciente, se filtran también las de la educación y los índices de homicidios, de pobreza y de inseguridad, y los datos sobre los escuadrones de la muerte y la represión. Con discursos no se hacen los estadios, y puede que ni invirtiendo más de 11.000 millones de dólares en ellos se terminen todos a tiempo, cosa ,además, que a la gente necesitada le indigna mucho, lo que en ocasiones lo manifiesta, y con enojo, como ya lo sabe el Gobierno brasileño. El Mundial de Fútbol será una prueba frente a la que no bastará con los discursos y menos con cerrar las puertas. Ahí se cae el antifaz y, como reza otro tango, que también cantó Carlos Gardel, ahí se verá si “todo el año es carnaval”.

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