Qué “me se” perdió en Venezuela

SALAMANCA. Ante la perspectiva de un fin de semana largo, unos amigos que viven en Barcelona le propusieron a otro a ir de paseo a Madrid y este, con cara de enojo les respondió: “¿Qué ‘me se’ ha perdido en Madrid que tenga que ir yo a buscarlo?” Palabra más, palabra menos, es lo que me vengo preguntando: ¿Qué se nos ha perdido en Venezuela que tengamos que ir a buscarlo? O también: ¿Qué se nos ha perdido en el Mercosur que tengamos que ir a buscarlo?

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Dejando de lado el argumento de la dignidad por ser una palabra que evidentemente se nos ha caído del diccionario, y creo que hace ya mucho tiempo, la decisión del Gobierno paraguayo de meter el rabo entre las piernas y darle la bienvenida a Nicolás Maduro como si nada hubiera pasado, y sentarse entre Cristina Kirchner, Pepe Mujica y Dilma Rousseff, me parece, en el mejor de los casos, de una falta de estilo imperdonable.

Tal como están las cosas Paraguay no necesita del Mercosur. No lo ha necesitado nunca si consideramos el trato humillante continuado que nos han dado nuestros vecinos y que nos siguen dando. Quienes sí necesitan que Paraguay esté en el Mercosur son justamente estos vecinos, de manera tan desesperada que Kirchner envió a su nuevo jefe de gabinete una mañana para que presionara al presidente Cartes en un vuelo relámpago directo Casa Rosada-Mburuvicha Róga.

¿Qué recibiremos a cambio de nuestros “hermanos” argentinos? Más de lo mismo: obstáculos para el tránsito de nuestros productos por el río Paraguay y Paraná, el paso por sus carreteras, los camiones con verduras, tomates y frutas pudriéndose en la frontera de Clorinda porque los gendarmes deben dormir la siesta antes de ocuparse del paso de los vehículos, y así un largo catálogo de agresiones, maltratos, desprecios, desaires, arrogancia. Del Brasil, lo mismo. Mientras que Uruguay no nos pone el palo en las ruedas porque nuestros países no son limítrofes, que si no...

Vamos a darle la bienvenida a Nicolás Maduro, el que alentó un golpe de Estado en nuestro país, en los salones y los pasillos del propio Palacio de los López, sede del Gobierno. Buscaremos simpatizar con Venezuela en el momento en que está dando sus primorosos frutos la Revolución Bolivariana, el cacareado “Socialismo del siglo XXI” con un presidente que asegura hablar con los muertos a través del canto de los pájaros y quiere parar la inflación –¡la más alta del mundo!– a fuerza de decretos, y como no lo logra alienta el asalto y saqueo de supermercados y tiendas de electrónica y electrodomésticos.

No hay que engañarse. No se trata de un fenómeno exclusivamente venezolano ni fruto de la conspiración “burguesa e imperialista”, sino simplemente el resultado de políticas demenciales que ponen a los ciudadanos al borde de la desesperación. ¿No es acaso esto lo que está sucediendo en Argentina, donde también una inflación del 25% está haciendo estragos en la capacidad adquisitiva de la gente? La presidenta Kirchner, en lugar de recurrir a decretos como lo hace su colega Maduro, simplemente disolvió la oficina encargada de medir el encarecimiento de la vida y ordenó, eso sí, por decreto, que la inflación no es mayor del 10%. En el momento de escribir estas líneas la cifra parcial de muertos en los asaltos a supermercados era de once y centenares de heridos.

Propuse más arriba dejar de lado el argumento de la dignidad para preguntarnos: ¿Estos son los gobernantes que queremos como socios, como aliados? Son figuras políticas que hoy están a precio de saldo y estoy seguro que nadie querrá comprarlos; nadie, excepto Paraguay, que ya está abriendo los brazos para recibirlos.

La prensa española, que hace tiempo dejó de tomarle en serio a Cristina Kirchner, acaba de publicar una llamativa fotografía en la que aparece abrazada a un perrito que le regaló el hermano de Hugo Chávez, sonriente ella apenas salida del hospital, donde le operaron de la cabeza, feliz pues los médicos le dijeron que no le encontraron nada. Un diagnóstico que conocíamos ya de antes. Pues allá iremos, se dirá que sí a todos los pedidos para que en dos o tres semanas nos enfrentemos de nuevo en las fronteras con la misma altanería, la misma soberbia, el mismo desprecio. Nos lo merecemos.

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