Revolucionar la educación

La educación no solo necesita cambio, sino una revolución. La última reforma sirvió muy poco, porque la mediocridad es cada vez mayor. Los estudiantes adquieren muy escaso conocimiento, tienen errores al leer y al escribir y asignaturas como castellano, guaraní y matemáticas, les resultan muy difíciles. Es imposible pedirles que lean voluminosas obras de literatura, ya que en internet lo encuentran todo abreviado. Sin embargo, todos sabemos que solo leyendo mucho se escribe perfecto. Además, el niño o la niña que lee muchos libros, intentará escribir algún día, ya sea una poesía o un cuento breve.

Cargando...

Dice Octavio Paz, escritor mexicano, Nobel de Literatura, que falta enseñarles a los jóvenes el amor a la poesía y agrega que si a los políticos les gustara cultivar la poesía, el mundo sería otro. ¿Por qué afirmaba esto el célebre escritor, ya fallecido? Tal vez porque con los poemas, una persona se emociona, se conmueve y le mueve las fibras más íntimas del alma. La poesía, como dice un refrán, es una bella dama, que seduce, conquista, abre la mente y el corazón, siendo una expresión sublime del espíritu. Es como la música, que entra por el oído y va directo al corazón.

Hay que revolucionar la educación, en el sentido de que sea un placer para los alumnos. Lograr que se conecten con la realidad, sin que eso les resulte pesado o aburrido. Aprender matemáticas no tiene por qué ser tedioso; más todavía si se trata de una ciencia exacta. Hace un par de años, varios estudiantes paraguayos ganaron en el exterior una olimpiada de matemáticas. Se nota que tenían excelentes profesores y agarraron el gusto por los números. A propósito, una maestra de esta área asegura que quienes sobresalen en matemáticas adquieren más capacidad para resolver problemas. Y son buenos para las finanzas y los ahorros. Qué bueno resulta todo esto, cuando nos damos cuenta de que tanto jóvenes como adultos despilfarramos plata o no programamos gastos. Claro que hay excepciones, pero se pueden contar con los dedos de las manos. Si vemos a una persona contando hasta la última monedita, diremos que es un individuo muy tacaño y miserable. Lo que es una virtud, nosotros vemos como un defecto. Es raro encontrar un chico que alimente su chanchito (alcancía) y romperlo en épocas de vacas flacas. No fomentamos la austeridad, tal vez porque nuestra sangre indígena nos lleva a consumir en un día todos los víveres previstos para una semana.

La pedagogía moderna no tiene por qué ser fría ni monótona. Al contrario, debe apuntar a una educación humanista, que llegue al ser humano, descubriendo sus potencialidades y talentos. Un verdadero e inolvidable maestro es aquel que planta semillas de sueños y esperanzas y traza los caminos para hallar las respuestas dentro de uno mismo.

Una revolución implicaría que cambiemos la visión de la vida y de las cosas. Que apreciemos el entorno y protejamos las plantas y los animales. Que tengamos un profundo respeto hacia la creación de Dios, ya que formamos parte de ella. Los alumnos tienen que desconectarse de sus teléfonos para conectarse con el pasto, el aire, la lluvia y las hojas. Tienen que redescubrirse como átomo, como molécula, como partícula de este cosmos. Cantar bellas melodías que vienen del cielo y danzar en círculo como hacen las hojas en el otoño. Recitar las rimas de Gustavo Adolfo Bécquer, Neruda o de Ortiz Guerrero, todas las artes que vienen del alma y nos vuelven gigantes. Grandes, en nuestra forma de pensar, sentir y vivir. ¿Acaso hay otras cosas que puedan cambiarnos tanto, y que nos hacen más sensibles y humanos? Eso sería una verdadera revolución. ¿Será que los maestros lo pueden intentar?

blila.gayoso@hotmail.com

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...