Horacio Cartes quiso ser presidente de la República. Y como ni siquiera tenía un partido, a lo mbarete compró “amigos” dentro del Partido Colorado. Y a lo mbarete se afilió y armaron una convención –sillazos de por medio– que lo llevaron al poder. Se instaló en la silla y a lo mbarete también instaló a sus gerentes y a sus técnicos en puestos claves de la administración estatal.
Un buen día, a lo mbarete quiso instalar la reelección. Pero algunos de sus antiguos amigos que le ayudaron a comprar el partido le dijeron NO, y a lo mbarete siguió.
El 31 de octubre del 2016, Horacio Cartes hizo una carta. Al anunciar su “rechazo al proyecto de enmienda constitucional”, PRESAGIÓ lo que finalmente ocurrió: “Las diversas interpretaciones no tienen claridad respecto de la viabilidad legal y en consecuencia, pueden dividir a la sociedad paraguaya y fracturar al Partido Colorado. Somos testigos de la crispación y tensión que ha generado, no seré partícipe de este camino”.
Esto nos lleva a una conclusión siniestra: Horacio Cartes era CONSCIENTE de todo lo que podía pasar. Y que ocurrió.
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Cuando decidió dar la orden de que se atropelle todo para comprar –esta vez su reelección– con ayuda de su amigo Blas Llano (a quien ayudó para hacer juicio político a Lugo) y con ayuda del propio Lugo (a quien los dos anteriores tumbaron), Horacio Cartes sabía exactamente lo que iba a ocurrir.
Dividir. Fracturar. Crispación. Tensión. Fueron sus palabras escritas. Horacio Cartes sabía lo que ocurriría.
Así que a lo mbarete decidió atropellar sabiendo que ocurriría lo que ÉL mismo vislumbró. Y es tan “a lo mbarete” que no le importó que hubiera en el país una asamblea latinoamericana de gobernadores del BID con decenas de periodistas internacionales ni que fuera el día de la inauguración de una importantísima obra de su propio gobierno.
Hubo una cosa que Horacio Cartes y sus adláteres, Fernando Lugo y Blas Llano, no pudieron calcular: que se iba a cumplir el “Que la gente decida” que tanto ellos quisieron. El día que el “Patria Querida somos tu esperanza” y el “Olelé olalá, si este no es el pueblo, el pueblo donde está” se volvió a mezclar con gritos, sangre, corridas, heridos, los presos, balines de goma, armas de fuego y mucha violencia –mucho de ello sin justificación–. La noche en la cual una horda policial acribilló de un escopetazo a Rodrigo Quintana, un joven dirigente juvenil de su partido, alguien que pensó que la transformación de su país podía venir por la real política.
Cartistas, luguistas y llanistas: cuando tratan de poner su “ajaká” (canasto) sobre las espaldas de periodistas, medios y políticos de la disidencia, mejor giren la vista hacia el GRAN HERMANO que anunció lo que ocurriría y pese a eso abrió la canilla, planificó, monitoreó y financió uno de los más grandes atropellos que ha vivido nuestro Paraguay. Un “gran” visionario.
Se incendió el Congreso, literal y metafóricamente. Es un incendio que empezó hace mucho… mucho tiempo y que nadie sabe cuándo va a terminar.
mabel@abc.com.py