Hasta la persona medianamente entendida sabe que sin educación no hay futuro. Pero si el futuro de nuestra nación no nos importa y vivimos tan atrapados en el presente, ¿Cómo podemos pensar en la importancia de la educación? Me temo que esta es la razón principal por la que nuestra educación es, fue y será siempre un desastre y no debido al chivo expiatorio de Marta Lafuente.
Los críticos superficiales, ideologizados y oportunistas, no pierden la ocasión como esta para echar su veneno por todos los medios de excreción de sus cuerpos contra el Gobierno de turno, buscando réditos políticos pero no necesariamente porque la educación, por fin, sea una prioridad absoluta en sus mentes.
Lejos estamos de las ideas educativas del chileno-venezolano Andrés Bello, del argentino Domingo Sarmiento, quien quería formar al ciudadano libre, responsable y creativo, o del paraguayo Ramón Indalecio Cardozo, quien había dicho que con el amor y no el odio se puede lograr el milagro de la educación.
Lejos estamos de países como el Japón, Israel o Singapur que, sin contar con los recursos naturales que nosotros tenemos en abundancia, ascendieron a los más altos niveles del progreso. Sus opulencias no provienen de la explotación de sus colonias en el pasado o de su riqueza natura, sino de una obsesión no hipócrita de apostar por la educación y la investigación; promoviendo las ciencias y la tecnología. Sin estas herramientas, los recursos naturales tienen muy poco valor.
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Hasta ahora, la palabra educación sigue siendo un caramelo en la boca de los políticos, quienes se marean con clichés y quieren marear a la población con supuestas buenas intenciones, cuando en realidad no se la trata con sinceridad y profundidad. Para dar un ejemplo: Ni siquiera se menciona la palabra “excelencia” en nuestro medio porque implica esfuerzo, competencia y premia el verdadero mérito. Por el contrario, se ha enseñado a detestar al que sobresale por su esfuerzo personal y sale ganancioso en la libre competencia. Hasta políticamente la excelencia es considerada incorrecta porque eso exige que nos igualemos por arriba y no por abajo. Apenas entre nosotros es tolerable la media mediocridad. Olvidamos que por abajo está la miseria y la exclusión social. Las personas rigurosas, que se esfuerzan y son metódicas, más bien nos disgustan a nosotros; mientras en los países que cité, son aplaudidas. Aquí, seguimos a quienes nos prometen regalos, todo tipo de derechos sin obligaciones y por sobre todas las cosas, facilismo; incluyendo un bochornoso facilismo educativo.
Los verdaderos culpables somos nosotros, porque por culpa nuestra los buenos alumnos tienen bloqueada la excelencia y su valoración. Me temo que la misma raíz de la pobreza, el atraso y la desorganización social entre nosotros tienen sus raíces en el desprecio de la excelencia y en la multiplicación de los promotores del facilismo. Sin embargo, lo único que han logrado desde la última vez que me referí a este tema, es una mayor perversión de nuestra sociedad a la que se le ha vuelto cada vez más indigna y dependiente.
Por favor, basta ya de hipocresía; basta ya de la hipocresía anidada por tanto tiempo en nuestros corazones con relación a la importancia de la educación.
*Médico Especialista Diplomado del Consejo Americano de Psiquiatría y Neurología.
victor2343@gmail.com