Ser hijo de Dios

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El 1 de marzo, miércoles de Ceniza, hemos empezado la Cuaresma, tiempo dedicado a la preparación de la Pascua, para que entendamos mejor el significado de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.

Estos cuarenta días son para que realicemos un poco de mortificación, como ejercicio de autodominio; un tiempo de más oración y de agrandar las actitudes de solidaridad hacia los demás.

Constatamos con dolor que el mal nos rodea por todos lados y debemos comportarnos como hijos de Dios. El tentador provoca a Cristo, diciendo: Si tú eres Hijo de Dios... haga tal y tal cosa. El modo cómo Jesús lo enfrenta es ejemplo para nosotros, para que sepamos dominar los vicios y vivir como hijos del Padre del cielo.

Para ser hijos de Dios debemos derrotar al mal, lo que es una tarea gigantesca, pues el pecado es como un pulpo que tiene cincuenta estómagos, cien brazos, está siempre con hambre y procurando a quién seducir y devorar.

Jesús, impulsado por el Espíritu Santo, va al desierto para entablar una valiente batalla con el Príncipe de las tinieblas, y padece las tres tentaciones básicas de todo ser humano: la búsqueda del placer, principalmente de la comida, bebida y sexo; el gusto del poder, cuando uno se juzga intachable y lleno de sabiduría, de modo que todos deben aplaudirlo y obedecerle. Y finalmente, del tener, pues realmente es fuerte la atracción de poseer bienes, derrochar y exhibirse en pavadas.

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Jesús nos enseña cómo derrotar al mal: en una palabra, con la fidelidad y confianza en Dios. Con más detalles: delante del placer, buscar luz en las Sagradas Escrituras; delante del poder, no tentar a Dios con la desobediencia; y frente al tener, no adorar, en primer lugar, a la tarjeta de crédito, a la vaca de la estancia o al producto de la empresa, pero arrodillarse humildemente delante del único Señor.

No derrochemos esta preciosa oportunidad que la vida nos ofrece y hagamos un propósito concreto en esta Cuaresma. Algo que sea verdaderamente realizable, como por ejemplo, abstenerse de bebida alcohólica un día por semana, o no usar cosméticos un día por semana, o permanecer tres horas sin utilizar el teléfono celular, de modo que tengamos el control frente a las cosas y, no, que las cosas nos controlen.

Este gesto de autodisciplina es un medio para comportarse como hijo de Dios, pero debe estar asociado a la caridad y lo que uno ahorra con su mortificación, debe compartir con el semejante más necesitado.

Paz y bien.

hnojoemar@gmail.com