Cosa lamentable es cuando pasa esto con una persona, es decir, cuando ella se va haciendo insípida, malhumorada y no se importa de tener valores auténticos. Este riesgo nos acecha frecuentemente y hay que despabilarse, pues no es razonable pasar la primera mitad de la vida criticando a nuestros padres y, la segunda mitad, criticando a la pareja o al jefe.
Asimismo, hay incontables definiciones filosóficas y psicológicas sobre quién es el ser humano. El Evangelio nos da la más hermosa y vibrante de todas: “Ustedes son la sal de la tierra, ustedes son la luz del mundo”. No solo es una definición optimista, sino que pesa muchísimo quien la pronuncia: es el Señor Jesucristo, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue creado.
Él quiere que los cristianos se convenzan de que son la sal del mundo; sin embargo, no solamente como un tipo de condimento, pero como algo que purifica, da sabor y preserva de la descomposición. En otras palabras, como una fuerza transformadora.
Con esta afirmación Jesús nos invita a ser sus aliados en la misión de purificar tantas indecencias que existen alrededor de nosotros y a preservar la sociedad de la corrupción infernal que nos degrada a todos.
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También nos elogia diciendo: “Ustedes son la luz del mundo”. En otro momento, Él afirmó: “En cuanto estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo”, por lo tanto, nos delega su misma esencia.
Cristo ordena que seamos sal de la tierra y luz del mundo, que hagamos buenas obras en todos los sentidos, que los otros se beneficien de ellas, pero que agradezcan a Dios en primer lugar y, no, a quien las ha realizado. Para ser realmente sal de la tierra y luz del mundo es esencial dar un testimonio visible para que los otros vean en las acciones de los cristianos la presencia del Dios invisible.
El profeta Isaías da orientaciones concretas de qué significa ser sal y luz, exhortando a partir el propio pan con los hambrientos, sea el pan de la comida, de la salud, del empleo o del afecto. Y algo muy necesario y desafiante, que es rechazar la opresión, no buscando beneficios ilegítimos a costa de la explotación ajena.
Con estas actitudes no seremos católicos mandio’ýre, pero seremos gente de vida coherente, que ilumina el camino de los demás.
Paz y bien.
hnojoemar@gmail.com