A nadie debe extrañar esta realidad, que el sociólogo polaco Zygmund Bauman denominó “modernidad líquida”, para definir a una sociedad que se caracteriza porque los pilares sólidos que apuntalaban la identidad de las personas: un Estado predecible, una familia estable, un empleo seguro, una ética respetada, se han ido debilitando y licuando hasta escupir una ciudadanía en permanente crispación, acongojada por la zozobra permanente y el miedo a quedar atrapada en la desesperación existencial.
El papa Francisco dice tres cosas muy importantes sobre cómo construir una sociedad sana: la primera, recuperar el arte del diálogo con gente que piensa distinto, aunque eso te exponga a la posibilidad de salir derrotado. La segunda, que la desigualdad está fuera de control en todos los ámbitos. Y la tercera, la importancia de la educación para unir ambas cosas: recuperar el diálogo y luchar contra la desigualdad.
Las modificaciones a la Constitución deben discutirse en todos los ámbitos sociales, no imponerse mediante una mayoría coyuntural en las Cámaras del Congreso. La discusión debe centrarse sobre temas de verdadera importancia que afectan a la población en su conjunto, o a sectores mayoritarios escasamente protegidos en la Carta Magna vigente. La reelección presidencial solo interesa a una o dos personas y a sus corifeos; a nadie más. Y, sin embargo, para satisfacer las apetencias egolátricas de esos personajes, se despilfarran miles de millones de guaraníes en publicidad, mítines, marchas, audiciones de radios, TV, camisetas, banderas, etc., en gran parte proveniente de las arcas públicas, es decir, son gastos pagados por toda la población.
No se pueden crear acuerdos políticos fundamentales en medio de la desconfianza, la demonización del otro, el odio. Sin un sentido compartido de futuro, sin ideas ni ideales, no queda más que el enfrentamiento para la destrucción del adversario devenido en enemigo. Decía José Ortega y Gasset, en “El hombre y la gente”, que “cuando los hombres no tienen nada claro que decir sobre una cosa, en vez de callarse suelen hacer lo contrario: dicen, en superlativo, es decir, gritan”.
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La enmienda, tal como está regulada actualmente en el artículo 290 constitucional, no necesita discutirse sino presentarse para ser aprobada o rechazada; basta contar con la mayoría absoluta de votos en las dos Cámaras del Congreso, como ya quedó demostrado en este caso; si cuenta con la aprobación del Congreso se someterá a votación en un referéndum vinculante. Es decir, no existen ni se necesitan diálogo, discusión ni posibilidad de acuerdo entre quienes piensan distinto sobre el tema.
Por otra parte, toda modificación del texto constitucional requiere de un momento político adecuado para su concreción; es evidente que es inoportuno plantear la reelección presidencial en el último mes del año, casi al inicio del periodo de receso parlamentario. Si a ello se agregan las irritaciones, los enfrentamientos y las rupturas en las internas partidarias; el estrés colectivo producido por el calor, los cortes de electricidad, las lluvias torrenciales y las tormentas, el planteamiento de la reelección presidencial por un procedimiento constitucional viciado de nulidad, en este contexto sociopolítico y ambiental enrarecido, solo puede habérseles ocurrido a algunos que están aquejados de ceguera o sufren demencia senil. Esta situación ya no es propia de una sociedad líquida, sino en proceso de liquidación.