Lo que no se dijo hasta el momento, y es de vital importancia, es el motivo por el cual se produjo la agresión. ¿Por qué fue golpeado el compañero? ¿Qué hizo para merecer tal castigo? ¿Le sacó la novia, la miró lujuriosamente, le escupió adentro del sándwich, le orinó en el pie, le hizo una zancadilla, le pisó a propósito? Se me ocurre un montón de cosas más que se podrían utilizar como pretexto de la golpiza, pero ninguna de ellas me resulta convincente. Sí, queda una: para hacerlo más hombre. Curiosa manera para querer convertirlo en algo que ya lo es desde el mismo momento en que nació y adquirió su condición de humanidad.
En la película “Sonrisas de una noche de verano” (Ingmar Bergman, 1955), un hombre rico de la ciudad le pretende a una mujer del circo que es justamente la esposa del lanzador de cuchillos, quien un día los sorprende en actitud comprometedora en el camerino de la beldad deseada. Inmediatamente, lo reta a duelo, y el retado le responde algo así como: “¿Porque usted maneja el sable mejor que yo, quiere decir que tiene la razón? Eso no tiene más valor que arrojar cuchillos en el espectáculo del circo”.
Palabra más, palabra menos, es lo que acaba de pasar. El compañero mayor ha sentido la responsabilidad de “hacerlo más hombre” al compañero más pequeño y darle una lección para que “aprenda a defenderse en la vida”. ¿De qué le puede servir esa lección de autodefensa en el supuesto caso de que el chico quiera ser biólogo? ¿Será para agarrarse a las trompadas con las bacterias que le aparezcan en el microscopio?
En todo el mundo se está luchando contra el “bullying” (acoso) porque ha llegado a tener consecuencias dramáticas. El año pasado, en Asturias, una adolescente que estaba siendo sistemáticamente acosada por sus compañeras, una mañana, al salir de su casa, en lugar de dirigirse al colegio, se fue a los acantilados y se tiró al mar. Pero en nuestro país las cosas son diferentes; lo que en cualquier otra parte del mundo se combate o se deja de hacer, aquí ni se lo combate ni se deja de hacer, porque “somos diferentes”. Meses atrás, el ministro de Salud Pública, para defender los intereses de su jefe, el Presidente de la República, dijo del cigarrillo “que no es para tanto”, mientras las estadísticas de los países que tienen estadística hablan de cifras escalofriantes de casos de cáncer de pulmón, de garganta, de lengua, de páncreas, enfermedades respiratorias, cardiovasculares producidas por el tabaco. Aquí, el ministro de Salud, en lugar de velar por la salud de la población, prefiere velar por la recaudación de la tabacalera de su jefe.
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Pronto se va a olvidar todo esto. Nadie se acordará de la agresividad que se incuba en tantos jóvenes que sienten un morboso placer en causar daño al más débil, en ensañarse con quien por algún motivo no puede defenderse. ¿Será este sadismo un rasgo típico de la hombría que se quiere inculcar? Sea cual sea la respuesta, lo que se debe dejar bien claro es que el objetivo de la educación –y de las instituciones educativas– es lograr que los estudiantes estimulen y fortalezcan (si se pudiera) sus neuronas y no desarrollar nada más que los bíceps.
jesus.ruiznestosa@gmail.com