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El término “tecnología destructiva” descripto por J. Schumpeter, señala con gran precisión este fenómeno. Aceptamos una nueva tecnología, la incorporamos al uso diario estableciéndose una suerte de dependencia, pero en corto tiempo la sustituimos por otra , y la anterior se vuelve inmediatamente obsoleta, en una fantasmagórica secuencia causal ad infinitum.
La tecnología conduce nuestra cotidianeidad, y el mundo que habitamos depende en gran parte de su buen funcionamiento. Influye en nuestra relación con las personas que nos rodean e incluso con los objetos.
Sin duda, el área más sensible a esta explosión de la tecnología computacional es la educativa.
Se producen incontables estudios y discusiones sobre su verdadero rol; unos insisten en que tiene escaso o ningún impacto en el aprendizaje y otros la defienden insistiendo en su uso adecuado. Pero, independientemente de los debates, la sociedad moderna, para bien o para mal, es dependiente del uso tecnológico.
Por eso es un compromiso de los educadores estar tecnológicamente instruidos y en el buen sentido de su uso, para influir en las decisiones del sistema educativo.
De lo contrario estaríamos repitiendo el escenario de la década de los 90, cuando comenzaron los “laboratorios de informática” en las escuelas y colegios, esperando el milagro del aprendizaje.
Porque la visión educativa tecnológica está más allá de las computadoras. Como una consecuencia inmediata de esta situación, desde hace varias décadas en los países desarrollados los educadores, tecnólogos y sicólogos cognitivistas se refieren al pensamiento computacional (computational thinking) como la competencia necesaria para la resolución de problemas de la vida real.
El término lo reintrodujo Jeanette Wing en el 2006, pero décadas antes ya lo sostenía Seymour Papert, el pensador más influyente en la historia de la tecnología y el aprendizaje. A partir de estos dos investigadores, las esperanzas puestas en la tecnología computacional para impactar en el aprendizaje han sido enormes.
Sin embargo, en la mayoría de los países latinoamericanos, donde la tecnología computacional ha sido incluida en las aulas, los resultados no han sido siempre los esperados.
Pareciera que las premoniciones de Papert se están cumpliendo: La tecnología computacional no producirá una diferencia en el aprendizaje hasta tanto no la usemos como un “objeto con que pensar”.
¿Cuáles fueron nuestros errores?
Los errores han sido significativos, y se vienen repitiendo desde hace mucho tiempo, y no siempre los responsables de la educación escolar fueron autocríticos con el uso equivocado de la tecnología computacional.
En la década de los 80 y 90 se limitaban a la enseñanza de competencias relacionadas al uso de procesadores de texto, planillas electrónicas, o aplicaciones similares, hasta hoy utilizados y muy útiles. Lo que no se comprendió fue que esas competencias no tienen un efecto directo en el aprendizaje.
Tal vez dio a muchos educadores y estudiantes maneras atractivas de comunicar información o determinado contenido curricular, pero el uso de dichas herramientas de esa manera no produce nuevo conocimiento al no estimular el desarrollo del pensamiento crítico.
En estos casos no se usa la tecnología computacional como “un objeto con que pensar” sino como un “objeto para informar”. No hay premisa más contundente que sin pensamiento el aprendizaje está ausente.
Se desvirtuó el uso de la tecnología en la educación debido a su uso inapropiado. Esto resultó en la sesgada visión de su incorporación a las aulas como innecesaria, costosa y sin otra utilidad que la de una simple herramienta para la información, comunicación o distracción.
Si la intención de nuestros programas educativos escolares es apoyar el desarrollo de estudiantes con competencias para ser partícipes activos del siglo XXI, de una sociedad de la innovación y la creatividad, no tenemos otra opción que diseñar programas donde la tecnología computacional deba ser usada para alcanzar esa meta.
En esta línea de pensamiento la Sociedad Internacional de la Tecnología en la Educación (ISTE) expresa que el estudiante de hoy para estar en el mundo innovador y científico debe ser capaz de aprovechar la tecnología computacional para formular y resolver problemas, pensar y planear algorítmicamente, analizar datos, modelar, simular, representar datos de diferentes formas que ayuden a la toma de decisiones de un determinado problema.
Debemos incluir en nuestros programas educativos desde la temprana edad actividades que promuevan la capacidad de mover códigos y programar, de producir contenidos, de ser productores y no consumidores.
Es la nueva alfabetización de este siglo, y la tecnología computacional nos ofrece la inconmensurable oportunidad de aprender y construir conocimiento con ella.
Los educadores debemos comprender y aceptar el reto de que en el área disciplinar que nos compete esté presente un lenguaje de programación, aunque simple, pero de tal manera que los estudiantes además de aprender a leer y redactar comiencen a usar los códigos de programación.
Es esta la alfabetización del presente y del futuro. Diseñar una propuesta educativa con la tecnología computacional como exige este siglo no es tarea fácil.
Son muchos los cambios que debemos enfrentar, no solamente en cuando a recursos y competencias que necesita el educador actual, sino incluso en el consenso al que deben llegar los encargados de tomar decisiones, tanto a nivel de la cartera ministerial a cargo de la educación, como los padres de los estudiantes y los educadores.
El único camino que la educación escolar en el Paraguay debe tomar es encontrar lo antes posible la manera correcta de incorporar esta visión de la tecnología efectivamente al currículo vigente.
Incontables investigaciones demuestran cómo debe ser utilizada, cuáles son los requisitos y qué conocimiento debe tener el educador para que se constituya en un elemento enriquecedor del proceso de aprendizaje.
Si bien podríamos estar de acuerdo en que debe ser incorporada a los currículos, en muchos casos no coincidimos en los presupuestos teórico-filosóficos acordes con el siglo en que vivimos.
Al no existir acuerdos, la toma de decisiones de lo que se debe adquirir en cuanto a dispositivos se refiere y el uso que se le va a dar queda al libre albedrío del educador de turno o del responsable circunstancial de la cartera ministerial de educación.
Tal vez sería útil hacernos algunas preguntas, que nos orienten, al momento de pensar en un programa educativo con tecnología computacional:
¿Existe disposición de invertir los fondos necesarios para implementar un programa educativo con una visión moderna de la tecnología computacional?
¿Cuenta el país con los recursos humanos para el diseño del proyecto y su implementación?
¿Deseamos estudiantes que tengan las competencias para innovar en espacios digitales o solamente puedan utilizar la tecnología para la información y la comunicación?
¿Contempla la carrera docente una formación de educadores con las competencias que deseamos lograr?
¿Qué herramientas que ofrecemos a los estudiantes y el uso que se les da se relacionan con el logro de las competencias deseadas?
Nos es poca la tarea de diseñar un proyecto educativo donde la tecnología correctamente utilizada sea constitutiva del aprendizaje. Sin embargo, la decisión del Gobierno, desde el Poder Ejecutivo y del mismo Presidente de la República será vital para que empecemos a trabajar mancomunadamente y con un visión clara y sostenida.
El camino está trazado, la voluntad política de seguirlo es solo nuestra. (*) Máster en Educación, Universidad de Kansas, Estados Unidos de América.