Trump y la diplomacia petrolera

La decisión del presidente electo Donald Trump de nombrar a Rex Tillerson, el CEO de Exxon, como secretario de Estado ha causado alarma entre los grupos de derechos humanos. Y hay buenas razones para ello.

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Tillerson, de 64 años, quien –como Trump– no tiene experiencia alguna en el gobierno, es conocido sobre todo por sus estrechos vínculos con el presidente autoritario de Rusia, Vladimir Putin, quien le otorgó el premio “Orden de la Amistad” del Gobierno ruso en el 2013.

Como funcionario de Exxon desde hace cuatro décadas, Tillerson ha cultivado amistad con algunos de los peores violadores de derechos humanos del mundo, incluyendo –además de Putin– a los regímenes totalitarios de Arabia Saudita, Qatar y Guinea Ecuatorial.

Según un viejo dicho, los ejecutivos de las compañías petroleras no se guían por la ideología, sino por la geología, y Tillerson podría ser el mejor ejemplo de ello.

Amnistía Internacional, el grupo de defensa de los derechos humanos, dijo que la nominación de Tillerson es “profundamente preocupante”. Human Rights Watch, otro grupo de defensa de los derechos humanos, dice que –bajo Tillerson– Exxon trató de esquivar leyes estadounidenses que exigen a las compañías que sean transparente y respeten normas de derechos humanos.

Gran parte del ascenso de Tillerson al estrellato corporativo se debió a sus estrechos vínculos con el Gobierno ruso. En el 2011 firmó un gigantesco contrato con la petrolera rusa semiestatal Rosneft, y Putin asistió a la ceremonia de la firma.

Trump ha dicho que “para mí, una gran ventaja –de Tillerson– es que conoce a muchos de los jugadores. Y los conoce bien. Ha hecho acuerdos enormes con Rusia”.

Pero ¿las habilidades que ayudaron a Tillerson a ascender en Exxon, cultivando la amistad de Putin, servirán al Departamento de Estado a la hora de implementar las sanciones contra Rusia por la invasión de Crimea de 2014? ¿Y sus lazos con las familias reales de Arabia Saudita y Qatar serán una ayuda o algo contraproducente en el Medio Oriente?

Incluso, algunos legisladores republicanos clave están preocupados por la nominacion de Tillerson. “Ser un amigo de Vladimir no es un atributo que espero de un secretario de Estado”, tuiteó el senador Marco Rubio, el 11 de diciembre.

El hombre fuerte ruso no solo es objeto de sanciones internacionales por invadir Crimea, sino que está siendo acusado por las agencias de inteligencia estadounidenses de hackear las recientes elecciones estadounidenses, plantando noticias falsas y robando mensajes de la campaña de Hillary Clinton para filtrarlos a Wikileaks.

El congresista demócrata Eliot Engel, el segundo a cargo de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes, me dijo que la conexión de Tillerson con Rusia también plantea serias dudas sobre cómo este manejaría la creciente influencia de Rusia en América Latina. “Me temo que el secretario Tillerson podría reducir nuestra visión de la región diversa a un enfoque limitado a la producción de petróleo. Esto nos haría retroceder muchos años”, me dijo Engel.

Mi opinión: Lo que más me preocupa es que Tillerson no ayudaría a contrarrestar el desprecio de Trump por los derechos humanos como un principio de la política de los Estados Unidos, que ha sido mantenido por las administraciones demócratas y republicanas durante las últimas cuatro décadas.

Trump manifestó el 20 de junio en una entrevista con The New York Times que “no creo que tengamos el derecho de dar lecciones” a otros países sobre derechos humanos. Al preguntarle específicamente si eso significaba que no haría de la democracia y la libertad una piedra angular de su política exterior, Trump respondió: “Necesitamos aliados”.

La idea de una política exterior norteamericana impulsada por intereses corporativos, cuyo único objetivo sea maximizar las ganancias de las empresas no importa a qué costo, ha sido intentada antes.

En el siglo XIX y a comienzos del siglo XX, condujo a cuestionables intervenciones de los Estados Unidos en América Central para defender los intereses de compañías estadounidenses. Pero eso creó una reacción que provocó la Revolución cubana de 1959 y una ola de gobiernos antiamericanos en la región. Sin un secretario de Estado consciente de la importancia de los derechos humanos, Trump podría repetir los errores del pasado.

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