Turismo y Semana Santa

Nuestros mayores recuerdan que en el pasado próximo, la Semana Santa era un tiempo de recogimiento y profunda vivencia de los mayores acontecimientos de nuestra fe: la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, incluso con cierta exageración en la austeridad y mortificación.

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Hoy día, en cambio, con la creciente secularización y la invasión de una corriente de neopaganismo en la vida, la Semana Santa se ha vuelto, para mucha gente, la semana del turismo. Nuestros periódicos nos ofrecen placenteros viajes, en cómodas cuotas, a Camboriú, Río de Janeiro, Cancún…

A nivel local, se aprovecha esta semana para divertirse con los amigos en alborotados juegos de naipes u otros juegos de azar, a veces con lamentables saldos trágicos por la abundancia de bebidas alcohólicas, que forman parte integral de la timba. También a nivel popular, suelen ser los días del “karu guasu”, con gran profusión de comidas típicas de la temporada. Para muchos otros, son días vacíos, en que de una u otra forma se procura vencer el aburrimiento.

El ritmo de la vida moderna nos acostumbra a tener los sentidos despiertos y el alma dormida. Y es que sin ruido ya nos invade el vacío de los ratos libres.

En este contexto, la Semana Santa es una invitación a la reflexión, la oración, la meditación, al encuentro personal consigo mismo y con Dios, para una profunda revisión de nuestra vida, introduciendo en ella las necesarias rectificaciones a la luz de las exigencias de la muerte de nuestro Redentor.

Más que unos días de búsqueda de algunas celebraciones más o menos folklóricas o pintorescas o de sentimentalismo estéril y transitorio, el cristiano debe asociarse íntimamente a Cristo para revivir con Él su Pascua, es decir su Paso de una condición de vida a otra.

La Palabra de Dios, leída, meditada, vivida y el programa que nos ofrecen nuestras parroquias, deben llevarnos a una activa participación en la conmemoración de los grandes misterios de nuestra fe.

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