Sin entrar a ver por qué imitamos conductas y maneras foráneas de expresar nuestros sentimientos, tomando el lado que da gusto, veamos que si vamos a regalar cumplamos con dos requisitos; primero, que sea un gesto auténtico, y segundo, lo más acertado posible para el destinatario.
Algunos regalan por obligación, otros por mero placer. Saber dar y recibir un obsequio es, además de buena educación, un arte espontáneo.
Hay gente que solo quiere recibir cosas materiales, y cómo no, siempre es lindo tener algo que nos gusta, pero no es bueno medir el amor que una persona nos tiene por el valor económico del regalo. Creo que está en la sinceridad con la que se entrega. Recuerdo una amiga que por mi cumpleaños me obsequió un pañuelo colorido (no era mi estilo), pero ella se había gastado un dinero que no le sobraba para comprarlo, y con tanta humildad y cariño me dijo “no sé si te va a gustar, pero te traje esto…”. Ese pañuelo pasó a ser uno de mis favoritos, su forma de dármelo, casi disculpándose por “lo poco que era” le dio, sin embargo, al pañuelo una importancia perdurable.
Con los años y las experiencias vamos cambiando nuestros intereses, lo ideal es que también se fortalezca nuestra escala de valores, que maduremos respecto a nuestras necesidades y deseos.
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En Navidad el regalo por excelencia es estar con la familia. No obstante, en la realidad social, no regalar más que saludos suele ser mal mirado, aunque no se diga, se considera tacañería, grosería, negatividad o insensibilidad. A su vez, muchos usan los regalos materiales para comprar la voluntad de otros.
Sobre todo en los días festivos disfrutemos en familia, pero no nos olvidemos que además existe la posibilidad de compartir tiempo con personas que por alguna razón están alejadas de la suya. Hay muchos hogares de niños, ancianos, cárceles, zonas vulnerables donde hace falta todo: material y espiritual.
Permitamos a nuestro niño interior que nos devuelva un poco de pureza, desinterés, el perdón rápido, el regalo hecho a mano (algo que hacemos o una piedra linda, un caracol, una flor, etc.) o sencillamente besos, abrazos, compañía luminosa.
Si se supo/pudo disfrutar la Navidad en su esencia, se iniciará el Año Nuevo doblemente bien, y si no, el inicio de otra etapa sirve también para empezar a recuperar valores que la vida agitada nos hace ignorar. Por último, pensemos también en hacernos autorregalos con sentido: ropa, perfumes, algo para nuestra comodidad, sí, pero además alguna cortesía para el alma: colocar alguna vieja foto en nuestro escritorio, visitar a alguien que olvidamos, redecorar nuestro rincón preferido o, tal vez, abrir una nueva ventana para que entre más luz. “El regalo perfecto no es un objeto que alguien pueda entregarte. Es un presente que solo tú puedes obsequiarte” (Spencer Johnson).
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