Días atrás, en un periódico regional de Castilla y León, se publicaba una fotografía que ocupaba media página. Había sido tomada por un fotógrafo anónimo, el 12 de octubre de 1936. Por lo tanto, era en blanco y negro. La imagen narra el momento en el que el filósofo y escritor Miguel de Unamuno, entonces rector de la Universidad de Salamanca, abandona el sitio rodeado de una enorme cantidad de gente que se apretuja a su alrededor. Lo escoltan Carmen Polo, esposa del general Francisco Franco, y el arzobispo de Salamanca, Enrique Plá y Deniel, luego cardenal primado de España.
Ambos, el obispo y la esposa del Caudillo, buscaban dar protección a Unamuno, quien minutos antes estuvo a punto de ser muerto en la presidencia del paraninfo de la universidad por parte del general José Millán-Astray, quien terminó dirigiendo su revolver al techo mientras lo disparaba repetidas veces. Unamuno había despertado la ira del general fascista cuando, en un momento de su discurso, dijo: “Nos venceréis, pero no nos convenceréis”, aludiendo a la guerra civil que se acababa de iniciar en julio, a lo que Millán-Astray respondió con un grito que se hizo tristemente famoso: “¡Viva la muerte! ¡Muera la inteligencia!”.
El episodio se recordó continuamente en estos últimos meses, al cumplirse los ochenta años del mismo y, también, los ochenta años de la muerte de Unamuno, quien, en diciembre de ese mismo año, ignorado por todos, encerrado en la soledad y el silencio de su casa, falleció la tarde del 24 de diciembre.
¿Qué tiene todo esto que ver con la fotografía y la historia? Volvamos a la imagen: en la parte inferior aparece un coche negro, muy cerca de la entrada de la universidad; tiene una puerta abierta, a la que se dirige Unamuno mientras el obispo le sostiene del brazo. A su alrededor, decenas de jóvenes, la mayoría de ellos con el uniforme de la Falange –partido fascista que apoyaba el levantamiento militar y el régimen de Franco–, saludan con el brazo en alto, tal como lo hacían los nazis y seguidores de Mussolini. Los jóvenes, con el rostro demudado, gritan o, quizá, estén cantando el “Cara al sol”, el himno de la Falange que hacía pocos meses se había dado a conocer. Las facciones de los rostros son claras, nítidas; se puede reconocer a cada uno de esos jóvenes. Se les podría poner nombre y apellido a cada uno de ellos. Evidentemente, el fotógrafo no tuvo la intención de hacer un documento gráfico destinado a que lo vieran los encargados de escribir la historia. Simplemente, retrataba su salida del lugar. Lo más justo sería decir que lo estaban echando a empellones por negarse a ser convencido por las fuerzas oscuras de la irracionalidad.
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Quienes aparecen exultantes en la fotografía, cantando el himno que recorrería España, dejando tras de sí un reguero de muertos y exiliados, tienen el convencimiento que la victoria es de ellos. En parte sí: ganaron la guerra, pero perdieron el tren de la historia. Allí está el testimonio con sus caras, sus rictus, sus miradas encendidas, sus brazos en alto.
Me pregunto, por último, si todos esos que siguen cantando marchas heroicas, himnos que en realidad son de muerte, que no tienen ya el brazo levantado, pero se entregan a la irracionalidad de una idea porque les conviene, porque sacarán un provecho momentáneo, me pregunto, digo yo, si no piensan que en algún momento esa imagen que dejaron en una foto, un periódico, una película de televisión, se convertirá en un testimonio del triste y doloroso papel que les tocó jugar en la construcción de la historia.
jesus.ruiznestosa@gmail.com