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Seguramente nos va a llevar un buen tiempo ponernos de acuerdo sobre cómo erradicar la violencia actual. Hoy se tiende a partir de premisas como “el hombre llega borracho y golpea a su mujer”, “el odio no le da derecho a matar”, “la mujer seguro era una p…”, etc. No debemos caer en estos argumentos sensacionalistas, amarillistas, ni fanatizarnos con un concepto destructivo de hombre y de mujer.
Cuando se llega al extremo, al golpe físico o a lo peor, asesinar y/o suicidarse, es porque algo grave explotó, y antes no se pidió ayuda –no necesariamente a la policía– o si se hizo no fue de manera clara. A pedir ayuda, reconocer nuestra incapacidad, límites e impotencia, se aprende.
El relativismo versus el absolutismo respecto a la unión eterna o pasajera de las parejas no son buenas trincheras. Saber lidiar con un conflicto sentimental sanamente es posible, aunque ciertamente muchos necesitan más ayuda que otros.
Sembrar el victimismo, tal como se está aplicando, no es bueno para las mujeres, las debilita y las entorpece. Protección integral, en todo caso para la niñez y primera etapa de la adolescencia; después de esa edad hay que empezar a hablar en términos de responsabilidad individual.
Hombres y mujeres debemos desarrollar nuestro sistema de defensa, aunque a veces anulado o sinuoso en muchas personas (por cuestiones de clan familiar, de la cultura a la que pertenece, etc.), está. Una mamá me contaba que fue a visitar a unos amigos –también con niños– y llevó a su nena de 4 años. Mientras estaban jugando, un niño de 7 años le cerró el paso cubriendo con su cuerpo una puerta. La niña lo miró, calló unos segundos y luego pegó un grito tan fuerte que los adultos corrieron a ver qué pasaba. Brillante autodefensa.
Es fundamental enseñarles a nuestros hijos/as y alumnos desde muy temprano a defenderse con inteligencia y a respetarse entre compañeros de ambos sexos, y la sociedad avanzará legítimamente.
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