Y antes de que alguien se revuelva molesto por lo que puede parecer una “insensibilidad ante los problemas sociales”, aclaramos que ABC y quien escribe se han ocupado de todos ellos. De los que reclaman por sus necesidades de vivienda como los de los limpiavidrios y los de los llamados “cuidacoches”. De los campesinos sin tierra y los de la juventud sin rumbo ni educación de calidad. Porque todos esos problemas tienen el mismo origen y se han mantenido o fueron agravados a lo largo de los años, “gracias” a la empecinada incompetencia para resolverlos. O de pretender hacerlo simplemente con subsidios y convertir a los pobres en adictos de la generosidad del Gobierno. En cualquiera de los casos, con o sin propuestas y aún con soluciones, la obligación del Estado es mantener a salvo el patrimonio histórico de la nación, de cualquier desborde. Pero ESPECIALMENTE este. Mantenerlo a salvo del mismo Estado, cuya recurrente respuesta ante la falta de respuestas oficiales, pareciera ser: “hagan lo que quieran porque no tenemos nada que ofrecerles”; o, “... ubíquense como puedan y donde quieran porque tenemos cosas más importantes que hacer”. Una prueba de esto es que en las campañas electorales se gastan siderales sumas aunque no se disponga de recursos ni de planes para algo tan previsible y cíclico como las inundaciones.
DEBE existir –por otra parte– un escalafón de lo posible antes de que la desesperación de nuestros conciudadanos haga que cada quien reclame por lo que cree justo, como quiera y donde sea. Debe promoverse el respeto hacia nuestros sitios históricos por el valor que tienen en la transmisión del sentido de comunidad, trasunto de la responsabilidad social y colectiva. Tarea que no será exitosa si quienes ostentan altos cargos no se rodean de la dignidad, honor y decoro que requiere la gestión pública. Ya a estas alturas, ni siquiera pretendemos de ellos la indispensable solvencia intelectual como las exhibidas en otros tiempos por Cecilio Báez, Manuel Gondra, Liberato Rojas y Natalicio González, integrantes de la selecta cofradía de mandatarios que inscribieron sus nombres en la Literatura Nacional y en la Antología Poética Paraguaya. ¿Fueron ellos buenos mandatarios? No lo sabemos, pues fueron derrocados en poco tiempo y entre los cuatro juntos, no alcanzaron dos años en el gobierno. Como los intendentes que tuvo Asunción entre 1916 y 1932: siete profesionales egresados en universidades europeas con altas calificaciones y honores; aunque a cada uno le correspondió –en promedio– poco más de dos años de mandato. Se fueron antes porque en el Paraguay pareciera existir una incompatibilidad absoluta entre el saber y el poder.
Finalmente, un espacio que fue la matriz del reparto de solares de 1556. Que en el largo período colonial, albergó a los ciudadanos convocados para la defensa de la Provincia; que fueron asiento de los cuarteles protagonistas en la Independencia Nacional; que en sus bordes tenía a la Catedral, el antiguo Cabildo, la casa de Carlos A. López, mientras que hacia el río, fueron fusilados algunos de los patriotas de la Independencia, en 1821 ... debería merecer algo más de respeto.
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