La funcionaria no dejó el cargo por malos manejos administrativos o porque su trabajo al frente de la cartera de Educación fuera considerada insuficiente. Se tuvo que ir víctima del modelo de gestión del gobierno de Cartes, donde la pulcritud numérica no entiende los tiempos ni las necesidades cotidianas de la gente.
En el Gobierno se trata de explicar la salida de la ministra por su posición firme para desmantelar viejas estructuras prebendarias y hasta delictivas que estaban afincadas en la estructura ministerial. Aseguran que fueron esos sectores los que armaron la movida que terminó con la renuncia.
Lafuente no tuvo casi inconvenientes cuando se puso firme y dejó sin sueldo a dirigentes gremiales de la educación que cobraban millonarios salarios sin hacer nada, tampoco tuvo mayores problemas cuando fue una de las primeras, o quizás la única, que se animó a mostrar una lista de planilleros y dejar de pagar sueldos que no correspondían. Fueron medidas aplaudidas desde los diferentes sectores de la sociedad. No había espacio para oponerse. Tanto es así que los pocos gremialistas que intentaron justificar los atropellos tuvieron que bajar sus gritos para evitar la condena de la sociedad.
El problema vino cuando no tuvo el reflejo suficiente para comprender la sensibilidad social y salió a defender a más no poder una licitación donde el trámite formal era impecable, pero claramente los costos eran ofensivos y tiraban al piso el principio fundamental del uso sensato; razonable del dinero público.
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La indignación por el “cocido de oro” empezaba a tomar cuerpo, pero para la exministra todo estaba bien. Solo eran “plagueos de unos cuantos que no la querían”. Sin comprenderlo había pasado los límites y de golpe se encontraba en medio de una tormenta.
Tanto fue su distanciamiento de lo que se venía que tuvo que ser el presidente Cartes, quien le ordenará dejar sin efecto la adjudicación. A duras penas se presentó ante la prensa para anunciar que la licitación se suspendía “por pedido del Presidente” y reafirmando que todo el proceso fue impecable. La exministra y buena parte del entorno más cercano del Gobierno seguían sin comprender dónde estaban parados.
Unas semanas después esa situación empezó a pasar factura. Un grupo de estudiantes corporizó la indignación pidiendo la salida de la ministra de Educación. Una vez más la respuesta estaba alejada de la realidad. Subida en su torre de marfil despreció el movimiento juvenil y desafió anunciando que la renuncia “no estaba en su agenda”. Recurrió a sus aliados de siempre para tratar de sostenerse; pero solo hicieron falta 48 horas para que la renuncia sea prioridad, en letras de molde y resaltado en su agenda. Esta vez la falta de reflejo le costaba el cargo. Nadie puso en duda su administración, pero todos reconocieron su insensatez.
La buena gestión, la transparencia en el gasto y el destierro del prebendarismo en la función pública son apreciados por la sociedad en su conjunto; pero no son suficientes para sostener el modelo.
La salida de la ministra de Educación es apenas la bisagra de un modo de gestión de este gobierno que hasta ahora es incapaz de administrar conflictos; de comprender la realidad cotidiana en que se desarrolla el Paraguay y de entender que las buenas ideas de laboratorio necesitan ser llevadas a la sociedad, conversadas con la gente.
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