Orgullosos de poder hacer lo que les da la gana, sin rendir cuentas a nadie, todos se congregaron entonces en la Plaza de la Paz para celebrarlo.
Entre ellos estaba Manuel Amarilla, zacariista de primera línea y funcionario de la Gobernación del Alto Paraná, que unos días antes había pateado a una señora opositora en vivo, durante un programa de televisión. También estaba Aida Molinas, dirigente de seccional y exconcejala irunista, que hace un mes ordenó que sometieran a una brutal golpiza al periodista y director del diario Vanguardia, Nelson Zapata. Igualmente, los arquitectos Beatriz Maidana y Pedro Duarte, procesados por la muerte de una niña de 2 años, ocurrida en enero pasado, en la plaza pública Van Aaken.
Funcionarios comunales, seccionaleros, todos celebraban. En estado etílico, algunos se sintieron poderosos e impunes como para golpear a un reportero gráfico, enojados porque este fotografiaba una gresca protagonizada por ellos mismos.
En el escenario, esa noche, la intendenta Sandra McLeod de Zacarías y su marido, el político colorado Javier Zacarías Irún (que juntos gobiernan la Municipalidad hace 15 años), daban sus mensajes.
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Ambos agradecieron a la “aplanadora” colorada y al presidente de la Asociación Nacional Republicana, Pedro Alliana, quien había considerado el pedido de intervención como una “persecución inmisericorde”. También agradecieron insistentemente a su gran amigo y confidente, el presidente de la República Horacio Cartes, aquel que dijo que supuestamente iba a cortar las manos de los corruptos.
Esa noche, la diputada Blanca Vargas de Caballero presentó a Javier y a Sandra como la pareja “real” de Alto Paraná. Y luego Sandra McLeod dijo que teme que la quieran matar ahora que no se aprobó la intervención a la Comuna.
Pero acá nadie quiere matar a Sandra ni perseguir a Javier. A nadie le importa si son una pareja real o ficticia, si ella compra abrigos en Estados Unidos o si él tiene aviones, siempre y cuando no lo hagan con dinero público, que no les pertenece.
Lo que quiere la gente es que se acabe el oscurantismo. Que se explique cómo es posible que tierras públicas se convierten en privadas, por qué hay obras con materiales de segunda que en los documentos son de primera, por qué no cierra la ecuación del almuerzo escolar.
Los ciudadanos desean que se respeten las instituciones de control, que se cumplan las leyes, que paguen a los exempleados como lo manda la Justicia, que se respete la Ley de Acceso a la Información Pública, que los carteles colocados por allí no digan quién administra el municipio, sino qué se hace con el dinero de los contribuyentes.
Quieren –además– que se acaben las persecuciones, la censura, la coacción a quienes no comulgan con las ideas del “clan”.
En Ciudad del Este se quiere transparencia.
Mucha agua correrá todavía bajo el puente. Por ejemplo, puede dejar de haber mayoría opositora en la Junta y puede que algunos que hoy pidieron la intervención, mañana sean oficialistas, pero siempre habrá ciudadanos cansados de la coacción y otros, víctimas del clan, reclamando Justicia, transparencia, el fin del autoritarismo.
No deberían temerle a eso, pero la forma en que celebraron lo que ellos llamaron de “segunda victoria” después de las urnas, demuestra que les preocupa sobremanera exponerse tal cual son, tener que abrir la administración.
En el marco de su propio juego, es interesante recordar que las coyunturas políticas son pasajeras y que, en otro escenario, cuando las papas quemen –en las internas coloradas por ejemplo– podría ser otro el resultado. Y van a vivir con el ¡cháke! hasta entonces en su edén, donde las jugadas políticas, los amigos de turno y las coyunturas importan más que la transparencia y la honestidad en la gestión pública.
mariana.ladaga@abc.com.py