“Abran pues caraj... Les vamos a matar a todos”

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Una semana después, el olor y las manchas de sangre todavía flotan en el ambiente donde murió asesinado por la espalda el activista liberal Rodrigo Quintana. El diputado Eusebio Alvarenga, presente aquel viernes negro junto a otras decenas de partidarios, relata en esta entrevista pormenores del violento atraco policial al Partido Liberal y apunta directo al comisario Tomás Paredes Palma como cabecilla de los que entraron como sicarios, decididos a matar.

–¿A qué hora llegó? ¿Cómo fue su jornada ese día?

–Cuando tuve la información de que un grupo de senadores, de manera sorpresiva, irregular y secreta aprobó el proyecto de la enmienda inconstitucional, yo estaba descansando en mi casa de Villarrica. Mi madre me avisó. Estaban pasando por televisión. Me comuniqué con mi colega de Caazapá que estaba en su ciudad también y coordinamos para venir de inmediato. Se hablaba que esa misma noche del viernes iban a hacer aprobar en la Cámara de Diputados. Llegamos cerca de las ocho de la noche.

–Ya estaba caliente el ambiente.

–Totalmente. La reacción de la gente fue extraordinaria. Estacionamos y nos fuimos a la plaza a pie con mi sobrino, David Alvarenga, que me acompañó en todo momento y el diputado Olimpio Rojas. No pudimos llegar. Estaba en su pleno apogeo la represión, las corridas, los gases lacrimógenos, la persecución de la Montada, las explosiones de armas y bombas. Era un espectáculo desesperante. Llegamos hasta las adyacencias. Avanzábamos una cuadra, retrocedíamos con la gente, volvíamos a avanzar, y así.

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–Ya se había incendiado el Congreso. –Sí. Las agresiones contra Efraín (Alegre) y el diputado Acosta fueron en horas de la tarde. Esos hechos de salvajismo enfurecieron a la gente. Estaba enardecida. Había una ira increíble. No podíamos creer lo que hicieron con el diputado Édgar Acosta. Le dispararon en la cara a quemarropa; lo que hicieron con el presidente del partido... A las 11 de la noche más o menos, los policías uniformados y de civil salieron a buscar manifestantes por todo el centro. Lo inexplicable es que nos perseguían después de que se calmó todo alrededor del Congreso donde ni siquiera intervinieron.

–Una vendetta. –Habrán recibido orden porque había mucha saña. Yo me refugié en el hotel Guaraní porque me picaba y me asfixiaba el efecto de los gases lacrimógenos. Tenía la sensación de que me iba a explotar el pulmón. Entré al baño del lobby a lavarme la cara. No me pasaba nunca. Alguien me dijo que era gas pimienta. No pude reaccionar rápidamente. Después no sentamos, descansamos con mi sobrino un rato y cuando iba a enfilar hacia mi departamento me llamó mi colega Rojas. Estaba en el directorio.

–En Iturbe. –Sí. Me dijo que estaban todos ahí. Nos advirtieron que la policía seguía reprimiendo y que nos cuidáramos. Estábamos a una cuadra de ese incidente donde le garrotearon al abogado en el servicentro (de General Díaz y Chile). Actuaban con bestialidad. Esperamos un poco y después fuimos a pie hasta el directorio. Era cerca de la medianoche. Me encontré con algunos colegas diputados. Estábamos en corrillos conversando sobre los acontecimientos. Yo estaba en el patio que sirve de garaje y estacionamiento. Pasaron unos minutos. Me acuerdo del vehículo que trajo agua mineral. Estaba frente a la puerta principal.

–El camión que aparece en el video. –Sí, estaban bajando agua. De repente escuchamos gritos desde la calle: “¡viene la policía!”. Todos tenían todavía en la retina el salvajismo con que estaban actuando, pero nosotros tratamos de tranquilizar: “No van a entrar. Este es un recinto sagrado. Es un local privado. Van a hacer su trabajo en la calle pero aquí no van a entrar”, dijo el diputado Rojas. Yo también dije. “Tranquilícense muchachos. Nadie va a entrar. Estamos en nuestra casa”.

–Y ahí entraron. –En segundos escuchamos que irrumpieron con todo. El sonido de los disparos nos rompían el tímpano. “Ipu hatã”. Era terrorífico, infernal. Entraron a balazo limpio. Corrimos despavoridos. Un señor ya de cierta edad se arrojó de la muralla hacia el patio de atrás, entre otros, y se fracturó, me enteré después. Hay como cinco metros de profundidad. En el grupo donde estaba yo lo primero que vimos como refugio fue el baño.

–¿Cuántos?

–Eramos ocho o nueve personas. Entramos casi al instante. Enseguida nomás comenzaron a golpear, patear, gritar: “Peabrí pue caraj..., les vamos a matar a todos”. Se pusieron a forzar para echar la puerta. Desde nuestro lado, los muchachos atajaban. Como no pudieron echar, uno de los asaltantes metió el caño de la escopeta y disparó dos o tres veces. Era de terror. Todo era sonido de balas y órdenes de aquí para allá... Nos ayudó un poco la tranca de la puerta. Por eso no pudieron echar. “Peabrí pue caraj...”, ordenaba alguien y seguían martillando. Ahí fue que dije. “Anive pejoko. Ñadestrancá. Che asêta porque o si no, ñandejukapáta”, les dije. Menos mal que me hicieron caso. Se abrió la puerta y salí yo primero. “¡Soy el diputado Eusebio Alvarenga!”, dije. “¡A tierra, a tierra..., cuerpo a tierra!”, nos gritaron en nuestros oídos. Nos echamos cuerpo a tierra y ese fue el momento que captó la cámara de ABC. Yo quiero destacar el coraje de ese camarógrafo. “¡Están matando gente!”, dijo y entró a filmar sin medir el riesgo. –¿En qué momento se dieron cuenta que mataron a Rodrigo Quintana?

–Cuando escuchamos: “¡Le mataron, le mataron!”. Ahí vimos el cuerpo ensangrentado, inerte de Rodrigo. Comenzaron los gritos, las lamentaciones. Le socorrieron para darle primeros auxilios y le llevaron al hospital.

–¿Usted llegó a identificar quién dirigió el operativo?

–Yo le identifiqué a ese comisario Paredes Palma, claramente. Los demás obedecían sus instrucciones.

–¿Usted lo conocía?

–Lo reconocí después en los videos. Él ordenaba: “Pegueru, peraha, pehupi la camioneta-pe...”. Enseguida se notaba quién mandaba. Actuaba con prepotencia y frialdad... Me comentaron que tiene varias cruces encima. Hetápe omongurusu. Parece que está acostumbrado a los “operativos de ejecución”. Todos vimos cómo actuaba. Ahí está el resultado. Mataron sin piedad ni miramiento a un joven por la espalda. Le reventaron la cabeza a otro de un culatazo. Fue una cosa de locos. –¿Usted dice que fue todo premeditado?

–Indudablemente planearon, concertaron para venir a sembrar el terror. Paredes Palma ordenaba que toda la gente que estaba cuerpo a tierra sea llevada a las camionetas. Allí comenzaron las lamentaciones. “¡Le mataron, le mataron. Los policías le mataron! ¡Le mataron esos cobardes, asesinos!”. Ahí entramos y le vimos a Rodrigo tirado, bañado en sangre.

–¿Qué hicieron ahí los policías?

–Ahí huyeron como ratas. Ejecutaron su plan criminal y se fueron. Apresaron a mucha gente ahí. No tenían piedad por nadie: jóvenes, adolescentes, mujeres. Había embarazadas. Fue un atraco criminal.

–¿Cuánto duró?

–Habrá durado entre 10 y 15 minutos. Desde el atraco, el asesinato, los disparos, las detenciones.

–¿Cuántos policías ingresaron?

–Aproximadamente 20.

–¿Cuántos más o menos estaban en el partido?

–No le puedo precisar. No tengo la cifra. Más de 50, puede ser 100.

–A pesar de todo, el proyecto de enmienda sigue vigente.

–La enmienda de sangre. Independientemente y paralelamente a la reacción de mi partido que toda la vida estuvo a la vanguardia por la defensa de los derechos humanos, la libertad y la democracia, la ciudadanía, espontáneamente está reaccionando manifestándose en todo el país. Eso nos alienta muchísimo.

–Pero no retiran el proyecto.

–Vemos que están retrocediendo. Se dan cuenta que los promotores están bastardeando la democracia. La responsabilidad histórica, política y jurídica es de ellos.

–¿Por qué insisten Lugo y Llano?

–La sed desmedida, la codicia desmesurada, por lo visto les cierran los ojos y sus corazones también. Pero muchos están recapacitando por la presión ciudadana, los vecinos, familiares... Yo confío en que aquellos que están por hacer un mal tienen en el fondo un poquito de bondad en su naturaleza que les puede ayudar a recapacitar, porque todos somos hijos de Dios. En el fondo todas las criaturas nacimos para hacer bien las cosas y nadie quiere ser señalado.

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