Aldo afirma que falta valor de mirar la cara a la muerte

El padre Aldo Trento, quien administra la clínica para enfermos terminales de la parroquia San Rafael, donde los desamparados aguardan el fin de sus días con dignidad, habla de su pasión por la historia jesuita y la importancia de su legado para dar esperanzas a los pacientes. En función a la Semana Santa que se aproxima, reflexiona sobre las palabras libertad, victoria, fe y valor de mirar la cara a la muerte.

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–Se habla mucho de su obra al frente de este hospital para enfermos terminales, pero lo que también llama la atención es el edificio con esos contornos de las misiones jesuíticas. ¿Qué significa?

–La fachada de la clínica (San Rafael) es una imitación del Presbiterio de la reducción de Trinidad (de Itapúa). La forma, la estructura, la arquitectura es como una repetición de Trinidad. La gente que va a San Rafael lo puede apreciar. Están los frisos de las reducciones, el símbolo de la Eucaristía, la flor de mburucuyá o Flor de la Pasión. Es una imitación de lo que la gente puede ver en Jesús y Trinidad. Algo que me gustó mucho como símbolo de la clínica es esta frase que encontramos en la reducción jesuita de Chiquitanía (Bolivia) que dice: “Esta es la casa de Dios, esta es la puerta del Cielo”.

–¿Por qué esa frase?

–Siendo una clínica para enfermos terminales me pareció la mejor denominación...

–¿La réplica de la reducción de Trinidad es por algún motivo especial?

–Por el amor a la historia. Es el templo más conservado con Jesús. Más allá está Santa Rosa donde quedó una pequeña capilla, la capilla de Loreto. Trinidad es la más bella conservada, junto con San Miguel, San Ignacio Miní (Misiones, Argentina). Le pedí a Farías, que es un gran escultor, que me hiciera. Todo fue hecho a mano de punta a punta.

–¿Cuál es la explicación que le da a las Ruinas de Trinidad? ¿Se cayeron o los echaron?

–Lo de Trinidad quisieron inculpar a Prímoli, un gran arquitecto jesuita italiano. Atribuyeron a un error en la construcción del templo. Pero fue solo para desacreditar la capacidad y la iniciativa de los jesuitas. Dijeron que se derrumbó su cúpula interna. El tiempo hizo justicia. Se comprobó que la gente que comenzó a vivir alrededor de la Iglesia sacaba las piedras de la base y evidentemente el equilibrio de la cúpula se debilitó y se cayó, se derrumbó..

–Eso ocurrió después de la expulsión (1769).

–Mucho tiempo después, porque el escritor francés Orbigny contaba después del 1800 que los indios se reunían todavía alrededor de esta Iglesia (que no alcanzó a terminar) a rezar. Pero después, con la Guerra del 70 y con los que llegaron de Europa más tarde, los colonos europeos, sobre todo los alemanes que ocuparon esta zona, robaban las piedras hasta quedar lo que conocemos hoy.

–Robaban las piedras...

–Para construir sus casas. Cuando vaya por las ruinas pregunte dónde están las piedras de Jesús y Trinidad. Fue necesario que llegara la Unesco, recién en el siglo XX, para que todos reconozcamos esa belleza como patrimonio de la humanidad.

–Fue objeto de pillaje...

–Fue un pillaje posterior a la expulsión, a la que se sumó la Guerra del 70 cuando el Paraguay quedó totalmente desguarnecido por muchísimo tiempo. La masonería también contribuyó para desprestigiar a la Iglesia. La obra jesuita fue como una paja en el ojo. Les molestaba este legado del cristianismo. Ellos no soportaban, ayer como hoy, que la fe mostrara la capacidad de crear una civilización nueva. Ellos decían que era una fantasía. Hablaban de los jesuitas como delincuentes. Se los apuntaba como cómplices de la matanza de indígenas. Después de la expulsión, la leyenda negra prevaleció por bastante tiempo...

–La historia de Bartolomé de las Casas...

–Claro. Yo, curioso, me metí a investigar. Me pasé leyendo, buscando libros antiguos, testimonios. Encontré hasta el acta de un juicio de finales del 1700, donde un tribunal de Buenos Aires condenaba a penas muy duras a quienes sembraban chismes sobre los jesuitas. Un día vino junto a mí un periodista croata. Estaba investigando sobre un supuesto sacerdote jesuita que se autoproclamó Rey del Paraguay. Hay un libro, Nicolás se llamaba, que supuestamente se proclamó rey de Paraguay...

–Toda esa fantasía se tejió desde la expulsión...

–Claro. Imagínese la fantasía que se tejía en esa época y que quedaba como cierto. Se decía que los jesuitas se enriquecieron, cuando todos sabemos que ellos vinieron con la mano por delante y otra atrás y se volvieron a Europa de la misma forma, sin nada pero con el corazón roto, porque dejaron en América sus hijos indígenas que no entendían por qué los jesuitas los abandonaron. No podían entender que recibieron la orden del superior general de la Compañía de Jesús, impulsado obviamente por el Papa. A nosotros nos enseñaban en la escuela que los religiosos eran apéndices de los conquistadores y que imponían la fe a los indígenas. Nadie puede pensar hoy que las reducciones eran una imposición. Había uno o dos o tres sacerdotes con cuatro mil, cinco mil indios que estaban en territorios vastos, desde Paraquaria hasta Mar del Plata, y más allá de Bolivia hasta Chile. Cuando se fueron los padres, ellos lloraron. Suplicaron que no se los expulse. Los padres por el voto de obediencia que le debían al Papa se fueron todos. La historia que se desarrolló en esta región fue espectacular...

–De la utopía de Tomás Moro...

–Fue una utopía que se hizo carne, se hizo realidad. No es una utopía en el sentido de algo imposible. Es el ideal que siempre hemos buscado nosotros los cristianos, y sobre esta certeza de construir la civilización de la caridad, del amor, de la verdad. Yo escribí un libro donde está la historia breve de los 140 misioneros italianos que vinieron a morir aquí. Eran los mejores artistas que fueron enviados de Italia. El Cristo de (el artista) Brazzanelli de San Ignacio Guasu, parece una cosa de otro mundo.

–¿Por qué?

–Porque es bellísimo. Anatómicamente es perfecto. Lo que quiero decir con eso es que a los jesuitas les interesaba ganar las almas a Cristo. Es el único proyecto que tenían. Ellos llegaron pobres y se fueron pobres y también maldecidos, calumniados. Cuando llegaron a (el puerto de) Cadiz (en España) después de la expulsión, les tiraron tomates podridos en la cara. Los maltrataron. Terminaron en el reino pontificio como prisioneros prácticamente. Solo Dios sabe cuánto sufrieron. El padre Smidt, un héroe de la Chiquitanía (Bolivia) que tenía ya 80 años cuando fue echado, llegó a Europa y tuvo que ir a morir en Suiza en lo de su hermano. Mucho tiempo después, el escritor francés Orbigny dijo que los nativos continuaban reuniéndose al pie de algunas Iglesias o lo que quedaba de ellas. Orbigny era una especie de Darwin inglés, que aportó mucho a la ciencia con sus descubrimientos como naturalista. Estuvo como 10 años por estas regiones y escribió un libro muy importante para su época. En fin, fue necesario que llegaran los nuevos tiempos para proteger tanta belleza de la humanidad.

–¿Por qué esa denominación “Mbororé” que está a la entrada de la clínica? Una expresión poco conocida...

–Nuestro centro cultural se llama así: “Mbororé”. Ojalá que los paraguayos puedan conocer más de esta victoria épica de los guaraníes orientados por los jesuitas contra los bandeirantes o mamelucos. Hace poco, el 11 de marzo, se celebró 375 años de aquella batalla sobre el río Uruguay que se llamó Batalla de Mbororé (1641) y que significó la expulsión de los portugueses del territorio de las misiones. La victoria de los indios (eran más de 4.000 enviados de todas las reducciones) fue aplastante. Los bandeirantes, desde entonces no volvieron. Desgraciadamente se sabe poco de ese acontecimiento tan importante. Fue una batalla victoriosa por la libertad. Por eso también puse esa frase de Dante: “Libertad voy buscando, como quien por ella está dispuesto a morir”. Ni los profesores universitarios saben qué significa “Mbororé”. Para nosotros, que estamos en la clínica, es símbolo de victoria, para los enfermos terminales, una victoria sobre la muerte.

–La muerte siempre está presente en esta clínica...

–Sí. Cada tanto tenemos un fallecimiento aquí. Es gente desamparada que padece sida, cáncer, males congénitos, gente que la sociedad desecha pero nosotros la recibimos. Por eso hablamos mucho de “victoria”, de “la puerta del cielo”. Cada uno de ellos, por más abandonados que estén tienen una historia, y nosotros la valoramos, así como valoramos a todos los que nos ayudan a mantener este hospital. Estos simbolismos son importantes para mantener la esperanza. Tenemos que tener el valor de mirarle la cara a la muerte. Muchos no queremos hacerlo. Como dice el papa Francisco, “la muerte pone al desnudo nuestra vida. Nos hace descubrir que nuestros actos de orgullo, de ira y de odio eran vanidad: pura vanidad”. Jesús dice ante la muerte: “No temas, tan solo ten fe”. Todos somos pequeños e indefensos ante el misterio de la muerte, como dice Francisco.

–Qué hubiera sido si los jesuitas no hubieran sido expulsados...

–Es la pregunta. Lucio Meyer, el que propuso la ruta franciscana, me contestó: Hubiera sido más de lo que es Suiza actualmente. Ellos producían cuatro veces más de lo que comían. Exportaban a Europa. Era una riqueza. En las reducciones nadie moría de hambre. A nadie le faltaba nada. Cada reducción tenían por lo menos 20.000 vacas. La población de una reducción alcanzaba máximo seis mil personas. Había una producción enorme de todo. La región de Paraguay podía haber sido una potencia económica, pero desgraciadamente los jesuitas hicieron una cosa que no estaba conforme al proyecto político de España.

holazar@abc.com.py

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