Cuanto más nos tecnificamos, más nos deshumanizamos

Los métodos tradicionales quedan desfasados a medida que avanza la tecnología. Hasta en medicina se están formando profesionales para educar a los mismos especialistas. Jesús Morán, un experto español en educación médica que capacita en la materia al personal de salud pública de nuestro país, sostiene en esta entrevista que ya no basta ser técnico sino humanizar la profesión para encarar los males de la gente.

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–Educar a los médicos para atender mejor a los pacientes. ¿Ese es el objetivo de este manual?

–“Principios de educación médica” es una obra pedagógica que lanzamos en España a principios de año para formar médicos en educación de médicos. Lo relanzamos en Paraguay hace una semana. Somos tres editores y 73 autores de Iberoamérica y del extranjero. En 85 capítulos se reúnen todos los aspectos relacionados con la enseñanza de la medicina. Es una guía para formar profesionales en función de los nuevos retos en materia de salud acorde con los avances de la tecnología. Pero también sirve para otras profesiones. Evalúa la capacidad de un cirujano hasta a los que administran los sistemas de salud, aun las facultades de medicina.

–La población es cada vez más exigente a medida que avanza la tecnología.

–El objetivo final de esta obra es formar médicos adaptados a las necesidades de la sociedad actual.

–¿Los métodos tradicionales ya no funcionan?

–Hay que reconocer que estamos un poco anquilosados por los métodos tradicionales. Por ejemplo, hoy en día la ciudadanía envejece más. En Europa, por ejemplo, hay más viejos que jóvenes, pero también en Paraguay. Envejecimiento supone enfermedades crónicas: diabetes, corazón, riñón, arteriosclerosis, subida de presión.

–Hay más expectativa de vida, pero también los males se multiplican.

–Exactamente. Hay cada vez más enfermedades asociadas. Los médicos no estábamos preparados para esto. A mí me prepararon en la facultad para tratar a gente joven, a la que se le puede dar un antibiótico y a los pocos días ya pueda estar corriendo en el parque. Hoy, a los más viejos, nos puede tomar una pulmonía y el mal se puede complicar con otro mal. Entonces, hay que cuidarse y cuidar qué tipo de medicamentos nos dan. De repente, el antibiótico puede ser contraproducente porque puede derivar en otro no sé qué. En la facultad no nos están preparando para abordar una necesidad social tan enorme, una necesidad sanitaria tan presente como es el envejecimiento y las enfermedades crónicas.

–¿Cómo hay que encararlo?

–Muchas veces, más que pastillas la gente mayor necesita un poco de cariño. En eso coinciden casi todos los especialistas. A mí me pueden dar las pastillas que sean, pero no las veo, o no las puedo memorizar o no escucho. Si yo médico, le digo a usted: “Tómese estas pastillas”. Se lo aprende de memoria. Pero si le digo a un paciente mayor: “Tómese esto”, le puede responder: “¿Cómo dice? No le escucho. Espere, que va a venir mi hija...”. ¿Y si no tiene hija y vive solo? “Qué hago si me olvido...”.

–Todo un dilema...

–Hay que preparar a los médicos para estos profundos cambios sociales.

–Contar la verdad cuando el mal es grave es lo difícil en el médico.

–Y eso hay que enseñar. No hay que esconder las cosas. Hay que decirlas. A nosotros nos enseñaban que hay que contarle la verdad al paciente, pero que no hay que sacarle la esperanza.

–Bastante difícil.

–En vez de decir: “Tiene 99% de posibilidades...”, hay que decirle: “Tiene 1% de posibilidades de vivir...”. Estamos hablando de un extremo. Le cambia el modo de información, pero le dice la verdad. Es una competencia que hay que adquirir, saber contar la verdad. Todo pasa por formar. Es el secreto. Hace un año tuve un paciente muy anciano. Era un colega médico, amigo. Yo lo frecuentaba bastante. Sabía mucho. Iba a su casa. Lo querían meter en hemodiálisis, la máquina de limpiar la sangre. Se desesperó. Sabía muy bien lo que se venía. “Ya estoy muy viejo, para esto”, me decía. “Es terrible. Tengo que viajar dos, tres veces a la semana hasta un hospital fuera de la ciudad para que me metan una aguja...”. En medio de las conversaciones que teníamos, una vez le dije: “¡Luis: hay que morirse alguna vez!”. Y estuvo de acuerdo. “Es lo que digo”, me decía. “Quisiera que me dejen morir tranquilo”. Yo le decía: “Luis, no pasa nada. Hasta niños se mueren a los 8 o 15 años, por alguna circunstancia...”. Los médicos tenemos que trabajar este tema como una competencia. Si no lo hacemos vamos a tropezar con problemas por el miedo a hablar, de decir la verdad. De ahí viene este modelo de enseñanza que requiere trabajar en equipo, en comunicación, en ética, en valores, en multiculturalidad, en gestión de recursos.

–El médico ¿tiene que ser también sicólogo, sociólogo, confesor?

–Usted lo ha dicho. El médico no solo tiene que limitarse a saber cómo funciona el hígado. Tiene que saber que el hígado pertenece a una persona, su paciente, y esa persona pertenece a un entorno social y hay que tenerlo en cuenta. Por supuesto que tiene que entender de aspectos de la sociología, de la sicología, de la ética, hasta de la gestión de recursos limitados que tiene a su disposición. El dinero es escaso. Hasta donde hay mucho dinero en medicina nunca alcanza. Hoy día hay que formar profesionales que sepan tanto de medicina, trato con el paciente y administración de recursos.

–Está pidiendo que el profesional asuma otras habilidades.

–Claro. Primero, se debe exigir valores éticos para comportarse con la gente. El profesional tiene que tener capacidad de comunicarse, capacidad para trabajar en equipo con sus colegas. En tercer lugar tendrá que tener las habilidades suficientes para poder recetar, manejar un catéter, habilidades propias de la medicina. Debe saber también que está encuadrado en un contexto social y que debe manejar un dinero del Estado.

–Además, el paciente exige. Puede saber en qué consiste su mal con solo buscar en Google.

–Justamente lo que queremos es formar al médico para convertirlo en un científico, al mismo tiempo que técnico, pero que sea sobre todo más humano. Cuanto más nos tecnificamos, más nos deshumanizamos. No nos damos cuenta que la profesión pasa por una deliberación constante con el paciente, quien, finalmente, tiene derecho a decidir sobre su vida en un principio evidente de autonomía.

–¿Qué quiere decir?

–Es un principio que antes no lo considerábamos. Yo mismo hacía la medicina paternalista. “Yo ya sé cuál es su enfermedad. Yo ya sé lo que usted necesita”. No. Eso ya no es así. La conversación ahora es: “Yo propongo esto. ¿Qué propone usted?”. La enfermedad no es mía. Es del paciente. Hay mucha innovación en la educación médica en comparación con lo que nuestros grandes maestros nos enseñaron. En Paraguay veo una pléyade de excelentes médicos de generación intermedia en los cursos en los que he participado. Son los nuevos líderes de los hospitales. Los veo muy interesados en esta educación médica innovadora adaptada a los cambios sociales que se producen a gran velocidad.

–¿Cómo se trata la negligencia, un tema omnipresente? ¿Qué hay que decir al respecto?

–Tenemos un capítulo llamado “Seguridad del paciente”. Lo primero es la seguridad del paciente. El que imparte la medicina con seguridad trabaja esencialmente en equipo para evitar las infecciones cruzadas de cama a cama en los hospitales, evitar fármacos que pueden tener efectos adversos importantes. Todo es posible con el manejo de información lo más precisa posible.

–El virus hospitalario, ¿es inevitable?

–El virus hospitalario está ahí. Al entrar a un hospital uno corre riesgo de contaminarse por mucho que  se lave las manos. Está innato. Hay bacterias que viven en los hospitales. Lo mejor para el paciente es quedarse en su casa, por supuesto. Pero el riesgo está y hay que tratar de minimizarlos. Debemos ser conscientes también por otro lado de que somos seres humanos y que podemos cometer errores. Lo importante es corregirlos a tiempo. Hoy día los hospitales invierten mucho dinero en seguridad del paciente. En Estados Unidos se mueren entre 48.000 y 96.000 pacientes por errores al año. Es como que cada dos días caigan dos aviones Boeing, de esos que llevan 800 personas. Un error puede cometer una enfermera que le da al paciente cuatro comprimidos de anticoagulante, después de haberse olvidado que ya le había dado antes lo mismo. Por suerte, la señora, lúcida, le llama la atención y le dice: “ya me diste, ya tomé los cuatro”. La principal causa de la mala praxis es la mala relación del paciente con el médico.

–¿Dónde se adquiere su libro?

–La Universidad del Pacífico auspició su publicación. Se lanzó hace una semana en un acto público. En España está vigente desde principios de año. Vine para esto y para estar en contacto con los médicos formadores de especialistas. El Instituto Nacional de Salud, dependiente del Ministerio, lleva adelante un curso para capacitar a los médicos en estos temas. Hay como 20 centros donde se forman médicos residentes.

–¿En Paraguay?

–Sí. Son como 50 a 60 profesionales de hospitales públicos. Les estamos indicando el camino sobre estos nuevos modelos de formación de especialistas.

holazar@abc.com.py

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