El Rey del Aire

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El 17 de octubre de 1916 falleció en Punta Lara, Argentina, el “paraguayo Silvio”, también conocido como el “Rey del Aire”. Fue uno de los pioneros de la aviación americana, caracterizado por su temeraria audacia en las acrobacias aéreas, que le valieron fama internacional.

“La muerte no perdona nunca las audacias de la vida. A los inútiles, a los miserables, a los que nunca miraron las estrellas, a los que viven pegados a la tierra, a los que llevan en el alma muchas piedras, la muerte los rechaza, los condena a la pena de vivir. Su amor está hecho de locuras. Sus besos son para los niños, los héroes y los locos.

Pettirossi molestaba demasiado a la muerte. Era un loco niño. Con ingenuidad, con ignorancia, con infinita sencillez se burlaba de toda la sapiencia humana. Para él, nunca existían las matemáticas ni las leyes físicas. Con una pirueta desbarataba el cálculo. Y con una sonrisa se acercaba a Dios”. (Leandro Aponte).

El 17 de octubre de 1916, mientras realizaba una de sus tantas exhibiciones, en un trágico accidente, perdió la vida Silvio Pettirossi Pereira, primer paraguayo que surcó los cielos. Fue junto a otros contemporáneos como el brasileño Alberto Santos Dumot, o el argentino Jorge Newbery, el chileno José Luis Sánchez Besa, el ecuatoriano Cosme Rennella Barbatto, etc., iniciador de la aviación americana.

Nació en Asunción el 16 de junio de 1887, en el seno de una acomodada familia, compuesta por un inmigrante italiano, don Antimo Pettirossi y la paraguaya doña Rufina Pereira Roldán, oriunda de Concepción.

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De niño fue enviado a estudiar en Roma, en los colegios Spoleto y Viterbo y completó sus estudios en nuestro país.

De carácter inquieto, a los 17 años se enroló en filas revolucionarias durante la guerra civil de 1904 y por su actuación, obtuvo el grado de alférez en comisión.

Finalizado el movimiento revolucionario, Silvio Pettirossi viajó a Buenos Aires, donde conoció al senador Benito Villanueva, a través de quien se puso en contacto con personalidades de la naciente aeronáutica argentina, entre ellas el aviador Jorge Newbery, quien le brindó su amistad y apoyo y fue él quien le impulsó a dedicarse a las faenas aéreas.

A su regreso al Paraguay, en 1912 obtuvo del Gobierno una beca para estudiar pilotaje en la Escuela de Vuelo de la fábrica Depperdussin de Reims, Francia.

Por los cielos europeos

Se inscribió en dicha escuela francesa, donde realizó, el 17 de enero de 1913, su primer vuelo solo, sintiéndose, según sus propias declaraciones, “por primera vez dueño exclusivo del espacio, después de Dios”. En febrero de ese mismo año, obtuvo su brevet de piloto aviador militar del Ministerio de Guerra de Francia, el N° 1128, el 11 de febrero de 1913, otorgado por el Aero Club de Francia; además de su título de Piloto Aviador de la Federación Aeronáutica Internacional.

Una vez con su diploma en mano, realizó una serie de vuelos de gran importancia en su época, como el récord de permanencia en el aire con 8 horas, asimismo se hizo famoso por sus extraordinarios vuelos acrobáticos, tanto en Europa, Norteamérica y varios países suramericanos. En diciembre de 1914 fue uno de los fundadores del Aero Club del Paraguay, entidad que presidió.

Batiendo récords

No tardó el joven piloto en demostrar su calidad de aviador: pocos días después de su egreso de la escuela, solicitó que los técnicos registraran sus vuelos en su intento de batir el récord mundial de looping (piruetas aéreas), ostentado entonces por el francés Pegoud, el primer as de la aviación francesa y el pionero de saltos en paracaídas, con 14 loopings consecutivos.

El paraguayo llegó a realizar 37 loopings consecutivos, superando por 23 al campeón galo, aunque solo 30 fueron registrados por los cronómetros.

En 1914 regresó a Suramérica, asombrando a los países del Plata, Brasil y Chile con sus proezas. En el Uruguay contrajo matrimonio con Sara Usher Conde y en noviembre de ese año realizó, en Asunción, sus primeras demostraciones de acrobacias aéreas en los bajos del Congreso y en Puerto Sajonia, a bordo de un aparato Depperdussin.

A estos vuelos siguieron otros, desde Villa Morra, San Lorenzo, Luque... Pese a que le llovieron invitaciones, compromisos asumidos con anterioridad le obligaron a postergar el cumplimiento con otros agasajos. Así fueron aquellos días gloriosos en que el “Rey del Aire”, como fue apodado, ofreció al pueblo paraguayo su “arte” aeronáutico, hace casi un siglo.

Monarca aéreo

Sus demostraciones aéreas entusiasmaron a las autoridades de entonces y se encaró decididamente la creación de una aeronáutica nacional: el presidente Eduardo Schaerer le encomendó la compra de dos aviones en los Estados Unidos de América.

Aprovechando su viaje y con motivo de la conmemoración del descubrimiento del Océano Pacífico y la reapertura del Canal de Panamá, realizó en California, en 1915, verdaderas hazañas aéreas, llegando incluso a ejecutar evoluciones sorprendentemente increíbles sobre la Escuadra Norteamericana del Pacífico Sur que se encontraba realizando maniobras. Igualmente, realizó vuelos nocturnos entre luces de bengala que enardecieron a los espectadores, quienes lo bautizaron con el justificado título del Rey del Aire.

A su regreso de Norteamérica, el Gobierno brasileño le ofreció un ventajoso contrato por cinco años que el piloto declinó, puesto que tenía como objetivo inmediato la organización de la Escuela de Aviación Militar de su país, el Paraguay.

El último vuelo

En Buenos Aires sometió a reparaciones a su querido Depperdussin. Debido a que los trabajos requerían un tiempo mayor que el calculado, Pettirossi no pudo participar del acto de asunción presidencial del doctor Hipólito Irigoyen y recién el 16 de octubre de 1916 pudo volar, sometiendo a su avión a graduales esfuerzos que satisficieron sus exigencias.

Una hermosa mañana, la del 17 de octubre de 1916, ante un escaso número de espectadores –su círculo familiar y algunos amigos– entre los que se encontraban su esposa Sara, el teniente de navío Raúl Moreno y representantes de la familia Castelli –sus anfitriones–, el piloto realizó su último vuelo en el aeródromo de Punta Lara, en La Plata, Argentina.

Realizando una serie de piruetas en honor a su esposa, repentinamente su avión sufrió una rotura del ala izquierda, precipitándose contra el suelo, falleciendo de forma instantánea.

A raíz del accidente, el Gobierno argentino nombró una comisión técnica para investigar las causas del accidente, estableciéndose que el mismo se debió a “la mala calidad de los cables utilizados como tensores de las alas”.

Sus restos recibieron el homenaje del pueblo argentino en la Galería Güemes, donde fue expuesto envuelto con la bandera argentina, “porque un piloto paraguayo fue para la aviación argentina uno de los más entusiastas propagandistas”.

Unos días después, a bordo del vapor Guaraní, los restos de Silvio Pettirossi llegaron al puerto asunceño, donde fueron recibidos por una acongojada multitud. El poeta Eloy Fariña Núñez, entonces en el país, le dio la bienvenida con un sentido poema.

Uno de los homenajes de sus compatriotas fue designar con su nombre, parte de la antigua calle San Lorenzo y, hace poco más de un cuarto de siglo, la principal estación aeroportuaria del país.

surucua@abc.com.py