–Anduvo bastante tiempo de perfil bajo. Este es como su quinto cargo de relevancia...
–Más o menos. Estaba volviendo de a poco a la función pública. Puedo decir que ya pasé por los tres poderes del Estado, últimamente en el Consejo de la Magistratura. En la función pública comencé como secretario general del Ministerio del Interior con el doctor Hugo Estigarribia (padre), fui el primer viceministro de la Juventud con Nicanor (Duarte). Fui diputado, intendente municipal. Con aciertos y errores ya pasé por todo. Tengo 57 años. Es como si uno va adquiriendo musculatura...
–Muchos cargos, algunos difíciles y cuestionados, como el de la Intendencia en el caso de la tragedia de Ycuá Bolaños...
–Ycuá Bolaños fue el momento más difícil de mi vida política, mi vida personal y mi vida familiar. Tanto es así que decidí no pelear la reelección en la Intendencia. Estaba convencido de que nunca más iba a volver a la política, a la función pública. Algunos sectores manipularon la tragedia políticamente para perseguirme. No me imputaron porque no pudieron. Las responsabilidades penales son personales, no institucionales. Me investigaron siete fiscales. Pero, bueno, el ADN de la lucha, de la vida pública, es de familia. Mi padre sufrió 50 años de persecución, de injusticia, porque siguió sus ideales de democracia y libertad. Mi hermano Manuel me dijo que este desafío que me planteó el presidente Cartes es una oportunidad para seguir esos ideales renunciando a la comodidad de nuestro centenario estudio jurídico, del que salgo por quinta vez para ocupar un cargo público.
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–¿Cómo descomprimió la crisis con los secundarios, algo que parecía tan complejo? Ellos querían hablar solo con el Presidente. Por poco no pidieron hablar con (Barack) Obama para hacerlo más difícil todavía...
–Los chicos querían ser escuchados y, además, sus reclamos eran legítimos. ¿Quién puede oponerse al aumento progresivo de la inversión del PIB en educación? ¿Quién puede oponerse a una mejor formación docente? ¿Quién puede oponerse a una emergencia en la infraestructura educativa cuando las escuelas se están cayendo? Cada uno de estos jóvenes tiene su identidad, su estilo de liderazgo. Hay tres organizaciones (ONE, UNEPY y Fenaes) bastante bien constituidas, con personería jurídica, con asesores externos que trabajan disciplinadamente. Tienen referentes fuera del sistema estudiantil, pero eso no es tampoco un pecado. También descubrí que hay colegios independientes con representación genuina. Hablo de colegios grandes: el Ysaty, el Ávila, el Nacional de la Capital, el Comercio 1, Comercio 2. Los colegios se fueron adhiriendo, hasta los padres, y aparecieron los pescadores de río revuelto y había una gran cobertura mediática. La crisis estaba instalada...
–Además no querían hablar con el ministro...
–Apenas juré ese jueves los busqué a los líderes. “No queremos hablar”, dijeron. “Si no es el Presidente, con nadie” Así de hostiles estaban. Me fui al (colegio) República Argentina. No les encontré. Les mandé mensajes a través de la prensa. Pedí que me dieran el teléfono. Con el primero que hablé fue con Mauricio Kiese. Eran las 11 de la noche. Llamé a los demás. Descubrí que todos estaban dispuestos a dialogar. Los chicos se comprometieron a ir hasta Mburuvicha Róga para el encuentro con el Presidente. Algunos no querían. Descubrí entre ellos liderazgos auténticos poderosísimos, tanto en hombres como en mujeres. Hay organizaciones que son más autónomas que otras y mi preocupación era que las menos autónomas hicieran consultas al exterior y después retrocedieran. Al final aceptaron todos.
–¿Hubo manipulación de los sindicatos?
–Y yo no descarto que sí, porque hubo gente intentando sacar ventajas de esta lucha legítima, políticos y sindicalistas que la misma prensa se encargó de registrar. Pero también hubo solidaridad, especialmente de padres, de madres que durmieron precariamente en colchones en la vereda de los colegios apoyando a sus hijos, gente que se fue con música, con víveres...
–¿Fue una explosión espontánea entonces en el fondo?
–Creo que la lucha fue justificada y los reclamos también. Los jóvenes se encargaron de defender la autenticidad de su lucha para que no fuese desnaturalizada. Nos ayudaron a instalar que la educación está en crisis desde hace rato. La ciudadanía quiere resultados. Está harta de excusas.
–¿Cómo van a hacer? El desafío es gigantesco...
–Claro que es gigantesco y tengo solo dos años de plazo. Pienso en Soledad Núñez (directora), de Senavitat, que hizo 10.000 casas en un plazo muy corto. Pienso en sus arquitectos, sus ingenieros. Vamos a pedir su colaboración en la identificación de las escuelas. Vamos a necesitar de Itaipú, de Yacyretá, de todos. Vamos a tomar decisiones y asumir los riesgos. Vamos a ir al frente de esta procesión. Es más, vamos a informar a los estudiantes periódicamente sobre los fondos que se entregan a sus intendentes, si son 800 millones para hacer una biblioteca, un tinglado o tres canchas de deportes. Les vamos a decir que vayan a constatar...
–¿Cuál va a ser su trato con los sindicatos?
–Es un tema difícil. En la Municipalidad trabajé con ellos. Con algunos tuve dificultades y con otros trabajé bien. Son 26 sindicatos. Manejan 31.000 millones de guaraníes al año.
–¿Tanto dinero?
–El docente que va a buscar plata no va a buscar dinero a una financiera, a un banco, va al sindicato. En algunos casos prestan a intereses usurarios que nadie controla. Entonces, cuando se convoca a la huelga se convoca a sus deudores... La cantidad de dinero que se maneja es formidable, dinero que tiene que ser auditado y controlado por alguien. Es demasiado dinero sin ningún control. Yo creo en la lucha sindical en tanto y en cuanto represente los intereses de los trabajadores y no los personales de sus líderes.
–¿Usted no va a terminar siendo controlado por ellos?
–Yo tengo las manos libres. Pretendo tener una relación de convivencia porque tengo claro que el objetivo es que el ministerio no pare y que los chicos no dejen de estudiar. Si tengo que poner el pecho ante las balas, lo voy a tener que hacer. Un ejemplo que choca es la experiencia de Camila Benítez, la héroe de los barrotes del República Argentina. Ella se fue feliz a su colegio Fernando de la Mora con la firma del acuerdo con el Gobierno. Se fue para decir a sus compañeros: “Triunfamos, la lucha no fue en vano”. Pero ¿qué pasó? Fue escrachada por un grupo de estudiantes liderado por el hijo de un conocido sindicalista...
–(Eduardo) Ojeda, dijeron...
–Ojeda, sí. Hizo cerrar el colegio con la excusa de que había denuncia de malversación. La pobre Camila, después de 10 días de lucha y habiendo conseguido un resultado favorable, con la firma de la máxima autoridad del país, quedó golpeada emocionalmente. A mí me avisan. Entonces yo tomo el teléfono y la llamo. Estaba llorando, me cuentan. Le dije: “primero, no te enfrentes a tus compañeros. Una cosa son los derechos estudiantiles y otros los derechos sindicales. Tercero, si el problema es corrupción, te voy a mandar mañana a los auditores para revisar si las cuentas están mal o no”. Me dijo que “esta señora (por la directora) es honesta, es trabajadora y cada coquito que compra tiene su factura, de otro modo yo no le estaría defendiendo. Ahora me tratan de oficialista, de vendida”. Yo le pedí que se fuera a descansar porque la victoria la tenía en sus manos.
–¿Por qué se tomaron con la directora?
–No tengo forma de probar, pero parece ser que le increparon porque en el acuerdo de Mburuvicha Róga no se incluyó la reincorporación de sindicalistas que despidió Lafuente.
–Estos estudiantes que lideraron la protesta estaban bastante bien preparados. Había entre ellos oradores de primera...
–Ellos son la cara visible de un bono demográfico que exige mucho más de nosotros. Es la nueva generación que reclama maestros más capacitados, mejores oportunidades laborales para el futuro. Es la muestra de que existe una generación que está en condiciones de llevar al país a límites insospechados. El modelo viejo se acabó. Estoy preparado para recorrer el país. El MEC no tiene avión, pero el Presidente me dijo que no me va a faltar. Estamos preparados para arrancar.
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