Mercenarios de 100 países provocan la violencia en Siria

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Monseñor Siluán Muci, obispo sirio-libanés que sirvió su ministerio en Alepo, la más castigada de las urbes de Siria, describe la dramática situación de los cristianos perseguidos. En esta entrevista, realizada en el paréntesis de una conferencia que brindó sobre el tema en Asunción, asegura que los líderes de Occidente son los responsables y los que deben parar la matanza.

–Muy poco tiempo para visitar Asunción.

–Me invitó a venir el padre Javier (De Haro Requena, párroco de San Rafael) y vine exclusivamente para el Encuentro Asunción (organizado por el movimiento Comunión y Liberación) para hablar de los cristianos perseguidos en Medio Oriente.

–¿Usted sirvió en Alepo? Es el nombre que suena cada vez que vienen noticias de Siria.

–Sí. Mi padre es libanés y mi madre siria. Alepo es la segunda ciudad de Siria. Allí fui ordenado sacerdote en el 2000 y serví en la Arquidiócesis de Alepo. Fui además vicario, encargado del sitio web de la Arquidiócesis y director de la revista “Evangelización”, encargado de las publicaciones, rector de la Catedral de San Elías y párroco de la Iglesia de San Pedro y San Pablo. En el 2006 fui nombrado en la Arquidiócesis de Buenos Aires.

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–¿Por qué se habla tanto de Alepo en Siria?

–Es la capital económica, industrial de Siria. Es la rival económica de Turquía. Es la ciudad por donde dicen que pasó el patriarca Abraham cuando salió de su tierra... La palabra Alepo en árabe viene del verbo ordeñar. Dicen que es eso lo que hacía Abraham. Lo que él hacía dio su nombre. Aleph es “ordeñar”.

–¿Cuántos habitantes?

–Éramos cuatro millones. Un millón aproximadamente iba a trabajar ahí. Ahora ya no. La ciudad está casi destruida. Había 22 barrios. Desde hace dos años están completamente destruidos.

–¿No hay nadie?

–No es que no hay nadie. No hay nada. No es más habitable.

–En el tiempo que usted estuvo ¿había todavía paz ahí?

–Había paz. Yo salí en diciembre de 2006 y la guerra estalló en Siria en marzo de 2011. En aquella época no había ese tamaño de violencia como ahora.

–¿Está en poder de los extremistas?

–Una parte oriental de la ciudad está en manos de los rebeldes. El Ejército sirio pudo sitiar esa franja para expulsarlos.

–¿Cómo empezó todo?

–Como una protesta de reforma política. Esa fue la vitrina, es decir, hablar de democracia, libertad, derechos humanos.

–¿Una excusa?

–Sí. El mundo recién se da cuenta hoy que detrás de esa cortina vinieron y se instalaron en Siria miles de mercenarios de más de 100 nacionalidades.

–¿De 100 nacionalidades?

–Sí, de todo el mundo. ¿Por donde entraron? No hay que adivinarlo: por los aeropuertos. Nadie cree que esta situación se produjo de forma espontánea.

–¿Con la complicidad de los gobiernos? ¿De qué gobiernos?

–De Turquía, de otros países. Alguien hace entrar a los mercenarios. Es una historia larga. Está en la prensa, se sabe cuántos franceses, británicos, cuántos estadounidenses hay entre esos mercenarios. Se sabe el número de gente que hay en Siria, por país.

–¿Cómo saben?

–Esa es la pregunta. Cómo sabe Occidente del movimiento de estos mercenarios. Es una cuestión política bien orquestada, bien programada en torno a la creación de ese caos que hay en Siria para poder generar un nuevo orden mundial. (Barack) Obama quiere imponer una nueva perspectiva para Medio Oriente. Las consecuencias fueron Túnez, Egipto, Libia, Irak, Siria.

–La Primavera Árabe.

–Le llamaron la “Primavera Árabe”, que es el recambio total de los poderes por muchas cuestiones que hay en juego: cambiar los gobiernos aliados que tenían, cambiar la demografía del lugar, todo eso por los intereses en juego, intereses geopolíticos, económicos y por la riqueza natural que tienen esos países.

–El petróleo.

–En el nombre del bien, en Occidente se habla muchas maldades de Siria con ese resultado catastrófico.

–¿Cómo viven los cristianos en ese caos, en esa violencia?

–Hay muchos cristianos perseguidos en Siria y en Irak por lo que pasó en Mosul, en Qaraqosh (la ciudad cristiana más grande de Irak) y en otros lugares (cuando tomó Mosul, ISIS lanzó en 2014 un ultimátum a los cristianos: “conviértanse al Islam, paguen el impuesto o enfrenten la muerte por la espada”).

Los cristianos tienen una historia secular muy larga de sufrimiento a manos del terrorismo, la violencia y las persecuciones. Ese sufrimiento es una luz para el mundo que necesita para poder orientarse. Cuando crece el mar, como dice San Pablo, ahí abunda la gracia, abunda el bien. Hay que ver la mansedumbre, la magnanimidad con la cual los cristianos se plantean su vida, su tierra, su convivencia con los demás, el costo de vivir esas situaciones, y las decisiones que tienen que tomar, incluida la de emigrar.

–¿Usted dice que de afuera se fomenta esa guerra?

–¿Cómo van a permitir que vayan miles de mercenarios a Siria para constituir ese gran monstruo que es el ISIS (el movimiento terrorista Estado Islámico). ¿Cómo pudieron llegar de 100 países, de 100 nacionalidades? ¿De dónde se arman? ¿Quién da la plata? ¿Quién les compra el petróleo que venden? Occidente debe responder a estas preguntas así como algunos países árabes.

Al mundo hoy le duele por los daños colaterales que le produce, no por la catástrofe humana que viven los refugiados, sirios en su mayoría, iraquíes, pakistaníes, de Afganistán, de África.

–Hace poco degollaron a un sacerdote en Francia.

–Es cuando se preocupan, cuando el dolor llega a casa. En Medio Oriente mueren por docenas, a veces cientos, sean cristianos o musulmanes o palestinos, masacrados cada día. Pero nos piden que repitamos: “Todos somos Charlie”, “Todos somos Niza”, “Todos somos ese sacerdote que murió degollado”, pero ¿cuántos sacerdotes murieron en Siria, en Irak? Nadie se solidarizó con ellos. La vez pasada murieron 200 en Irak y en la prensa le dieron un espacio pequeño. ¿Por qué no tienen el mismo valor los seres humanos de este lado y del otro? ¿No es más razonable parar esta guerra y no seguir fomentándola con mercenarios y con armas?

–¿Cuántos cristianos hay?

–Ya en la Guerra del Líbano, más de la mitad de la población era cristiana. Hoy en día son 24% de la población en Líbano. En Siria eran el 10% de la población. No sé cuántos habrán quedado.

–¿Están prohibidos los cristianos?

–En la zona geográfica donde está el Estado Islámico, ahí si usted desea conservar su fe tiene que pagar un impuesto y cumplir con ciertas condiciones, o tiene la alternativa de gozar de los privilegios que tienen los musulmanes convirtiéndose al Islam. De otro modo, lo matan, no tiene derecho a vivir. En las partes dominadas por el gobierno sirio hay una libertad de culto. En Irak es igual, excepto donde está ISIS. En general, usted puede vivir en su casa y punto. No hay testimonio de fe allá. No puede ni caminar con una cruz ni nada. El testimonio de fe lo lleva adentro. Paga el impuesto y ya está.

–Debe haber muchos héroes anónimos por ahí.

–Hay muchos. Hay muchos que se fueron y entregaron su vida allá. Hay otros que sobreviven. No se trata del heroísmo de estar dispuesto a morir en un momento determinado, sino del heroísmo que se vive todos los días. Uno sale de su casa con la incertidumbre de no saber si va a volver. Sale para trabajar o sale para estudiar o sale para buscar alimento o tan solo agua. Si sale, con suerte va a regresar, pero si regresa todavía está la posibilidad de no encontrar su casa en pie.

Salir y arriesgarse es finalmente un acto de fe que se hace todos los días.

–¿Podían convivir cristianos con los musulmanes ahí?

–Sí, por supuesto, y es eso lo que tratan de destruir. Cristianos y musulmanes somos hermanos. ¿Por qué anteponen la enemistad por la fe, por la plata, por la condición social? Lo que destruye el tejido social es la radicalización con la creación de esos grupos sectarios, religiones sectarias. Los cristianos hemos sobrevivido en esa parte del mundo por siglos, con distintos regímenes políticos musulmanes. Supimos perseverar hasta hoy pese a las dificultades, a las imposiciones, los aislamientos, a los ghetos en los que nos arrinconan para hacernos creer que la convivencia es imposible.

–¿Usted tiene parientes ahí?

–Tengo un primo, obispo de una Arquidiócesis nuestra de Alepo, secuestrado hace tres años.

–¿En poder de quién está, de ISIS?

–No sabemos.

–Está desaparecido.

–No sabemos si vive o no... Mire, quiero poner bien en relieve que no son los musulmanes ni su fe los que practican la violencia. Tampoco quiero que crean que trato a Occidente como el diablo que provoca esta situación, pero convengamos en que hay que repartir las responsabilidades. A nadie le ayuda cargar más aquí o allá. Lo cierto es que hay mucho dolor en Siria y están los caminos para parar la violencia. ¿Por qué no lo activan?

holazar@abc.com.py