Precariedad de la salud “es deprimente”, lamenta Rocholl

Maestro de maestros. El 24 de junio cumplió 50 años en el ejercicio de la profesión de médico. Se formó en Uruguay en los difíciles tiempos de la “guerra sucia”. Hijo de un piloto héroe de Boquerón, Fernando Rocholl, pionero en el tratamiento de las alergias, acérrimo defensor del ambiente de hace 30 años, relata en esta entrevista retazos de su rica historia familiar, ejemplo para los ciudadanos de bien.

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–Son 50 años con la medicina...

–Sí. El tiempo pasó muy rápido pero sigo trabajando en mi consultorio particular de la calle Eligio Ayala con el mismo entusiasmo y trato de siempre. Tengo 78 años. Me especialicé en clínica pediátrica junto con la parte de asma y alergia en Uruguay. Fui instructor de muchos uruguayos, médico del Ministerio de Salud Pública en Montevideo y en varios hospitales. Muchos de mis alumnos son reconocidos profesores hoy. Fueron años duros y difíciles en todos los aspectos. Me recibí el 24 de junio de 1968. Estuve 11 años allá..

–En plena época de los tupamaros. ¿Se cruzó con alguno?

–Claro que sí. Atendí a varios sin saber que eran tupamaros. Yo era médico de urgencias del Sindicato de Médicos que tenía 25.000 asegurados. Muchas veces tenía que salir de noche a ver pacientes y me alteaban, o los militares, la policía o los sediciosos. Me salvaba mi condición de médico. Una vez me esperó un joven de unos 25 años en la puerta de mi departamento. Tenía neumonía. Unos días después, cuando volví de mi trabajo me esperaba la Policía. Entraron y revolvieron todo. “Hay un sedicioso escondido por acá”, es todo lo que me dijeron y se fueron. Unos 15 días después le agarraron, escondido en uno de los ductos. No supe más de él. En otra oportunidad atendí a un muchacho con un impacto de bala en la pierna. No quería internarse y se fue, pero volvió. No soportó el dolor. Le hice operar por un cirujano. El enfrentamiento era a muerte en la calle...

–Mate o muera...

–Había ametrallamientos a sangre fría, masacres... Así fue terminando el movimiento. Desde que los guerrilleros asesinaron a Dan Mitrione, el asesor de Inteligencia de la Embajada Americana (instructor de la policía uruguaya), la directiva era matar...

–¿Eso pasó cuando usted estuvo ahí?

–Sí. Apareció muerto en su coche (el 10 de agosto de 1970), sobre la avenida 18 de Julio, 10 días después de su secuestro. Los norteamericanos reaccionaron y dijeron: “Hay que terminar con esto”

–El caso Mitrione fue el tema de la famosa obra de Costa Gavras “Estado de Sitio”. En Paraguay solo se podía leer clandestinamente, y ver la película también...

–Eran las obras clasificadas como subversivas. Tabaré Vázquez, el actual Presidente del Uruguay, que es un buen médico oncólogo, era compañero del tupamaro (Raúl) Sendic, el vicepresidente que renunció hace poco (hijo del fundador del grupo). El Pepe Mujica era tupamaro. Estuvo 20 años preso. Él mataba gente. Fue una época muy brava. Se vivía con mucha incertidumbre. Nadie sabía quién era quién. Una vez me fui a la cárcel a sacarle a uno. La sede de la Policía estaba sobre la 18 de Julio. En el subsuelo había una cárcel, con rejas y todo. Me pidieron interceder por uno que cayó en una manifestación. No era ni tupamaro ni nada. Me identifiqué. Les dije que el preso era asmático y que tenía que salir de ahí. En seco, el guardia me respondió amenazante: “Si insiste, lo mando para adentro a acompañarlo”. Me retiré, por supuesto (sonríe). Le hablé a un médico amigo que era de la Policía. Este no simpatizaba mucho con los paraguayos pero me hizo ese favor. Se fue y le liberaron...

–¿Cuándo regresó?

–Yo tenía toda mi vida profesional hecha en el Uruguay pero mis raíces fueron más fuertes. Quería ayudar a cambiar la pobreza y la carencia total que había en el Hospital de Clínicas. La gente esperaba bajo el mango para ser atendida. No había terapia ni jeringa descartable. Se hervían los tubos para transfusión. Eran de goma roja. Tenía que lavarse y luego esterilizar. Era deprimente. En una de mis visitas a Asunción me ofrecieron el cargo ad honorem, sin sueldo, en la sala de niños. Acepté y posteriormente fui fundador y jefe del departamento de Asma y Alergia de la cátedra que antes no existía, por pedido del profesor Jorge Hamuy. Con el doctor Cristóbal Sanabria brindamos un servicio muy importante, que sigue funcionando afortunadamente hoy desde hace 40 años. En mi consultorio el Presidente electo era mi paciente...

–¿Marito?

–Sí. Lo atendía de niño en mi consultorio. A veces iba acompañado de su padre. Tenía asma, una alergia que se curó con el tiempo. Me acuerdo que era muy respetuoso, no como otros más cabezudos que iban a verme (sonríe). Le deseo éxitos en la conducción del país y que encontremos en él al estadista del que todos se acuerden con cariño y no fastidio...

–¿Qué le recomienda?

–Reducir la pobreza depende de la inversión en salud y educación. La salud tiene que tomarse con seriedad, apartarla de la política partidaria. Un ejemplo de precariedad: el gran hospital de Itauguá Guazú no tiene un generador para quemar toda la basura patológica. Si se entierra, los microbios brotan desde abajo. Los hospitales tienen que tener terapia. La formación de enfermeras debe ser más estricta. Una mala praxis de enfermería puede degenerar en una asepsis y muerte del paciente. La parasitosis en el Paraguay es muy alta. Hay que hacer una campaña de desparasitación, por lo menos dos veces al año. Después hay que suministrarle hierro para que crezcan bien. La inteligencia del niño se forma de chico. Pasado determinado tiempo es en vano. El niño tiene que estar bien nutrido: más verdura, se pueden usar más la soja, la leche de soja. Tiene más proteínas. Sicológicamente hay que formarle para que sea educado y siga el camino recto; instruir a sus padres a través de comités, visitas para desmitificar sus temores sobre las vacunas, combatir su ignorancia.

–La medicina profesional llega a poca gente. Los pobres se defienden con el remedio yuyo. ¿Cura el remedio yuyo?

–En tiempos de Martín Chiola en el Instituto de Ciencias de la Salud (cuando funcionaba en la vieja Facultad de Medicina) se hacían investigaciones con ayuda de JICA (de Japón) y la GTZ (de Alemania). Yo trabajé allí cinco años en forma honoraria. Hay que abrir un instituto que estudie sus propiedades. Después del latín y del griego, el guaraní es el idioma que más datos científicos le ha dado a la ciencia. Tiene mucho que ver con las plantas medicinales, pero no solo las plantas, los animales también, la víbora cascabel, la yarará, el mbói chiní tiene propiedades curativas; el sapo, su nombre científico es bufo arenarum, entre paréntesis “kururu”. Todo está en los libros de medicina. El ka’a, la yerba mate se vende en las principales capitales del mundo. Es el Ilex paraguayensis. Está el ka’a he’ê, el endulzante natural.

–Rocholl ¿es de origen alemán?

–Sí, mi abuelo era alemán. Se llamaba Carlos, bueno, originalmente Karl. Él era propietario de 45.000 hectáreas en el Ybytyruzú, de los cuales nos quedan poco más de mil.

–¿El nombre de su padre?

–Mi padre fue Emilio Rocholl Ayala, sobrino de Eligio Ayala. Fue uno de los pilotos de la Guerra, herido en Boquerón. Conservo este retazo de la bandera que ondeaba en su Potez (el avión francés de la Guerra) que fue acribillado por un avión boliviano (muestra) el 9 de setiembre de 1932... Cuando mi papá se presentó para piloto, en la inspección en el Hospital Militar, conoció a mi abuelo. Con el tiempo conoció a mi mamá, Dalia Díaz León. Se casaron en 1938 en la iglesia San Francisco. Estuvo todo el Ejército. Le hicieron el “Arco de acero” (con los sables). Llegó a capitán, condecorado con la Cruz del Chaco y la Cruz del Defensor. Era el “benjamín”, el piloto más joven. Se recibió de piloto a los 20 y combatió desde los 22. Su bautismo de fuego fue Boquerón. Yo nací el 12 de julio de 1940.

–¿Acribillaron su avión?

–Su Potez tuvo 32 perforaciones y no cayó. Uno de los proyectiles se incrustó en su brazo derecho. Nunca se sacó. Los médicos prefirieron no operarle. Cuando restañaron sus heridas volvió al campo de operaciones hasta el final de la Guerra.

–Qué tragedia fue Boquerón...

–Bueno, muchos pilotos murieron ahí, entre ellos, Benítez Vera y Ávalos Sánchez, en realidad murieron en Saavedra, después de Boquerón; lo mismo ocurrió con Carmelo Peralta, el piloto de Estigarribia... 

–Usted es también ambientalista.

–Hace 30 años estamos defendiendo el medio ambiente con tenacidad en el Ybytyruzú. Combatimos la deforestación masiva, el cuidado del agua, la fauna y la flora. Soy presidente de una empresa dedicada al mantenimiento y la conservación de la naturaleza. El oxígeno que respiramos y el agua que bebemos son vitales para la vida. Nuestra propiedad está enclavada entre el cerro Tres Kandu, cerro Perõ, el cerro Amor, como le dicen ellos, y está el cerro Kapi’i, dentro de la propiedad. Es un hermoso lugar. Van excursiones todo el año. Hay agua mineral cristalina a 700 metros de altura...

–¿Hay oro ahí?, porque el famoso Paso Yobái está ahí cerca...

–Toda esa zona es muy rica en todo tipo de minerales, entre ellos el oro. El Ybytyruzú tiene oro, titanio, hierro, níquel, zinc, plata. No nos permiten explotar. Hay excepciones con empresas como (la canadiense) Lampa asentada en Paso Yobái. En los Estados Unidos cualquier propietario puede explotar y el Estado le da un canon de 5%. Acá ni pagan nada ni permiten tocar.

–Como el perro del hortelano...

–Ahí está metido gente con influencia política. De día se saca y en gran cantidad.

–Tiene mucha historia para contar...

–No me quejo. Mi lema es continuar hasta donde pueda, hacer el bien sin mirar a quién. Recuerdo siempre a (el poeta mexicano) Amado Nervo con esa frase que me quedó en la memoria: “Vida, nada te debo; vida, nada me debes; estamos en paz”. No me queda más que agradecer a Dios por la fortaleza para seguir con esta misión que me dio en la vida.

holazar@abc.com.py

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