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González Daher ni habrá soñado que en tan pocos días pudiera morder polvo desde una cumbre en la que se había acostumbrado con roles protagónicos desde mediados de los años 90.
Siempre supo manejar los escándalos de corrupción en los que se había envuelto protegiéndose ya sea con su fuero parlamentario, sus vínculos con el poder de turno o de la misma telaraña que había tejido en el Consejo de la Magistratura para presionar, traficar influencias y manipular procesos judiciales, como se ventiló con los audios filtrados a su secretario Raúl Fernández Lippmann.
Sin envidiar al mismo Poseidón, González Daher habrá pensado que una vez más manejaría las tempestades a su favor cuando comenzó la reacción en su contra en el Senado. Saldría airoso de nuevo con algunas movidas de cintura, como la renuncia al Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados. La suspensión por 60 días en su calidad de senador sería lo último y la amenaza de la expulsión no pasaría de eso, sobre todo con el seguro triunfo cartista –según él y sus aliados pronosticaban– el domingo 17, con lo que terminaría por sepultar todo. Además, él sería uno de los generales de la victoria.
Pero las urnas dijeron otra cosa. El cartismo perdió ante la disidencia colorada, y el panorama se complicó hasta al mismo poderoso e intocable seccionalero luqueño, llamado “peluquín” por sus denostadores. El viernes realizó su último intento por una salida más aceptable, con la presentación de su renuncia a la Cámara Alta. Pero la indignación ante un escándalo que mostraba una de las enfermedades más dolorosas del país, como la corrupción judicial, obligó a sus propios colegas a tomar la decisión histórica de expulsarlo del Senado.