Siguen los vicios, pero la libertad no tiene precio

La historiadora Ana Barreto, exdirectora del Museo Casa de la Independencia, analiza los 30 años de libertad que conmemora nuestro país el próximo 3 de febrero. En esta entrevista, recuerda la omnipotencia del dictador Alfredo Stroessner y los vicios de su régimen que perduran hasta hoy: la corrupción y el prebendarismo.

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–¿Cuál es su evaluación, como historiadora, de esta transición democrática sui generis que ya lleva 30 años?

–Cuando cayó Stroessner, nadie lo salió a defender. Cayó solo. Lo dejaron caer, y todo el mundo renegó del stronismo. Quedó atrás su liderazgo, su omnipotencia, su implacabilidad, su imagen de padre bueno, de gobernante de mano dura, capaz de mandar un ejército para aplastar un movimiento insurgente y, al mismo tiempo, de asistir a la fiesta de 15 años de una chica del interior, o de entregar los certificados a los egresados.

–Apenas cayó, y todos se volvieron demócratas...

–Hubo una transformación inmediata. Ahí es donde hace agua cuando queremos explicar qué falla en nuestra democracia para que la gente se convenza de que este régimen que vivimos, con todos sus vicios, es muchísimo mejor que cualquier otro tipo de régimen, nunca más como el stronista.

–Hay poca memoria.

–Es cierto, hay poca memoria. Algunos nostálgicos insisten en eso de que “en el pasado se vivía mejor”. Los que sucedieron al stronismo en el poder tampoco se interesaron en sensibilizar y formar a la ciudadanía en estas cuestiones que tienen que ver con la lucha a favor de los derechos humanos. Me acuerdo que en los tiempos del gobierno de Fernando Lugo estaba de moda la palabra “zurdaje”. Hasta en el trabajo y en las discusiones familiares se tildaban de “zurdo” o “derechoso”. Y esas discusiones parecían un efecto secuela del largo régimen donde, efectivamente, el “zurdaje” o el “comunista” no tenía cabida. En el 2012, ese término “comunista” ya estaba completamente en desuso. ¿Cómo es que ese discurso volvió a aflorar? Quiere decir que ese discurso quedó completamente instalado dentro de la gente.

–Estamos en un “estado de tragedia educacional”, decía un comentario editorial del diario. ¿Tiene alguna relación con ese pasado autoritario?

–Se puede decir que es una tragedia la educación. La reforma postronista no funcionó. Cuando Stroessner asume el poder en el 54, el porcentaje de analfabetismo era enorme, y encima no se mostraba los porcentajes reales.

–¿Qué se hizo mal en la transición?

–Unos dicen que fue la incorporación de excolaboradores de Stroessner. En realidad, nosotros heredamos una democracia con grandes vicios a los que no se les supo atacar como una enfermedad: atacar y curar. El clientelismo y el prebendarismo que existieron desde siempre, continuaron siendo arma de política partidaria.

–¿Quedó intacto el sistema?

–Se fortaleció con la gente nueva que ingresó a la política a través de partidos nuevos que comenzaron a gravitar y terminaron adscribiendo a las mismas prácticas: compra de votos, trampas en las elecciones, operadores...

–Los stronistas enseñaron a los nuevos sus viejas prácticas.

–La base clientelista y prebendarista. El stronismo tenía un sistema de partido único. Uno accedía a becas, a plazas en la Universidad Nacional, a poder trabajar como docente si uno era afiliado al Partido Colorado stronista. Eso es claro.

–Se tenía que hacer profesión de fe...

–Sí. El stronismo no era como otras dictaduras, con un sistema de exclusión de clases. No estaban excluidos los campesinos o los obreros. Las seccionales funcionaban como un sistema operativo de base, de amplio control de base, desde la distribución de medicamentos hasta en emergencias como la muerte, la provisión del ataúd, el traslado del difunto. Cumplían la función del Estado pero partidariamente. Eso fue uno de los pilares del stronismo.

–Estos se aggiornaron rápidamente...

–No solo los stronistas. Los otros partidos que no participaban de ese juego terminan adscribiendo a la misma praxis. Esto es lo que políticamente funciona. Es fundamental tener clientela, repartir discrecionalmente dinero del Estado, emplear a “nuestra gente” en la administración pública, entrenarlos en la compra de votos, sean empresarios o habitantes de los cinturones de pobreza. El vicio queda como un modelo seguido por todos los movimientos y partidos hasta hoy.

–¿Qué es lo positivo que nos queda en estos 30 años de democracia?

–A mí me parece que no tienen precio la democracia y la libertad. La gente se manifiesta libremente, reclama, exige, investiga. Se puede decir que la justicia no funciona, porque no le toca al senador, al diputado, al Presidente, al funcionario influyente; pero tenemos una prensa libre. La gente hace usufructo de su derecho de reunión, de indignación, al salir a protestar a la calle. El Congreso tiene más poder que el Ejecutivo, en contraste con los tiempos de la dictadura...

–Pero la justicia no funciona

–Es cierto, no funciona, pero no es la democracia el problema. Es la corrupción institucionalizada el problema. Es el tráfico de poderes. Es la compra de jueces. Esas son cuestiones que no tienen que ver con la democracia. La pregunta es cómo atacar este flagelo, cómo tener soluciones. Apuntemos a la educación. La reforma sacó toda una generación de gente sin capacidad crítica. Lastimosamente, eso no es algo que vamos a pagar solamente 20 años. Vamos a pagar más, porque la próxima gran transformación o la próxima gran apuesta educativa no la vamos a ver en corto tiempo. Los jóvenes estudiantes de antes eran los grandes contestatarios de los gobiernos en tiempos de crisis, aun la Escuela Normal de maestras. Había una columna de chicas cuando tomaron por asalto los jardines del Palacio de Gobierno en la masacre del 23 de octubre (de 1931). ¿Dónde está hoy en día esa posición crítica, donde están esos estudiantes que piensan un plan país? Por supuesto que aquellos años fueron diferentes a los de hoy. En aquellos tiempos había completa anarquía. Había revoluciones, guerras civiles, finalmente una Guerra internacional, del 32 al 35, que terminan desembocando en más guerras civiles y persecuciones sistemáticas entre enemigos políticos, especialmente desde Morínigo. ¿Qué hacemos hoy con estos jóvenes que siguieron bajo el régimen de la reforma educativa, los que tienen hoy 25, 26, 27, 30 años. En este sistema no se incluyó por ejemplo la palabra dictadura. No hay un estudio acabado acerca del stronismo y sus vicios en todos los textos escolares que usa el Ministerio de Educación. En mi casa, mis padres no podían hablar del régimen. Una tía se agarró de los cabellos, me acuerdo, cuando mi mamá comentó que los resultados de las elecciones del 88 eran toda una farsa. La tía estaba aterrada porque mi madre habló así en el patio de nuestra casa. Me imagino lo que habrá sido la persecución en los años sesenta y setenta, cuando detenían a un joven por usar el pelo largo. John Lennon tenía el cabello largo y no era comunista. Estoy diciendo una tontería, pero esas cuestiones en que no terminamos de asumir, no se termina de analizar, porque yo pienso que debe instalarse a nivel de la escuela. El Ministerio debería permitir el acceso completo de los estudiantes al informe de la Comisión Verdad y Justicia, por ejemplo, donde no solo se transcribe detalles de la gente detenida, torturada y desaparecida, sino tiene la lista de cuántas hectáreas le tocó a cada militar o policía cercano al régimen.

–No le sirvió de mucho la lealtad de estos uniformados a Stroessner...

–Qué frágil resultó en realidad esa lealtad cuando Stroessner fue derrocado, y nadie, más que una veintena de muchachitos que murieron acribillados, lo defendieron. No lo defendió nadie. Todo este gremio de empresarios, policías y militares le dieron la espalda y terminaron acomodándose, en la seguridad de que la matriz del stronismo iba a seguir gozando nomás luego de buena salud.

–¿Por qué no funcionó nunca este artículo constitucional que prohíbe la reelección? Es la fuente de conflicto en cada gobierno.

–¿Quiénes terminan su mandato? Rodríguez, Wasmosy, Nicanor, Cartes... Entiendo los miedos de la Constituyente del 92, pero hay algo que es responsabilidad de los partidos y que es innegable. Los partidos no tienen planes de país. El colorado Cartes entrega el gobierno a Marito Abdo, colorado. Tendría que haber un mismo plan país; sin embargo, en el seno de los partidos políticos tampoco existe eso. Es como si fuera que dentro de los partidos existen fuerzas completamente opuestas. Entonces, el siguiente que viene, del mismo partido, viene de nuevo pero como si fuera otro, con toda su gente, con todas sus cuestiones. ¿Qué proyecto se sostiene así en tan poco tiempo?

–¿La reelección es el camino?

–Yo no sé. La culpa la tienen los partidos. A mí me gustan los partidos. Son los que tienen que controlar los gobiernos. A mí me asustan las candidaturas independientes. Pueden tener una cara linda, un discurso lindo. pero una vez que asume, uno no sabe para dónde disparan. Sin embargo, los partidos tienen sus posiciones tomadas según los temas en debate. Pero los dos partidos tradicionales no han hecho un mea culpa, una reestructuración en sus filas. No existe un proyecto país en esos partidos. El Partido Colorado está de nuevo en posición de gobierno, y eso lo pone directamente en una situación de más crítica. ¿Cuál es su proyecto país si su contenido es de dos partidos en uno?

holazar@abc.com.py

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